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DIRECCION EJECUTIVA: JULIA MONTESORO

Franca González estrena su documental «Vinci / Cuerpo a cuerpo»: «Me interesa el cine que te hace pensar y dar espacio para interpelarte»

A los 92 años, el escultor Leo Vinci tiene varios sueños pendientes: uno es atacar el bloque de mármol que lo espera en el patio; quiere enfrentarlo cuerpo a cuerpo, como los luchadores de sumo.

Franca González recogió algunos de esos sueños pendientes del escultor para plasmar su documental Vinci / cuerpo a cuerpo, que luego de su preestreno en el BAFICI se presenta el viernes 3 a las 18 hs. en el CCK, en el marco del Festival La Mujer y el Cine y desde el domingo 5, todos los domingos a las 19 hs. en Cine Arte Cacodelphia. Si bien no es un documental sobre artes plásticas, en todas las proyecciones van a estar la directora y el escultor para dialogar con el público.

-¿Qué te llevó a interesarte por la vida de un escultor? ¿Qué vínculo tenías o tenés con la escultura? ¿Por qué Vinci?

Porque me encanta filmar la acción del trabajo manual. Con el tiempo tomé conciencia -y me lo han hecho notar- que en varias de mis películas, como Liniers, el trazo simple de las cosas (2010), Tótem (2013) o Al fin del mundo (2015), hay algo de ese ejercicio repetitivo en la búsqueda de lo creativo que me genera mucho misterio. Me gusta mucho ese registro. Y el espectador que no tiene idea qué es lo que va a terminar sucediendo con eso que se está pensando o gestando. Leo Vinci, más allá de ser un maestro en su rol artístico, tiene algo del hombre que hace. Ese acto de fe, de saber que está modificando la realidad que lo rodea con el simple hacer de sus manos.

Él tiene una especie de lema que es que el ser humano es el único animal capaz de crear algo nuevo para el mundo. ¡Ningún otro animal puede hacerlo! Pueden hacer cosas, moverse, transformar el medio ambiente, pero nunca incorporar algo nuevo, como una obra.

Encontré algo de fascinante en ese mundo de Leo. Seguir tan activo a los 92 años arriba de un andamio, levantándose cada mañana con una idea nueva de trabajar como muy rápido. Además, habiendo atravesado situaciones muy críticas como la pandemia, sintiendo que estaba en su salsa, porque tenía todo el derecho del mundo a no tener que verse con personas y quedarse ahí adentro, trabajando todos los días. Como él dice: su labor consiste más en jugar que otra cosa. Pero jugar como hacen los chicos, quienes sienten que están haciendo algo serio, que los compromete, que ponen el alma y la vida.

-Conociste a Leo Vinci a comienzos de 2019. ¿Qué viste en él para imaginarlo como protagonista de un documental?

Estaba terminando de hacer Miró. Las huellas del olvido (2018) y había colaborado Pablo Vinci, un escritor maravilloso que es hijo de Leo. Me pidió si podía hacerle unas fotos en la casa-taller de su papá, donde pensaba hacer un taller literario.

Yo tenía referencias de Leo como artista plástico y representante del Grupo del Sur, que en los años 60 generó una especie de contraste con el Instituto Di Tella por oposición al esnobismo y al arte abstracto. Ese movimiento impactaba más en el espectador porque era un arte más comprometido, con un concepto para transmitir más vinculado al aquí y ahora, a la idea de la identidad cultural.

Esa casa-taller es una vieja panadería del siglo XIX ambientada con muy pocos elementos que te identifican con la actualidad. Como se ve en la película, que podría transcurrir a mediados del siglo XX o aun a fines del siglo XIX.

Leo vive en un mundo completamente analógico y concreto. Sus herramientas son heredadas de un de un tío italiano de 1880 ó 1890. Él, a su vez, construye las propias. Entonces pensás que quizás ese sea el secreto para llegar a esa edad y con esas ganas de seguir haciendo cosas.

Creo que también mucho se lo debe a Marina, su compañera con la que lleva 40 años juntos. Ella es un estímulo muy grande. Tienen bastante diferencia de edad porque fue alumna de Leo. Es una talentosísima escultora. Compartir el lugar creativo, poder intercambiar y también criticarse entre ellos, aceptar que trabajan de modo tan diferentes una obra, es muy enriquecedor. Es una historia de amor en la que cada uno puede hacer cosas diferentes, pero apoyándose el uno con el otro.

