spot_img
spot_img

Todo el cine y la producción audiovisual argentina en un solo sitio

DIRECCION EJECUTIVA: JULIA MONTESORO

Carina Sama estrena «Con nombre de flor»: «Conocer a Malva me modificó la forma heteropatriarcal de hacer cine»

Con nombre de flor es la segunda película de Carina Sama (la anterior, Madam Baterflai, se estrenó en 2013), que forma parte de una trilogía en la que pone el foco en las disidencias sexuales, a partir de historias personales que van desde el sometimiento a las convenciones sociales hasta la liberación.

En este caso, la historia gira en torno de Malva, una transexual que se decidió a contar su historia después de los 90 años, y que descorrió el velo de décadas de secretismo en torno a la historia de la homosexualidad, el travestismo y el transexualismo en la Argentina, a través de su relato y de un álbum de fotos. El documental se completa con un exhaustivo trabajo de archivos fílmicos.

Carina Sama dialogó con GPS audiovisual acerca del estreno de Con nombre de flor.

-¿Qué sabías de Malva antes de pensar en una película protagonizada por ella?

Nada. En el estreno del primer documental, Madam Baterflai, algunos representantes de Diversidad Sexual de la Nación me trajeron un pequeño libro llamado Mi recordatorio. Era la autobiografía de una tal Malva. Yo estaba con la lengua afuera, recién estrenante, y no le di bolilla hasta unos meses después. Cuando empecé a leerla me di cuenta de que era la historia de una travesti de 90 y pico de años. En este momento, el promedio de vida de una travesti es de 35 años: encontrarme con una de esa edad era como estar frente a frente con un minotauro. Ahí supe que quería hacer algo.

-¿En qué película pensabas cuando conociste su historia?

No me imaginé nunca la película sino a partir de entrevistas, para que me aporten una parte de investigación y me permitan saber cómo encarar el tema. Pero la investigación no fue fácil. Busqué en el Archivo de la Memoria Trans y no había nada ¡nada! de la época en que Malva podía contar su historia en primera persona. Fue un momento de quiebre y de ruptura. Entonces la busqué. Sabía que otras personas habían hecho lo mismo, pensando en una película y no tuvieron suerte. A través de algunos tips de Marlene Wayar accedí a que Malva me diera una entrevista. Parece que mi tonada mendocina le gustó y empezó a hablar. Le pregunte si podía encender la cámara y dijo que sí. Ese fue el comienzo.

-¿Encendiste la cámara para hacer una película y te dijo que sí?

En general trato de no ilusionar al entrevistado y decirle que eso va a terminar en una película. Básicamente, le conté que no sabía adónde iba a terminar. Si estaba dispuesta a hacer estas entrevistas, no debía tener expectativas. ¡Es tan difícil finalizar una película que me da cosa ilusionar a una persona! Pero más que la película, me pareció que en ese momento quería dejar su experiencia a las que vinieron después de ella. Por eso se tomó de mi mano. Y a partir de esos encuentros me cambió toda la mirada.

-¿Qué encontraste en ella que te cambió la mirada?

Un álbum de fotos. Durante un año fuimos haciendo una serie de entrevistas, cada mes y medio o dos. La primera fue en el Hogar donde ella habitaba de lunes a viernes, en Bella Vista. Los fines de semana volvía a su casa, en Villa Urquiza. En el segundo encuentro me propuso ir a su casa. “Así te muestro algunas cosas”, me dijo. Fui allí, y durante la entrevista sacó de su ropero un hermoso álbum antiguo de fotos. Allí estaba la historia homosexual de la Argentina de los años 40 en adelante. Eran 240 fotos (las conté después de su muerte) jamás vistas antes. Lo que se había encontrado hasta ese momento de los travestis trans (de los años 20 a los 40) pertenecían al archivo psiquiátrico policíal, una historia que había sido criminalizada. Pero ahora había que contar la historia de nuevo: en los libros sobre la historia de la homosexualidad se hablaba siempre de las fiestas en el Tigre pero no había demasiada información. ¡Y Malva tenía fotos de las fiestas! Mientras hacía la entrevista, pensaba en cómo reescribir esa historia. Y cómo conseguir financiación. Hasta que nos prestaron una cámara. Volvimos a su casa para hacer una prueba. Quedamos en encontrarnos una semana más tarde para empezar el rodaje. Y antes de empezar, Malva murió. Quedé devastada.

-¿Cómo seguiste con el proyecto sin Malva?

Tardé como un año en armar el material en forma cronológica. Le mostré el material a Marlene Wayar y ella me dio luz en un montón de cosas. Como ese activismo que cuenta Malva con la MUA (Maricas Unidas Argentinas) en el 52, como el primer acto de militancia trans; el lenguaje que habían inventado para preservarse y sobre todo, en la posición de Malva. “Se puso siempre en escorzo, siempre te dominó la pose en que quería ser vista”, me dijo Marlene. Fue como un baldazo de luz. Me di cuenta que a partir del conocimiento que una tiene de hacer cine, verticalista y heteropatriarcal, replica subjetividades. Malva dominó su propia pose sin dejarse domesticar. Si yo hubiera hecho el documental que quería, probablemente hubiera ejercido una domesticación sobre Malva. Le hubiera dicho “sentate acá, hacé esto, mirá hacia acá”. Nunca le había prestado atención a su pose porque lo que estaba haciendo era solo material de investigación. Solo después vi que Malva dominó su pose e hizo un espejo hacia mi forma de trabajo, hacia exponerme cómo podía visualizar una luz sobre esta historia de tratar de que la subjetividades sean femeninas (dentro de “lo femenino” nombro a todo el espectro, me paro desde lo no binario). Malva me mostró un camino.

