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DIRECCION EJECUTIVA: JULIA MONTESORO

Juan José Campanella recibió la Espiga de Honor a la trayectoria en la jornada inaugural de la Seminci

Juan José Campanella recibió la Espiga de Honor a la trayectoria el sábado 23, en la jornada inaugural de la 66ª Semana Internacional de Cine de Valladolid (Seminci), que por primera vez otorga esta distinción.

“Seminci es como mi segunda casa, este festival de alguna manera es algo que siempre me ha acompañado en toda mi carrera”, reconoció el cineasta en el escenario, al recibir el premio.

Desde que Campanella visitara Valladolid por primera vez en 1991 con El niño que gritó puta (que le valió el premio a su protagonista, Harley Cross), visitó el festival cinco veces más con algunos de los títulos más importantes de su carrera bajo el brazo: El mismo amor, la misma lluvia, Luna de Avellaneda, El hijo de la novia o El cuento de las comadrejas, su último trabajo.

“La Espiga de Honor no es un cierre, espero que no lo sea, pero es un buen fin del primer acto”, ha reconocido durante el encuentro mantenido con los medios de comunicación, en el que ha destacado la emoción que le causa el premio, una “validación” que le llega en un momento de transición como el actual en el que todo, incluido el cine, está cambiando.

En este escenario, recordó su estrecha relación con Valladolid, una ciudad en la que siempre se siente bienvenido y en la que conoció a grandes amigos, como Gerardo Herrero, Aitana Sánchez Gijón o quien fuera el director de Seminci Juan Carlos Frugone. “Es el festival al que más veces he venido: empecé con mi primera película y prácticamente todas han pasado por aquí”, celebró Campanella, quien en esta edición verá proyectar El cuento de las comadrejas, un proyecto en el que comenzó a trabajar en 1997 y que, convertido en su «sueño dorado», busca rendir homenaje al cine y a quienes lo hacen.

Campanella se mostró desconcertado ante los cambios que experimenta el mundo del séptimo arte, trasladado en cierta medida a las plataformas y sometido a continuos cambios. “¿Quién sabe qué forma tendrá nuestra carrera de contadores de historias de aquí en adelante?”, se ha cuestionado el director, quien ha lamentado que en las salas se esté perdiendo público cuando una de las cosas «más hermosas» es, precisamente, ver a los espectadores y sus reacciones.

Frente a esta realidad se sitúa la del teatro, que aún conserva muchas de las cosas que ha perdido el cine, como la presencialidad del público y el «alma»: “En el cine se ve la representación de los actores. En el teatro se ve el alma de los actores”. Su amor por esta disciplina, en la que se inició a los 22 años, guiará el «segundo acto» de su historia, el que da continuidad a la etapa culminada con la Espiga de Honor: está terminan el Politeama, sala de 700 localidades en la avenida Corrientes.

El humor, como las relaciones familiares, sean o no de sangre, es otro de los «básicos» en sus historias, y el hecho de contar con él siempre hace que a menudo le salga solo, lo que por ejemplo sucedió con el primer guion de El secreto de sus ojos, que fue una comedia. “Estoy sufriendo muchísimo esta ola de corrección política”, ha aseverado en relación a las limitaciones que, desde algunos sectores, se quiere imponer al humor, algo que para el cineasta no tiene cabida dado que este “es mejor y cumple un cometido más importante cuando habla de cosas más fuertes y más dramáticas”.

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