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Todo el cine y la producción audiovisual argentina en un solo sitio

DIRECCION EJECUTIVA: JULIA MONTESORO

Albertina Carri recibió un premio a la trayectoria en el Festival Zinegoak de Bilbao: «No pienso en el cine como un pasatiempo»

Albertina Carri recibió el Premio Honorífico del 19º Festival de Cine y Artes Escénicas LGTBI+ de Bilbao Zinegoak, que se llevó a cabo en la primera semana de marzo en Bilbao. Junto con el reconocimiento a la trayectoria, la muestra organizó un ciclo retrospectivo. El premio, concidente con la conmemoración del Mes de la Mujer, tiene la trascendencia del reconocimiento a una filmografía original e innovadora.

-¿Qué representan los premios, y en particular el Zinegoak?

Una vez que empezás a recibir premios honoríficos quiere decir que estás realmente grande (Risas). La relación con los premios es extraña. Cada vez que me toca recibir uno por alguna de mis películas me pongo un poco incómoda. Pero éste tiene un valor especial porque es el reconocimiento a una tarea de muchos años, no a una película puntual. Siento que está relacionado a ciertas situaciones coyunturales; es decir, a una situación particular que tiene que ver con el presente y los discursos cinematográficos circulando. Y no solo cinematográficos, sino que también tiene que ver con cuestiones ideológicas. A la vez, es un reconocimiento a un trabajo en equipo.

Este, particularmente, me lleva a una retrospectiva de muchos años, de mucha gente con la que trabajé y me da mucha alegría, porque tengo realmente muchos años de trabajar en esta industria -incluso como asistente de cámara cuando empecé-, y es muy grato volver a cruzarse a esa gente, cada uno en distintos roles, en distintos momentos de la vida. Empecé muy chica y tengo muchos años de industria: trabajé en la última película de María Luisa Bemberg, como segunda de cámara.

-De cuando se suponía que las mujeres no desarrollaban estos roles, ¿no?

No, era muy raro estar en la zona de los fierros: era un mundo de hombres.

-El Festival Zinegoak, además, organizó un ciclo con varias de tus obras. ¿Qué vio el público vasco allí? ¿Qué viste vos?

Me pasa una cosa particular con el País Vasco: me siento como en casa. Eso no me pasa cuando voy al resto de España; de hecho, hay otros lugares de España donde me cuesta entenderles el acento. Hay una lógica vasca -de la que no tengo nada que ver-, que me hace sentir muy cómoda con sus formas y su estilo. Es un espacio que, por otro lado, conozco bien por San Sebastián, porque muchas de mis películas estuvieron ahí y también estuve de jurado hace varios años. Tengo una relación con San Sebastián y su festival muy cercana, muy afectuosa. Con Bilbao me pasaba eso: era como estar muy lejos y al mismo tiempo, estar en casa.

Con relación a la retrospectiva es muy raro, porque yo no me siento a ver mis películas de nuevo. Reencontrarme con ellas es muy interesante como ejercicio. Ver Barbie hoy es muy exótico: cuando digo que la hice hace más de 20 años la gente dice que no puede ser. Noto que hay un montón de materiales que eran super pioneros y de vanguardia. Incluso Géminis: eran películas extremas para las épocas en las que se estrenaron. Es grato reencontrarse y comprobar que siguen teniendo vigencia. No son obras momentáneas y eso me da alegría, porque es lo que yo pensaba del valor que debe tener el cine.

-En tu obra siempre se advirtió la libertad en el desarrollo de los contenidos, la forma en que se resuelven los conflictos…

Sí, y también hay una preocupación por las formas de representación. Eso las hace trascender más allá de sus fallas. No quiero decir que sean películas buenas pero hay algo que sigue alentando e inspirando a las personas a sentarse a ver esas películas por primera vez o volver a verlas. Creo que tiene que ver con que siempre tuve y tengo una preocupación muy fuerte por las formas de representación y lo que significan las imágenes, la política de la imagen: no es un cine pensado como un pasatiempo.

-¿Los festivales sirven como un espacio de visibilización del cine independiente?

Sí, muchísimo: son claves. Es el lugar donde se desarrollan estas cinematografías y circulan estos cines. Sin esos espacios no serían posibles muchísimas de estas producciones de este tipo. Además son espacios de resistencia: el Zinegoak, por ejemplo, tiene 18 años. Es muy importante tener un Festival de cine LGBTIQ+ donde se visibilicen materiales y discursos que es muy difícil encontrar en otros ámbitos. Las plataformas no cuelgan fácilmente este tipo de cinematografías.

-¿Creés que la producción audiovisual va a ir desplazándose hacia las plataformas?

