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DIRECCION EJECUTIVA: JULIA MONTESORO

Virna Molina y Ernesto Ardito terminaron el rodaje de «La bruja de Hitler»: «Planteamos una fábula fantástica para hablar del nazismo»

Virna Molina y Ernesto Ardito terminaron en mayo el rodaje de La bruja de Hitler. Aunque se trata de una ficción, temáticamente se vincula con la intolerancia, uno de los tópicos recurrentes en su saga como documentalistas.

La bruja de Hitler se rodó en Bariloche y no está basada en hechos reales. Se trata una historia política cargada de elementos que rozan lo fantástico, cuyos protagonistas son adolescentes, quienes despiertan al amor, al descubrimiento sexual y al mundo de los adultos, en una comunidad que aunque parece de ensueños, se construye sobre el odio al diferente.

-¿Cómo llegaron a la conclusión de que La bruja de Hitler no sería un documental sino una historia de ficción?

Virna. Nosotros armamos una fábula en base a una gran investigación histórica, donde se mezclan los elementos y los géneros. No buscábamos una historia en particular: queríamos hablar del nazismo. Pero no como un evento histórico anclado entre los años 30 y 1945 sino desde el espíritu nazi: ese elemento de destrucción, del desprecio hacia el otro, que persistió después del fin de la Guerra. Planteamos la peli como una fábula fantástica, un cuento de hadas (entre comillas) donde tratamos de reinterpretar la estética, las formas y los conceptos de belleza que nos metieron desde chiquitos: la estética de lo correcto, lo superior, de los símbolos que debíamos alcanzar como estátus de perfección.

Ernesto. Es una película de época. La situamos en el verano de 1962, en el seno de una familia alemana que convive con otra familia de militantes de un nazismo fuera de lugar. Trabajamos el argumento desde el punto de vista de los niños, niñas y adolescentes, para tratar de entender si siguen o no con este mandato paterno. Nos interesa entender hasta dónde llega la represión del ser humano, a partir no solo de la ideología sino también de la moral instalada en el seno de la familia.

-¿Buscan resignificar esos rasgos de época trasladándolos hasta el presente?

Virna. Sí. Pero aunque concluyó el rodaje, terminaremos de construir el relato en la etapa del montaje, que es la instancia definitiva de la película. El rodaje es fundamental -sobre todo en una ficción-, pero en el montaje el significado de la película puede reinventarse.

Para llegar allí, primero tenemos que ordenar el caos económico-administrativo. Fue muy difícil –y muy costoso- rodar en pandemia: todavía estamos saldando deudas. Después de ordenar este aspecto, nos meteremos de lleno en la etapa de observar lo que se filmó y a partir de ahí entender lo que las imágenes nos están contando. Es quizás una posición muy documentalista. ¡Y me encanta eso!

Ernesto. Nos gusta mantener la adrenalina de lo impredecible. En el cine documental cuando llegás a la situación buscada hay que registrarla de la mejor manera posible, porque si no se pierde para siempre. En la ficción parece que uno tuviera todo controlado. Pero es lo que tratamos de evitar. Partimos de un guion, pero en el set fuimos absorbiendo la energía que sucede allí, como una cuestión muy lúdica. Nos gusta mucho la metáfora de La invención de Morel, de Bioy Casares: cómo un observador puede ver una escena del pasado que se repite continuamente y trata de llevarlo hacia el presente. Es el juego que hacemos entre documental y ficción. Como si fuéramos con una cámara y empezáramos a observar la vida de una familia, que viven en esos relojes donde los personajes salen y vuelven a entrar a cierta hora. Nosotros estábamos con la cámara investigando eso, la salida de esos personajes. Ayudados por la escenografía: una casa gigante en Villa Tacul, un paraíso perdido a 30 kilómetros de Bariloche, aislado de todo el mundo.

-¿Cómo llegaron a esa locación, teniendo en cuenta que el rodaje se demoró más de un año por la pandemia?

