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DIRECCION EJECUTIVA: JULIA MONTESORO

Raúl Perrone estrena «Corsario»: «Siempre trato de escaparle a la obviedad»

Raúl Perrone estrena Corsario, película a la que define como “un poema” y que contiene parte de sus obsesiones y recurrencias: la experimentación, el registro del tránsito de la niñez a la adolescencia, Pasolini, los poetas malditos, el barrio. Lo narra a su manera: explorando estéticas no convencionales. En este caso, a través de una cámara estenopeica. Gira en torno de los desvelos de un director (una libre interpretación de Pier Paolo Pasolini, encarnado por un Martín Bermello sorprendentemente parecido en su aspecto físico), quien junto a su asistente hace un casting buscando chicos y chicas para su próxima película. Hasta que sale a la calle a encontrarlos. Es un cazador en busca de sus presas.

Corsario se presenta en Cine.ar Estreno el jueves 3 de septiembre.

Raúl Perrone dialogó con GPS audiovisual con respecto a Corsario y a su cine.

-¿Qué es un estenopo? ¿Qué significa filmar con una cámara estenopeica?

La estenopeica es una cámara muy antigua, que únicamente podía sacar fotos pero en cámaras analógicas. Es como una cámara sin foco ni lente, por lo tanto no tenés ningún control sobre la imagen. Trabaja con la luz que entra. Se han hecho estenopos con películas analógicas, con caja de fósforos, con distintos objetos. Es muy interesante para experimentar. Pero nunca se usó en una cámara digital porque es muy difícil: hay que sacarle el lente a la cámara, agujerear la tapita de la cámara y atrás ponerle una película. De esa forma se calcula la entrada de luz. Sin sol no podés filmar; entonces es prueba y error. El resultado para mi quedó súper bello, pero llevó mucho trabajo la investigación.

-¿Cuáles fueron las posibilidades que te dio el uso de la cámara estenopeica?

Hay que conocer la cámara, y saber de qué manera tenés que filmar para lograr una imagen más o menos visible. Tener mucho sol no garantiza una buena imagen. Nosotros llegamos a un grado de conocimiento en donde sabíamos cómo conseguíamos el foco. Por ejemplo, en planos muy generales es casi imposible que lo puedas lograr, y nosotros de alguna manera tratamos de llegar a eso. Una ventaja, a mí que me gusta ser prolijo, es que me da la posibilidad de seguir investigando al cine. Todas las cosas son muy parecidas entre sí, y de alguna manera yo quiero ir de la vereda de enfrente, como siempre. Eso me emociona. Algunas personas vieron la película antes de que empezara a rodar por los festivales y nunca se dieron cuenta cómo estaba hecha. Después empecé a decir que la había hecho con una estenopeica, pensaban que era fílmico o una película vieja encontrada.

Corsario es, entre otras cosas, un homenaje a Pasolini. Un homenaje tan explícito que hasta su protagonista es asombrosamente parecido. ¿Cómo fue encontrarte a este actor, y en qué consistió el trabajo de marcarle determinadas situaciones y movimientos?

Ya en mi película anterior, Ituzaingó Veritá -que estuvo en el Bafici en el 2019, y transcurría de noche y en fiestas-, había puesto ahí a este personaje sacando fotos y reunido en la fiesta. Es un alumno mío, que me gustó tanto que después cuando empecé a pensar en la película con la estenopeica dije “bueno, a lo mejor es hora de cerrar”.

Me gustan mucho las trilogías: ya había puesto un poema de Pasolini en el final de Pendejos y después hice Ragazzi, que tomaba a los chicos en el río, matando a otro. Me pareció que era una manera de terminar, y directamente saqué de la otra película imágenes que tenía e hice ésta.

Pero en realidad, es como si Pasolini viniera a visitarme a mí. Jamás me atrevería a hacer una biopic sobre él ni sobre nadie, pero me gusta confundir un poco. De hecho, desde el momento en el que está Pasolini haciendo un casting a chicas y chicos, ya sabemos que no puede ser él, no coinciden las épocas.

-Hay en este personaje una utilización obsesiva y maniática de la cámara. Una necesidad de registrar todo en tiempo real. ¿Es autorreferencial?

Sí, siempre aparece, de alguna manera. Algunos directores solemos decir que ciertos personajes de las películas que las habitan somos nosotros, en alguna medida. No por lo que haga el personaje, sino por la cuestión de querer filmar y de estar a la búsqueda de lugares. Yo lo hago habitualmente. Es de las pocas cosas que extraño ahora en cuarentena: ir a Ituzaingó a caminar con gente que labura conmigo para buscar siempre lugares nuevos, como personajes en la calle o gente en los bares. Laburo de esa manera, más allá de trabajar con mis alumnos y con algunas otras personas que me escriben, como actores no conocidos o del under, gente a la que le doy oportunidades. Ese es el trabajo de poder encontrar gente y caras nuevas. A mí me gusta que la gente vea una película y pueda no decir “ahí está Francella”.

-Pero esas son caras en las que uno puede reconocerse como espectador.