No sé. Es muy difícil hacer futurología. Es un momento muy extraño para saber hacia dónde va a ir la producción cinematográfica, en general, y más este tipo de producciones independientes. Creo que los festivales van a cobrar más fuerza aún, porque cada vez hay menos espacios donde circular este tipo de cine. En ese sentido, las plataformas lo licuaron todo. Pero este cine independiente y cine de autor –aunque está bien que se vea en las plataformas- busca algo relacionado a la experiencia. Y la experiencia tiene que ver con algo comunitario, no con la soledad del hogar. Es un momento muy bisagra, muy de crisis, no sé realmente hacia dónde va, pero creo que si logramos que algunas salas de cine sobrevivan será a través de los festivales. Los festivales van a seguir teniendo una injerencia importantísima en la distribución y la visibilización de este cine y de determinadas formas y relatos.

-Vos mencionabas San Sebastián, por ejemplo, que en estos dos años de pandemia hizo una apuesta absoluta hacia la presencialidad, aún con protocolos, que el cine se vea en salas. Es un mensaje contundente.

Sí, ellos se negaron a pasar online.

-El público vasco tuvo la posibilidad de ver Las hijas del fuego. ¿Qué nueva lectura hiciste de la película?

Es muy reciente, no tengo la suficiente distancia. La lectura tiene que ver con la repercusión, que no me esperaba para nada. Eso habla de una película que aparece en un momento histórico, que no se podría haber hecho en otro momento. Ni en otro momento del pasado ni podría hacerse en el futuro. Mi teoría es que corre el riesgo de envejecer muy rápido. Creo que hay que seguir avanzando y profundizando sobre determinadas cuestiones de la representación del goce femenino y, también de la vida en comunidad, el poliamor y otros temas que toca la película.

-¿Caigan las rosas blancas es la continuación de Las hijas del fuego en ese sentido?

Sí. Es una película que profundiza temas que surgieron en esta primera película, no solo relacionados con estas cuestiones sino también con temas relacionados a lo cinematográfico. Es una road movie que va ahora hacia otro territorio y sigue también reflexionando sobre el territorio, como lo hace Las hijas del fuego.

-¿Se trata de continuar con la temática?

No es literal su continuidad, pero es cierto que gran parte del equipo con el que hicimos Las hijas del fuego participará. Continúa ese vínculo que no solo está implicado en la realización de la película sino en su producción posterior. Las hijas del fuego abrió una investigación sobre hacer una película de modos o de otros modos que no son los ortodoxos. Yo hago el chiste de que nos aburguesamos porque tenemos ciertas condiciones de producción que se parecen más a un cine hegemónico. Pero de cualquier modo, seguimos en la búsqueda frenética y desesperada de la horizontalidad.

-Leo una definición sobre vos del programa oficial de Zinegoak: dice de tu cine que es “una continua exploración de lenguajes propios y formas de mostrar todo aquello que las miradas dominantes pretenden dejar fuera de campo”. ¿La discriminación es el precio?

Discriminación es una palabra fuerte. Creo que el precio es volverte ágil, es encontrar otras maneras. Obviamente, este tipo de cine y de discursos tiene un costo, me parece una obviedad aclararlo. En ese sentido, lo veo como cuando era chica y a la familia le daba pena que sea lesbiana, como si fuese una pérdida para el mundo heterosexual. Diría que es lo contrario: a mí esa forma heterosexual y capitalista de organización me aburre, me deprime y, además, me parece totalmente abusiva. En ese sentido, para mí es una ganancia, una alegría y una felicidad poder hacer las cosas de otros modos, en otras condiciones. Esas condiciones están directamente relacionadas al afecto y al compromiso. Las hijas del fuego es una película hecha desde el compromiso de toda una comunidad y eso tiene un valor que no hay capital que lo aguante. Es una potencia que arrasa con todo.

-¿Cuál es la situación del colectivo LGBTQ+ dentro de la industria audiovisual con respecto a la paridad de género?

En la industria argentina no hay ninguna reflexión sobre eso, en términos de industria. Todavía están discutiendo la paridad de género con respecto a que las mujeres tengamos los mismos sueldos que tienen los hombres. En ese sentido es una industria profundamente patriarcal y machista, sin ninguna duda. En un punto, a veces pienso si no me dediqué a dirigir porque era insoportable estar en un set de gente no elegida por mí. Yo fui asistente de cámara durante varios años y, en un momento, me retiré y a los 24 ó 25 empecé a hacer mis películas. A partir de ese momento empecé a decidir cómo se armaban mis sets. Eso me cambió el imaginario del mundo, mi estado físico, la forma en que mi cuerpo se empezó a parar frente al mundo. Tiene que ver con que no tuve que estar más en una guerra, porque lo otro era una guerra. Hace poco hablaba con una amiga directora de fotografía que me decía que a veces contestaba mal y yo le dije que todas contestamos mal en un set. Estás en un lugar con un montón de tipos que te miran, te tratan mal, que están todo el tiempo esperando que te equivoques o viendo si mirás para otro lado para que te miren el culo o para tocártelo. Venimos de un mundo muy complejo.

Julia Montesoro

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