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DIRECCION EJECUTIVA: JULIA MONTESORO

María Onis estrena «Insula»: «Quisimos reírnos de ciertos comportamientos del paternalismo blanco»

María Onis estrena el martes 1 el falso documental Insula, una reflexión en tono satírico sobre las dificultades para abordar aquello que se desconoce, protagonizada por María Soldi, Francisco Benvenuti e integrantes de la Comunidad El Traslado.

Escrita con María Amdan, Insula trata sobre una estudiante de antropología y su compañero, un estudiante de cine, que quieren dirigir un documental sobre una comunidad wichí en Argentina. La diferencia entre los jóvenes urbanos acomodados y los sujetos filmados aparece en los primeros momentos de filmación: el sonidista obsesionado con la pérdida de su navaja suiza, sesiones de yoga incongruentes en medio de un pueblo arrasado, explicaciones tediosas que causan perplejidad y una ironía silenciosa por parte de la comunidad Wichí, cuya colaboración es necesaria para este proyecto que pretende “aumentar la visibilidad” de una forma de vida tradicional amenazada por disputas por la tierra. En nombre de la ciencia o del arte se suceden desecuentros o desajustes sobre un proyecto inviable, que solo se mira y se escucha a sí mismo y nunca tiene en cuenta a aquellos que están frente a la cámara.

María Onis fue entrevistada por GPS audiovisual por el estreno de Insula.

-¿Cuál fue el punto de partida de “Insula”? 

En principio fue hacer una película sobre el desmonte en El Impenetrable. Luego, estando allí, surgió la idea hacer otra película en la nos reiríamos de ciertos comportamientos del paternalismo blanco. Pero esta vez partiendo de la observación del lugar desde el que se narra.

-¿Cómo surgió el concepto del falso documental que confrontara dos mundos opuestos?

Tuvimos que realizar partes con ficción para contar la película, porque era muy difícil filmar lo que pretendíamos: esos momentos de intimidad en donde se piensa un poco en voz alta, donde se cruzan la corrección política con la impunidad.

-¿Cómo fue el proceso de búsqueda de una comunidad indígena, y cómo fue la interacción para que aceptaran participar del proyecto?

Nos introdujo Ana Alvarez, una ingeniera agrónoma que trabajó con la comunidad realizando un mapa de los usos del territorio y que logró un fallo a favor de ellos en la disputa.

Buscábamos un lugar muy aislado en donde pudiéramos encontrar conocimiento sobre el monte: recolección de miel de los árboles, métodos de cacería, de uso de hierbas y plantas…

La predisposición de la comunidad siempre fue muy buena: uno de los gestos más amables fue que cada mañana al salir de la carpa notábamos que nos habían dejado leña al lado del fuego. Otra cosa particular fue que con el correr de los días las mujeres empezaron a hablarnos: en un principio, era solo el cacique quien se dirigía a nosotras.

-¿Cómo fue cambiando el eje de la narración según la imprevisibilidad de los integrantes de la comunidad?

En un principio, pretendí reconstruir algunas escenas con los actores y la gente de la comunidad. A medida que pasaba el tiempo me fui dando cuenta de que iba a ser imposible. Que no se podía hacer sin forzar un poco la situación. Fue entonces cuando pensamos en escribir escenas que pudiéramos filmar. Entonces ideamos planos y contraplanos en diferentes espacios y momentos.

Fue difícil la enorme contradicción de haber esperado años para volver a filmar, pero a la vez no hacer lo que criticamos, de forzar situaciones.

-Los momentos del montaje (la escena que más se repite de diversas formas, donde más se cargan las tensiones y las inseguridades), revelan la insatisfacción de los realizadores. ¿Es una reflexión sobre el oficio del director?

Ser realizador es bastante insatisfactorio, en el sentido de que hay mucha presión puesta en esa figura sobrevaluada y de todas maneras es quien debe responder si el resultado final resulta o tiene un mal recorrido.

Es un poco más amplio: es sobre el proceso en el que se toman determinadas decisiones que son las que finalmente construyen “el relato” blanco urbano. La voz desde la que se habla es la mayoría de las veces la misma. Entonces, sea desde la ciencia y su objeto de estudio o desde el arte y su asistencialismo, es difícil llegar a la voz del otro. En la película los personajes hablan todo el tiempo, excepto hacia el final.  

La película plantea un aire de sátira sobre “chicos blancos descubriendo la Argentina profunda e invisibilizada”. ¿Una lectura posible es que se perciba como una mirada de superioridad sobre la comunidad indígena?

No de superioridad: los personajes tienen buenas intenciones y ciertos conocimientos. Pero en el proceso se dan cuenta de que saben muy poco de otras cosmovisiones y que los otros mundos son infinitos y merecen una percepción mucho más delicada y detenida para poder establecer alguna cercanía o empatía. En un sentido clásico podría ser una película de iniciación.  

-Insula obtuvo una mención especial en el BAFICI. ¿Qué te devolvió el público sobre la película que no habías advertido?

No sé si algo que no había advertido. Pero me llamó mucho la atención la imposibilidad de alguna gente para identificarse en algunos gestos, de los cuales casi nadie escapa.

Norberto Chab

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