Siempre me pareció que eso me corría del eje de la película en sí. Yo no sé por qué la gente, cuando dice “voy a ver una película de Darín”, va a verla. Hay alguien que hizo la película de Darín y Darín no existiría sin esa persona que lo filme. Con todo respeto lo digo. La gente común dice “voy a ver una de Darín, de Natalia Oreiro”, y yo no encajo en eso. Me gusta ir y no saber quiénes son los que están actuando, ni tener ninguna información previa. Que la gente tenga empatía con esos personajes que están viendo ahí.

-En esto que decís tiene que ver la influencia de la televisión, en esas caras que se vuelven reconocibles. Tu cine pasa por otro lado.

Creo que a veces eso resta un poco. En el sentido de que a lo mejor ya no se sorprenden si van a ver a determinados actores de la televisión. Es contradictorio: los van a ver porque les gustan lo que ven en la tele, pero después lo que hacen es absolutamente distinto. No sé si eso ayuda a una película o la corre del foco, en tanto uno está viendo lo que hace el personaje y no lo que pasa.

Corsario también tiene una referencia a los jóvenes. Los “pibes” de Perrone, una de las recurrencias de tu filmografía. ¿Cómo es el proceso de selección de estos pibes, estos no actores, para convertirlos en protagonistas?

Eso es lo que más me gusta. Lo hago desde que tengo 19 años y empecé a hacer Super 8. Soy un enfermo de creerme lo que veo y tener empatía. Me doy cuenta de la sobreactuación, o de planos que ya se vieron veinte mil veces. En cuanto a los pibes, pueden estar en la calle o generalmente es gente que conozco. En su mayoría, muchos pasaron por mi taller. Siempre trabajé con gente que me rodea. En los 90 trabajé en Tiempo Argentino y filmaba con gente que laburaba en el diario. Cuando empecé a hacer películas siempre pensaba en alguna cara que ya había visto y les preguntaba si les copaba laburar en eso.

Corsario fue escrito para Martín, el protagonista, porque ya tenía su cara y tenía la pauta de que jamás había visto algo de Pasolini. Yo le pedí que no lo imite, que no viera ningún documental suyo, y le marcaba lo que quería, porque yo sí lo tenía muy visto a Pasolini. La imitación a veces –sobre todo cuando no son actores-, es fácil de reconocer, y no sé si me gusta mucho eso. Uno se da cuenta de que está imitando la manera de caminar, por ejemplo. Eso después te come el personaje.

-Mientras nosotros estamos hablando, se estrena en Brasil tu película más reciente, llamada justamente Algunos pibes. ¿En qué consiste? ¿Cuál es el sello Perrone en lo experimental de esa película?

Nació del encierro. Yo filmo únicamente los viernes porque los sábados y lunes doy mi taller, y después edito obsesivamente hasta el viernes siguiente. Al principio de la pandemia me pregunte qué iba a hacer sin poder salir a caminar. Entonces empecé a limpiar discos rígidos. Y me di cuenta de que había muchos planos de películas que hice en 2006 y 2008, que no había usado, y que precisamente eran de pibes. Dos o tres películas que hice en aquel entonces de bonus tracks, de pibes skaters, de algunos bikers que andaban en la plaza.

Por otro lado, ya estaba en contacto con unos pibes con los que íbamos a filmar, suponiendo que todo esto iba a pasar rápido. Y los pibes estos me contaron que algunos ya son skaters casi profesionales, que en algún momento habían ido a Nueva York (en 2014 o 2015), a un viejo puente en Brooklyn que ya no existe más, donde se juntaban los skaters de todo el mundo, y ellos estuvieron filmando ahí. Entonces me cedieron esas imágenes, que así sueltas no significaban nada. Con todo eso, armé una película con cuatro historias muy cortas.

Se llama Algunos pibes justamente por eso, porque se trata de algunos pibes que andan en bicicleta, en skate, o no y que andan por la calle simplemente.

-¿La pandemia te impulsa a seguir haciendo películas?

Sí: ya tengo dos. Una está terminada y quiero mandarla a algunos festivales del exterior. Se llama Sean eternos y es sobre pibes de Ituzaingó muy marginales, que han tenido abusos de chicos. Quería mostrarlos pero no en su entorno de violencia, sino como chicos de 17 o 18 años. Hay como un relato arriba de la película que cuentan en primera persona, que me contaban a mí: que eran perseguidos por la policía, que empezaban a robar porque los padres les pegaban.

La película nos muestra cómo chicos comunes que van a una colonia de vacaciones y se encuentran con otros pibes, juegan, nadan y se divierten. Hay un contraste muy fuerte entre lo que escuchamos en off y lo que pasa. Es muy poética. Siempre trato de escaparle a la obviedad. No porque esos chicos tengan esa vida me va a gustar mostrarlos en su entorno tan violento y mostrar que ya la pasaron. Por eso se llama Sean eternos.

Algunos pibes fue producida durante la cuarentena. Al mismo tiempo estás terminando otra película. Tu obra tiene más de 60 títulos. ¿Hay algo en tu vida que no sea pensar en el cine?

Pienso en otras cosas, pero no puedo dejar de hacerlo. También tengo mis talleres. Me gusta mucho editar: yo filmo rápido, pero editar me lleva cinco o seis meses. El cine me obsesiona, me mantiene la cabeza ocupada. Y es artesanal: casi todo lo hago yo. ¿Por qué tendría que cambiar?

Julia Montesoro

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