-¿Qué buscabas de Malva que no pudiste tener a raíz de su muerte?

Una travesti de su edad, alguien que se ha mirado mucho tiempo frente al espejo de lo social frente a la domesticación permanente del sistema patriarcal, tiene una mirada superior que cualquier persona que haya sido criada dentro de este sistema. Yo busqué dentro cuáles fueron los lugares donde ella se apoyó para ir sobreviviendo. Porque eso era lo que le había permitido sobrevivir a todas las de su especie. Indagar sobre el amor, buscar dentro de esa foto a quien le rompió el corazón, fue como la búsqueda que quedó inconclusa. Y que me dejo sin nada a raíz de su muerte.

-A la vez, ¿qué testimonio aportó que te reveló algo desconocido?

La revelación de su historia y la aparición de las fotos es un aporte enorme. No había nada escrito. Era importante darla a luz. Pero también fue importante este aporte desde el escorzo. Porque eso me incluye a mí en este documental. Es mi tránsito hacia una forma transfeminista de verse subjetivada. La demostración de que necesitamos nuevas y nuestras historias, contadas de una forma diferente a la patriarcal. Desde los feminismos tenemos que trabajar sobre eso. Si seguimos dando vueltas sobre las mismas formas que nos ha hecho daño tanto tiempo, no vamos a legarle nada a esta marea verde que esta parada sobre lo no binario.

-Las imágenes de archivo ponen el eje en las diversidades sexuales frente a normas sociales predeterminadas. ¿Hay allí una intención de abordar las dificultades que sobrellevó Malva a lo largo de los años?

Estuvimos casi un año trabajando con Lucas Peñafort sobre las imágenes que teníamos que buscar para graficar la historia. Nos paramos sobre tres ejes: uno, el contexto de la historia. Malva va contando la historia de la homosexualidad argentina a través de la historia que está viviendo. Ponerla en contexto desde Sucesos Argentinos o Panoramas Argentinos fue fundamental: nos permitió ver cuál era el eje social y político de la época. También nos indujo a indagar dentro de esos archivos audiovisuales, por si había algún rastro del travestismo. Solo se encontraba en pequeños momentos de carnaval, donde uno podía ver si alguien estaba vestido o disfrazado. Aparecieron muy pocas cosas, que generalmente estaban en las colas de archivos televisivos, o cosas de descarte rarísimas que fuimos encontrando.

En las hemerotecas apareció esa imagen de antagonista que Malva nos decía que era la prensa, con esa forma de referirse a la homosexualidad como “degenerados”, “anormales”, “excrecencia humana”. Forma que te va diciendo todo el tiempo que estás mal hecho. Encontramos por un lado una punta invisibilizada y en la otra sumamente vapuleada. Y también encontramos un resquicio: una foto policial de Octavio (Malva), donde exhibe con orgullo quién era. Así como podía apropiarse de la palabra trava, puto o torta, con la pose se reapropiaba de su propio lugar donde sentirse libre.

Con nombre de flor forma parte de una trilogía que se inició con Madam Baterflai. ¿Qué historia falta contar?

En general, hablo de una trilogía para plantearme un límite: permanentemente encuentro una historia nueva que no puedo dejar de contar. Una de las que conté de Madam Baterflai (de las cuatro chicas travestis), fue la de Paloma León. Acababa de salir de estar 18 años presa. De solo imaginarme una travesti 18 años en una cárcel de varones en los años 90 me da escalofríos. Sobre todo, porque ella se amparaba en una finca que había comprado al lado de la vivienda de su madre, donde criaba distintos tipos de plumíferos exóticos, aparte de vivir en la noche. Esa historia me conmovió profundamente. Pero me di cuenta que en Madam Baterflai la había hecho como había podido, con mis pocos recursos. En la segunda, me pasó por encima Malva y me cambió la forma de la mirada. De esta traspolacion de narrativa, en este trabajo le di la cámara a ella. Yo pregunto y ella se filma con su celular y me va contando cosas de su propia pluma. Es una suerte de videoautobiografía. Es una forma de explorar una narrativa que esté dentro de lo real, en la estética del documental que yo trabajo. La Paloma sería el cierre de una trilogía basada en situaciones de prohibición social de quienes están fuera de la norma de transitar libremente. Hay una frase hermosa de Camila Sosa Villada en Las malas que las define: “irse de todas partes”. Eso es el travesti.

Norberto Chab

Foto principal: Martín Gamaler (DAC)

Related Articles

GPS Audiovisual Radio

NOVEDADES