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Todo el cine y la producción audiovisual argentina en un solo sitio

DIRECCION EJECUTIVA: JULIA MONTESORO

Ana Katz protagoniza «El maestro»: «Actuar es descubrir que lo que pienso se puede hacer de otra manera»

El jueves 14 se estrena en Cine.ar TV y la plataforma Cine.ar Play el drama El maestro, ópera prima de Cristina Tamagnini y Julián Dabien, protagonizado por Diego Velázquez y Ana Katz, que aborda una problemática compleja en las pequeñas comunidades tradicionalistas. La diversidad sexual y la discriminación son los dos tópicos centrales que aparecen en forma sugerida hasta que estalla el conflicto. Paralelamente, también aflora el sometimiento de la mujer, obediente de un hombre dominante y que impone su discurso. Un discurso primario y elemental, pero que impide todo diálogo. El rol de esa mujer, silenciosa y sumisa, está a cargo de Ana Katz. Aunque es reconocida como una de las directoras esenciales de las últimas dos décadas, no es menos valorable su labor como actriz.

Ana Katz habló con GPS audiovisual a propósito del estreno de El maestro.

-¿Cómo te encontraste con la historia de El maestro, y qué te decidió a emprender un viaje a un pueblo salteño para ponerte en la piel de esta madre, esposa y empleada doméstica?

Por un lado, el guion y la propuesta me la acerco Julián Dabien, a quien ya conocía porque formaba parte del equipo de cámaras de Sueño Florianopolis. Sentí mucho interés en contar esa historia, ese maestro que sufre por la discriminación del pueblo simplemente por su elección sexual. Me gustaba la posibilidad de contar con un personaje muy alejado de mí. Más allá de las situaciones de subordinación o de dominación que se dan en cualquier ámbito –independientemente de las clases sociales o culturales-, era la posibilidad de hablar de una mujer que padece cosas parecidas a otra que vive en una ciudad enorme cuando no saben qué hacer. “No sé qué pensar”, dice el personaje más de una vez.

Por otro, tuve una abuela jujeña y otra criada en Tucumán: en el noroeste argentino siempre me siento bien, es un poco como si fuese mi casa.

-¿Cómo fueron las jornadas de rodaje, lejos de los centros urbanos?

Pasó algo muy curioso mientras estábamos rodando. Todos los días había una cena donde conocí a personas exquisitas, en relación a lo artístico y también a sus pensamientos. Uno de esos días salí a correr y me encontré con una “Marcha de las dos vidas”. Era una fila interminable de camionetas gigantes 4×4, todas carísimas, y adentro de cada camioneta familias con muchos niños. Me quedé impactada con esa marcha. Y con las dos imágenes opuestas en el mismo día: un grupo de gente no contaminada y a la vez la marcha más espantosa del mundo.

-¿Cómo es ponerse en manos de dos operaprimistas y dejarse llevar, que no aparezca tu ojo de realizadora?

En verdad, me encantan las óperas primas. Me encanta actuar en ellas, siempre y cuando me encuentre con miradas muy conectadas con el material que van a contar. Encontrar directores deseosos de contar historias, de pensar en los personajes, de buscar los planos. Cuando eso pasa es como si se apagara mi ojo de conductora. La metáfora que suelo dar -porque me expresa mucho- es como si subiera a un auto que lo maneja otro y me dice si quiero dar una vuelta. Digo que sí encantada y miro por la ventanilla.

-Te entregás.

Me hacen bromas con eso. El año pasado hice una participación en la última película de Carlos Sorin y me encontré con amigos del equipo de cámaras, que me vieron actuar y dirigir, y me decían “Ana, ¡la cámara está ahí!”. A veces me olvido: de verdad me entrego. Y lo aprovecho como un regalo, como la posibilidad de no mirar desde mí.

-Sin la presión de estar al frente de un equipo.

La presión grande es sentir que con el trabajo que estoy haciendo, pongo mi ladrillo para que los directores sientan que cuando me ven actuar les suene a lo que necesitan para contar eso que quieren contar. Si no está eso, sería una pesadilla. Un set es algo muy personal, a pesar de estar compartido. Actuar es permitirte descubrir que eso que pensabas que se podía hacer de una manera, se hace de otra.

-Se genera una intimidad que tiene que ver con el trabajo en equipo.

En la suma de cada forma de ser se arma como una especie de identidad de ese rodaje. Cada rodaje tiene su propia identidad, que tiene que ver con una sumatoria. Esa sumatoria va dando un color, que tiñe mucho el trabajo. Y aunque el espectador no lo sabe, aparece de una manera muy fuerte en las películas. Por eso los ambientes de trabajo son mágicos. Y son esenciales para que una película funcione. Cuando estás lejos de tu casa se genera una concentración colectiva muy especial. Siempre hay alguien que después del rodaje hace algo a la parrilla; se abre un vino; se canta una canción. En medio de eso surge una escena que se filmó, y hablando de eso aparece la impresión de alguien (la foquista, por ejemplo) y te quedás pensando en eso que te dijo. Y te influye para el día siguiente.

-Al no estar tan contaminados por el vértigo de las grandes ciudades, hay más tiempos para escuchar al otro.

¡Exacto! Estaba pensando en Mecha Laborde, una foquista extraordinaria, que de tantos años de trabajar juntas (aunque en este caso no era mi película) se acercaba y me decía algo en medio del trabajo. O en el vestuarista, que mientras me cambiaba me decía que le gustó mucho la última toma porque me notaba más emocionada. Y con eso una también construye. Por eso es tan colectivo el cine.

-También terminaste tu sexta película, El perro que no calla, cuyo estreno estaba previsto para junio. ¿Sobre qué trata? ¿Cuál es tu plan con la película, ahora que cambió todo?

Estoy como mirando esto que ocurre… Es una película que tiene mucha sensibilidad con lo que estamos viviendo, por supuesto sin querer. Una película en blanco y negro, en la que participaron distintos directores de fotografía. El protagonista un hombre: mi hermano Daniel. Es triste. Tiene humor: todos los que la han visto coinciden en que tiene mucho humor. Pero es muy triste. Está terminada, pero no estoy ansiosa. Sí siento un poco de impresión: el personaje tiene que salir con una burbuja de acrílico en la cabeza por un ataque mundial. Eso me asombra. Pero ahora me preocupa la gente que tiene menos posibilidades. Eso me tiene un poco triste y preocupada. Me pesa más eso que mi película.

Julia Montesoro

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