Virna. Una parte de mi familia vive en Bariloche. Yo misma viví allí. Por eso siempre volvemos. Villa Tacul es un espacio que le pertenece a un sector muy privilegiado: hay muy pocas casas (todas son tremendas mansiones) habitadas en su mayoría por las familias históricas de este país. Solo en los últimos tiempos empezaron a recuperar territorio mapuche algunas comunidades. De alguna manera, es un símbolo de lo que fue Argentina y el mundo en la búsqueda de los estándares de belleza y de perfección. De alguna manera, la historia convive con el imaginario visual.

El grupo trabajó tres semanas en una de esas casas. Solo una parte estaba en una posada que quedaba a un kilómetro y medio de allí. Allí quedamos como en una burbuja, aislados. Habitamos este espacio y también sus fantasmas, sus historias y su energía. Eso influyó en el rodaje y en los personajes, que se iban construyendo en el día a día.

-¿Desde ese “imaginario visual” se fue construyendo la historia?

Virna. Uno va imaginando un montón de cosas: a la investigación se le suman las referencias estéticas, las historias familiares, los archivos propios. También hablamos muchísimo con Carlos Echeverría (NR.: realizador nacido en Bariloche). Así fuimos tejiendo una historia que no nos fue tan cercana como Sinfonía para Ana, en la que estuvimos trabajando veinte años en historias de los años 70, de luchas y de desaparecidos.

Ernesto. En esta historia hubo que hurgar en líneas más personales y el contexto histórico. La pandemia nos permitió darle otra vuelta, pero también hubo que achicar y concentrar en líneas argumentales muy concretas. No se podía filmar como estaba previsto originalmente, con más extras y escenas más generales.

La bruja de Hitler remite a una antigua relación, no siempre transparente ni pública, entre Bariloche y el nazismo. ¿Cómo asumieron ustedes ese vínculo? ¿Atravesaron alguna dificultad en particular?

Ernesto. Aunque estamos hablando de Bariloche todo el tiempo, la película podría transcurrir en cualquier pueblo de la Patagonia Norte. Nunca se nombra el lugar. Pero hubo situaciones extrañas en la preproducción. Por ejemplo, buscamos un coro que nos pidió el guion y quiso saber en qué momento iba a participar. Y dijo que no. Alquilamos casas para que se alojara el equipo técnico, acordábamos y cuando se enteraban qué tipo de película íbamos a hacer nos decían que no estaba en alquiler. También pasaron cosas raras con algunos proveedores. Siempre queda todo en una nebulosa, una zona gris.

En cuanto al pasado, hay una doble lectura: por un lado no se puede negar que hay una especie de turismo nazi, que alimenta el mito de que Hitler estuvo vivo en Bariloche, y por otro lado realmente la ciudad se desarrolló con capitales nazis y los comerciantes están todos vinculados de alguna manera.

La relación de Bariloche con el nazismo no solamente existe en las relaciones vinculantes económicas, que es muy fuerte, sino también en las ideologías familiares que se fueron transmitiendo. Lo que más impresiona son los pactos de silencio.

-¿Hay alguna previsión de cuándo estará terminada?

Ernesto. Calculamos tener un primer corte a fin de año y la masterización del sonido a comienzos de 2022. Pero no sabemos qué va a pasar con el universo de los exhibidores. ¿Cuántas películas nacionales están tomando las salas, cuántas hay en espera? ¿Les puede atraer una película de estas características? ¿Los exhibidores y las grandes cadenas se van a amparar con que estuvieron cerrados mucho tiempo y se van a quedar solo con tanques? Quizás busquen evitar las películas nacionales amparándose en eso.

En cambio, sabemos que la gente quiere ir al cine. Nosotros vivimos en la esquina de una sala y ni bien empezaron a abrir, llenaron la capacidad.

Julia Montesoro

Fotos: IG de Martín Turnes.

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