Beda Docampo Feijóo regresa a la dirección (su último estreno fue Francisco: el padre Jorge, en 2015) con La maldición del guapo, comedia protagonizada por Gonzalo de Castro y Juan Grandinetti, que se estrena en Cine.ar el jueves 27.
La producción indaga en el vínculo ambivalente entre ambos personajes, padre e hijo: el primero de ellos es un estafador en retirada que trata de no desaprovechar una oportunidad que se le presenta para volver al ruedo; el hijo, distante en lo geográfico y lo afectivo, busca modificar su implacable juicio de valor sobre su padre propiciando nuevas formas de reencuentro.
Beda Docampo Feijóo dialogó con GPS audiovisual acerca de La maldición del guapo.
-¿Cuál fue el punto de partida para desarrollar una comedia de estafadores?
La estafa en la película es una excusa: la columna vertebral es la relación entre un mal padre tan encantador como egoísta que dice querer recuperar el cariño del hijo pero no vacila en meterlo en un lío a sus espaldas. Es un mal padre, como tantos, esencialmente porque considera al hijo una prolongación de sí mismo y no concibe que tenga su propia individualidad; en esa lucha con el hijo llega a considerarlo un poco tonto; es decir, el hijo es más pintón y es joven, pero el padre está convencido que el vivo de los dos es él y esta certeza va a ser su perdición.
-¿Qué referencias cinéfilas y literarias tuviste en cuenta?
Ciertas películas de Wilder y de Woody Allen.
-¿Asumís el riesgo de que la picaresca no sea un género “de moda”? ¿Que haya que defenderla con la palabra, sin efectos ni recursos digitales?
La comedia se defiende sola si el espectador se va con una sonrisa de la sala. En el caso de La maldición del guapo, se intenta que además de eso le quede al público la posibilidad de pensar sobre las relaciones de los padres y los hijos, de los matrimonios como sociedades anónimas, de los sentimientos contradictorios de las amistades, etcétera.
-El eje de la comedia pasa por el vínculo entre un padre y un hijo. ¿Cómo fue trabajar con dos actores de orígenes diferentes, cuáles fueron sus aportes en la composición de sus personajes? ¿Qué elementos narrativos privilegiaste para que se entienda la relación entre ambos’
Que el padre, un español, hubiera vivido en Buenos Aires y que su hijo hubiera nacido en esa ciudad, no es sino la metáfora de mi propia vida donde lo español se mezcla todo el tiempo con lo porteño, potenciándose. Hice hincapié para acentuar el conflicto que el hijo quiere ser europeo y que el padre, siéndolo, vive encantado con los detalles porteños como tomar mate, usar expresiones idiomáticas argentinas o cocinar pizzas al mejor estilo de la calle Corrientes. Es más, al bar que alquila le pone de nombre Borges.
-Las diversas situaciones fluyen de un modo ligero, como si cada uno supiera que es un engañador y está semblanteando al otro a ver cuándo lo engañará. ¿Dejaste de lado el drama deliberadamente? ¿Lo fuiste probando en la escritura y no te convenció?
Partí de la convicción de que además de la intriga de cómo iba a terminar esa relación entre el padre y el hijo y la propia estafa, debía haber una intriga adicional basada en que los personajes tuvieran muchas caras y el espectador los fuera descubriendo poco a poco. Mi premisa en la construcción de los personajes fue: nadie es lo que parece.
-Cada uno de los personajes protagónicos tiene un recorrido donde más tarde o más temprano muestra su mirada amoral, su justificación sobre el engaño. ¿Está pensada también como una alegoría sobre la clase política?
Todos los personajes parecen compartir el lema de que robar a un ladrón tiene cien años de perdón, que se puede mentir sin consecuencias si a uno le va a reportar un beneficio. Pero al mismo tiempo, esta falta de moral es el fruto de que son personajes perdedores, que sospechan que no son lo fuertes que creen ser, que son muy vulnerables, que la vida les debe algo y que no están nada seguros de que se vayan a cumplir sus anhelos más secretos.
Julia Montesoro