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DIRECCION EJECUTIVA: JULIA MONTESORO

Murió Juan Forn, escritor fundamental, cuyo testimonio fue recuperado en «Soriano», de Eduardo Montes-Bradley y «La boya», de Fernando Spiner

El domingo 20, a los 61 años, murió Juan Forn, escritor, editor, traductor, figura ineludible de la literatura argentina a partir de su novela Corazones cautivos más arriba (1987). Radicado en Villa Gesell, publicó ese primer libro a los 28 años. Su nombre empezó a sonar con el libro de cuentos Nadar de noche (1991), con el que empezó a ser considerado una revelación literaria. Le siguieron las novelas Frivolidad (1995), Puras mentiras (2001), el libro de crónicas La tierra elegida (2005), María Domecq (novela, 2007), Ningún hombre es una isla (crónicas, 2009) y Los viernes (tomos uno, dos y tres; 2015, 2015 y 2016, respectivamente). Trabajó quince años como editor (primero en Emecé, luego en Planeta) y otros cinco como director del suplemento Radar de Página/12.

En 1999 tuvo una fugaz aparición en el documental Soriano, de Eduardo Montes-Bradley. En esos años era el editor del suplemento Radar, de Página/12, diario en el que tuvo un rol brillante con sus columnas de la contratapa de cada viernes.

Dos décadas más tarde, el cine lo rescató en otro documental: La boya, de Fernando Spiner, rodada en Villa Gesell. Participó junto con otras personalidades de la cultura como Ricardo Roux, Guillermo Saccomanno y Pablo Mainetti, quienes decidieron instalarse total o parcialmente en la ciudad balnearia.

El protagonista de La boya, Aníbal Zaldívar, escritor y poeta, amigo de la infancia de Spiner, entrevistó a Forn para la película. Este es un fragmento de dicha entrevista, que fue publicado en el semanario El Fundador el viernes 25 de enero de 2019.

-Hace poco leí en un artículo que alguien te había preguntado ¿por qué te quedaste acá? ¿qué encontraste acá en este pueblo, tan cerca del mar y en esta naturaleza? Quiero volver a hacerte esa pregunta.

Lo primero que encontré fue precisamente la posibilidad de vivir el sueño de mi vida que era vivir al lado del mar; después se trató del aspecto más convencional y doméstico de la cuestión: que era un pueblo que tenía la suficiente infraestructura en el invierno para vivir. Nosotros teníamos una hija chiquita y había escuela, hospital, vecinos y estaba relativamente cerca de Buenos Aires y yo tenía que seguir trabajando con Buenos Aires, así que cada tanto tenía que ir. Pero, como pasa siempre, lo que más te gusta del lugar lo descubrís después y a mí lo que más me gusta de Gesell es que es un pueblo de renegados, un lugar donde a nadie le gusta que le digan cómo se tienen que hacer las cosas. Cuando todos los demás lugares se van poniendo producidos, Gesell sigue bardo. Hay una combinación de cosas que me gustan acá, pero sin duda lo que más me gusta es el mar, que lo tenemos a 15 metros…

 ¿Cómo influyó este nuevo paisaje, esta nueva presencia en tu literatura y en tu condición de creador?

Me cambió para bien, por lo menos eso me dicen, lo que quiere decir que era bastante horrible cuando vivía en Buenos Aires… Hay una anécdota que he contado otras veces: iba caminando por la playa, terminando el primer invierno en Gesell y, salí a caminar por la playa con mi uniforme de ciudad, camperón negro, pantalón negro, borceguíes negros, gorro negro. Era uno de esos días en que hace frío pero sentís que el solcito empieza a calentarte un poco los huesos y de pronto veo que sale del agua un surfer, se saca el pasamontaña de neoprene, sacude las rastas, me mira pasar y me dice: “Yo en Buenos Aires también era dark, pero acá soy luminoso, loco…”, mirando el sol. Entonces dije: “yo quiero ser luminoso también”.

¿Cómo se conecta esta nueva experiencia para vos con tu condición de escritor, vos ya viniste acá con una carrera de escritor en pleno desarrollo?

Por esas vueltas de la vida mi actividad literaria se terminó relacionando con el mar de una manera insólita. Yo había llegado más o menos en el 2003, y a fines del 2007 terminé una novela autobiográfica, María Domecq, en la que dejé la piel, y quedé vacío. Ahí me dije: “No tengo qué escribir, qué va a ser de mi vida…” Era una época que en Página 12 nadie quería escribir contratapas, habían quedado como vaciadas, y yo pedí la contratapa del viernes: “En algún lugar me tengo que esconder hasta que se me ocurra de qué escribir”, pensé y me fui ahí. Porque de pronto se me ocurrió… Yo siempre he sido un lector feroz, y siempre me ha llamado la atención adónde va a parar ese estado celestial cuando uno termina de leer un libro: es algo que casi nunca logra compartirlo con nadie, se te va extinguiendo solo adentro, es muy raro que te encuentres con alguien que leyó el libro a la par que vos, que le gustó a la par que vos, ni hablar encontrarte con el autor y poder decirle algo. Así que generalmente cuando le empezás a hablar a alguien de un libro que el otro no está leyendo… no da. Pero yo me pregunté: “¿Qué pasa si pongo en lo que escribo eso que siento cuando termino de leer?”, así que empecé a escribir sobre lo que leía, encaré la contratapa así, en vez de inventar historias con personajes imaginarios como solemos hacer los narradores.

La boya se estrenó en diciembre de 2018. Solo dos meses después, en febrero de 2019, se presentó el cortometraje Nadar de noche, una producción chilena dirigida por el actor argentino Paulo Brunetti, que tuvo como eje la conversación de un padre con su hijo. Es un corto donde queremos movilizar a la gente. A mí me emociona la persona mayor, la relación que podemos tener con las personas mayores, porque respeto la historia, la sabiduría y lo que uno aprende, además de lo que nos deja”, indicó el actor-director.

Foto principal: Juan Forn en Soriano.

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