-¿Tenías algún tipo de acercamiento a la escultura? ¿O te fuiste introduciendo en ese mundo a medida que hacías la película?

Siempre sucede de ese modo, por lo menos para mí: el cine documental no es un espacio en el cual uno es especialista de un tema y por eso lo desarrolla, sino todo lo contrario. Sentís algo que te provoca. Tus personajes te interpelan. A través de ellos estás contando algo. No necesariamente tiene que ver con la calidad artística de Leo: me interesaba más su mundo íntimo, las cosas que pasan por la cabeza de un escultor a esa edad. Le tocó vivir cosas muy fuertes a lo largo de su vida y sigue encontrando estímulos para la creación, ocupando su territorio, sin necesitar salir de esos márgenes para ser feliz. Más allá de la ambición de volver a la naturaleza porque es su espacio de alimentación creativa.

Me pasó lo mismo que cuando hice el documental sobre Liniers: no era una especialista ni me interesaba particularmente la historieta, sino que me interesaba ese elemento fuera de lo cotidiano que permitía ver que allí había una película.

-¿En qué momento vos descubriste o sentiste eso que buscás en tus películas y qué grado de interés o de aceptación tuviste de él?

Desde un comienzo tuve conciencia de que era un personaje muy rico para explotar. Porque además tiene algo que les pasa mucho a las personas muy mayores, y es que están más allá de todo. Son totalmente desinhibidos ante lo que uno va a buscar o proponer.

Cuando le planteé filmarlo a lo largo del tiempo, una vez por mes, me preguntó qué quería contar porque no le interesaba que una cámara simplemente lo registrara. Allí hubo una lucha para vencer sus propios preconceptos de lo que él esperaba que fuese una película. Estaba muy canchero por sus años de docencia para hablar frente a un micrófono y tener muy claro lo que quería decir. Le dije que nada de eso me importaba y que no quería que se pusiera en maestro. No quería que cuando llegara a filmar él tuviera todo acomodado, con la escultura terminada. Me interesaba el proceso del caos. Eso costó un poco.

-Tanto tu película anterior, Apuntes desde el encierro como en esta se pueden considerar documentales de contemplación, cargados ambos de poesía visual. ¿Es tu estilo narrativo o es coincidencia?

Me gusta mucho el cine que te hace pensar. Que no necesariamente te esté bombardeando con un texto o una música, sino que te dé espacio para interpelarte a vos mismo, a cuestionarte. Ver por qué el director decidió que esa toma dure todo ese tiempo. O que utilice un plano general, donde generalmente hay algo más que me quiere contar que no está puesto en lo que sucede de modo evidente.

Hay factores muy pequeños, como la luz que entra desde una ventana, que me aportan un montón a la historia que estoy queriendo contar. Esas pequeñas cosas que se cuelan aportan esa poesía visual. En definitiva, son las cosas con las que más me gusta jugar o construir.

-¿De qué forma te planteaste trabajar con ellos conservando ese sello propio?

Trabajar con personas que no son actores implica construir un mundo real a través de acciones que requieren una puesta en escena. A partir de lo que busco contar pienso en un pequeño núcleo narrativo. Por ejemplo, Leo quería recuperar una foto que Sara Facio le sacó en el estudio cuando tenía 34 años. Yo no quería que las cosas sonaran forzadas, así que lo hizo a su modo, no como un ejercicio actoral. Lo importante es mantener la actitud del cazador, esperando, hasta que un momento surge lo espontáneo.

-Leo Vinci se define como un ‘laburante que no cree en la ‘inspiración’ ni en el ‘sacrificio’. ¿En qué creés vos en el momento de emprender un nuevo documental?

Me considero una laburante (piensa). Ya venía de esta historia con Liniers, quien decía que la inspiración eran las horas-culo que uno le ponía. Que uno tiene que crear como mínimo diez cosas para que haya una buena. Creo mucho en eso, en la fuerza del trabajo. La inspiración es un valor muy sobredimensionado. Y si aparece, mejor que te encuentre trabajando, porque si sucede cuando estás haciendo cualquier otra cosa te va a servir poco.

Lo que más me gusta de Leo es esto de desentrañar y dar vuelta la palabra sacrificio. Él dice que la palabra le interesa porque viene del “sagrado oficio”. Para él la escultura es un sagrado oficio que sigue eligiendo cada día. Y se siente mucho más identificado desde ese lugar.

Julia Montesoro

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