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DIRECCION EJECUTIVA: JULIA MONTESORO

Silvina Szperling dirige «Vikinga», que se estrena el jueves 29: «La película hizo crecer mi admiración por Patricia Stokoe»

El jueves 29 se estrena en salas Vikinga, película dirigida por Silvina Szperling que se sumerge en la vida artística de Patricia Stokoe, la fundadora de la Expresión Corporal. A partir del encuentro entre su hija Déborah y la directora, surgen recuerdos de infancia y adolescencia, desde el estudio de danza y el teatro.

-¿Cuál fue la idea disparadora del proyecto de Vikinga?

Fue un encuentro con el estudio de Patricia Stokoe. Hace unos seis años allí hubo un espectáculo, al que asistí. Allí nos reencontramos también con su hija, Deborah Kalmar. La casa era igual a cuando yo era chica y tomaba clases. Fue como una revivificación, una evocación muy fuerte: de hecho, el espectáculo se llamaba La casa habitada. Empecé a fantasear con la idea de investigar sobre Patricia y de volver a ese lugar. Ese fue el germen.

-¿Qué simboliza el nombre de Vikinga?

Patricia era inglesa. Accedí a uno de los casetes de audio que contiene una serie de entrevistas que le hizo una amiga en los años 90 en su casa de Bariloche. Allí habla de una tormenta y del viento de los vikingos de una manera muy particular, con una identificación personal. Lo vivo como algo que tiene que ver con una mujer luchadora, aventurera, que atraviesa los mares y las tormentas. Alguien muy intrépido: la Patricia que yo conocí. Ese audio quedó incorporado a la película. Me pareció importante que el nombre tuviera una connotación femenina fuerte.

-Se advierte en la película una personalidad arrolladora y decidida.

Totalmente. Era una guerrera. Su niñez transcurrió en el campo. Su papá era administrador de estancias y vivían como si el campo fuera de ellos. En ese momento -principios de siglo XX- los hijos de británicos iban al colegio pupilo. Tanto es así que no aprendió a hablar en español hasta que tuvo 30 años. En su juventud viajó a Londres. Y a poco de llegar estalló la guerra. Pasó los bombardeos estudiando danza y bailando profesionalmente. Ya en los años 50, regresó a la Argentina y se afincó en Buenos Aires.

-Todo empezó con un estudio de danza que 40 años después seguía intacto. ¿A qué lugares de la memoria te lleva?

Estuve en ese estudio 12 años de mi vida, de los 8 a los 20. Fueron años muy fundantes: allí se despertó mi vocación. De ser una alumnita más pasé a estudiar profesorado y a bailar en el grupo Aluminé, que era amateur pero con una dedicación prácticamente full time. Con ellos debuté en el teatro.

Al ser bailarina, las memorias son kinéticas/emocionales. Una clase de expresión corporal era un lugar de expansión, en donde yo me sentía libre. Afirmé mi personalidad: muchas cosas de timideces quedaron atrás. Me lo dijeron muchos colegas, inclusive Oscar Aráiz: el tiempo de la danza es un tiempo-otro. Allí se abre un paréntesis. Esa educación fue mucho más fundante que mi educación escolar. Al volver a esa casa encontré el eco de muchas otras vidas que pasaron por ahí.

-Esta referencia a la libertad, que no era frecuente o bien vista en las chicas, es el legado de Patricia Stokoe, de acuerdo a lo que se ve en Vikinga.

Ella planteó una revolución en la danza. Por ahí trajo de Londres algunas cosas de un movimiento, tipo creative dance. Pero lo llevó a un lugar de mucha sistematización. Ya no era la improvisación a lo Isadora Duncan –otra fundadora-, del tipo “siento y me muevo”. Patricia fue adentrándose en métodos y préstamos de ciencias somáticas y sociales, que se fueron incorporando al aprendizaje. Y con un ideario de educación por el arte signado por la solidaridad. Ese era nuestro pequeño ámbito de resistencia y mucha gente en los años 60 quería eso para sus hijas. Era una libertad muy grande con relación a otro tipo de danza más escolástica. Y por otro lado había una sistematización distinta, que se conectaba con muchas otras ramas de la ciencia sobre el cuerpo.

-¿Qué investigación previa demandó la película?

Gané una beca en el Fondo Nacional de las Artes y la usé para encontrarme con Deby (Deborah), quien actualmente lleva adelante el estudio y que me facilitó un montón de material de archivo. Estuve dos años con la investigación. El resultado fue un video muy breve. A partir de allí me dediqué cada vez más, hasta que le propuse hacer la película a Salamanca Cine.

-¿Qué ocurrió entonces?

¡Me pidieron un guion! Tuve que escribir por primera vez en mi vida. Lo hice con la asesoría de Miguel Baratta. El me iba haciendo preguntas y sugería incorporar las respuestas al guion. Que además iba cambiando a medida que seguía la búsqueda: un noticiero, una entrevista me aportaba nuevos datos.

Antes había filmado cortometrajes muchas veces con el lenguaje de videodanza, pero siempre sin guion: escribir el movimiento es muy difícil. Mi primer largo con apoyo del INCAA, Reflejo Narcisa, fue hecho con el productor, Fernando Domínguez. El se encargó de escribir las ideas que yo traía.

-¿Qué diferencia encontrás entre Reflejo Narcisa y Vikinga?

En Reflejo Narcisa seguí a una persona en su vida y su derrotero. Es un retrato: no hay ningún otro personaje. Los personajes secundarios cayeron en la moviola. En Vikinga hubo que evocar a una persona que físicamente no está. Se fue armando una comunidad a partir de reencuentros con antiguas compañeras. Después de varias décadas, cuando nos sentábamos a hablar aparecían testimonios invalorables.

-En ese camino de la investigación, ¿cambió mucho el resultado final de tu idea original?

Lo que cambió es el personaje de Patricia en sí mismo. Yo tenía un recuerdo desde el lugar de profesora a alumna, un poco de madre a hija. Al investigar su vida anterior a conocerla personalmente, afloró un montón de información suya como mujer y en su relación con las hijas. Pude darme cuenta mucho más cabalmente sobre su ideología. Ahora puedo decir que tenía un ideario socialista. Cuando era chica me daba cuenta de que nos estábamos refugiando de los milicos, no es que era inocente. Pero no llegaba a verla en esa dimensión. Ahora que la conozco más creció mucho mi admiración.

-¿Te costó separar la admiración de los claroscuros del personaje? ¿Corrías el riesgo de ponerla en el bronce?

No me costó tanto: nunca la tuve en el bronce. La relación siempre fue humana. Pero aparecieron muchas cosas que desconocía. Fue difícil procesarlas, porque la película también es un viaje a través de mi vida. El desafío fue contarlo sin que fuese una cosa narcisística. Soy yo y muchas más. Los otros personajes fueron aportando muchos elementos tanto de información como de energías. Lo único que tenía seguro es que quería que la película tuviera mucha danza.

Julia Montesoro

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