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DIRECCION EJECUTIVA: JULIA MONTESORO

Pablo Giorgelli estrena «La encomienda»: «Los protagonistas son víctimas de un sistema que genera desigualdad»

Pablo Giorgelli dirige el thriller La encomienda, su tercera película, una coproducción (Tarea Fina de Argentina y Lantica Media y Ecah de República Dominicana), protagonizada por Ettore D’Alessandro, Henry Shaq Montero García y Marcelo Subiotto, que se estrena el jueves 20 en salas.

Diez años después de ganar la Cámara de Oro en Cannes con su ópera prima Las acacias (2011, en 2017 estrenaría Invisible en la Mostra de Venecia), el realizador vuelve al cine para narrar la odisea de Pietro, Abreu y Benel, quienes tienen que sobrevivir al naufragio del barco que los transportaba en aguas del Caribe.

La Encomienda se define como un “thriller náutico” que comienza con un naufragio. ¿Qué encontraste en este género y en este inicio casi de cine catástrofe qué te motivó a dirigirla?

En realidad, todo lo que no le pertenece al cine catástrofe, que fue lo que más me entusiasmó. Fue un proyecto atípico, porque mis películas anteriores fueron generadas por mí. En este caso, Ettore D’Alessandro (el actor que interpreta a Pietro y uno de los productores), me convocó a fines de 2019 con una idea muy pequeña: una película de un par de náufragos en el agua. Me entusiasmé enseguida con esa limitación: me siento cómodo filmando en espacios reducidos. Entonces me puse a trabajar en un guion con Adrian Biniez y con Ettore, a pensar qué hacer con esa idea, ya que con eso solo no alcanzaba.

-La idea era exceder el contexto de “una película de náufragos”.

Las películas de náufragos son, casi, un género en sí mismo. Lo primero que se viene a la cabeza son cuestiones más vinculadas a la línea de la supervivencia, pero la película se termina de armar cuando aparece el trasfondo político que lleva a esos personajes a terminar de esa manera. Qué es lo que hace que dos personas terminen en el agua de ese modo, de dónde vienen, por qué. De ahí surgen un montón de preguntas que están presentes a cada momento en la película, tal vez no de un modo explícito. Eso es algo buscado, justamente.

Sí hay algo que todo el tiempo te hace pensar en por qué un chico de 17 años tiene que emigrar de manera clandestina buscando un primer mundo que, en realidad, es muchas veces o la mayoría de las veces es una ilusión; por qué un hombre tiene que trabajar en un barco clandestino que trafica personas. Hay algo que, de algún modo, los iguala: los dos son víctimas de un sistema de desigualdad que funciona así en todo el mundo. Y eso es lo que termina, para mí, de armar la mirada sobre la película, más allá de que sigue siendo “una película de náufragos”.

-¿Cuál es el sello personal que quisiste darle a La encomienda?

No quise hacer una película de náufragos con épica, a pesar de que hay una explosión, hay tormentas, hay tiburones. Tiene el foco más puesto en la intimidad de esas personas y en qué hacer en medio de una situación así, a la deriva. No una película sobre un súper hombre que se sobrepone a lo imposible, sino que pensé qué haría yo en ese lugar: agarrarme de lo primero que tenga, tratar de sobrevivir y que ocurra algún milagro.

-La encomienda hace explícito el tema de los migrantes.

Es lo que más me interesó de la idea inicial: inmediatamente empecé a pensar en las personas. En qué sucede en el interior de estas personas. De algún modo, al contar esa intimidad, uno también va contando retazos de ese pasado para tratar de entender e imaginar o intuir quienes son, por qué están ahí, como llegaron ahí. En la película hay indicios de eso -en cada escena, te diría-, de ese sistema que los expulsa, de algún modo, que los empuja a estas acciones casi más desesperadas. Uno llega a entender por qué un joven se embarca de ese modo atrás de una ilusión que es, en la mayoría de los casos, humo.

Me gustaba la idea de esta especie de dos caras de esa misma moneda: los dos, de algún modo, son víctimas de un sistema que es una máquina de generar desigualdad y excluidos en todos lados. Porque esta historia ocurre en el Caribe y la orilla de la esperanza es Estados Unidos, pero todo el tiempo en un montón de lugares, sin necesidad de que haya un mar de por medio.

-¿Cómo fue imaginar el rodaje cuando empezaste a escribir la historia y llegar a un marco de pandemia y aislamiento?

Una vez que estuvimos en República Dominicana, la pandemia no tuvo influencia, más allá de los protocolos diarios. Todo el mundo estaba con barbijo menos los actores y yo, porque estábamos en el agua y era imposible. La pandemia influyó en la preproducción: a los actores los conocí cuando llegué a Dominicana dos semanas antes de filmar, porque todo el proceso del casting fue por zoom. Si lo pienso ahora es una locura, pero en ese momento estaba tan convencido y confiado, y con tantas ganas de filmar, que me las arreglé para encontrar a estos actores a través de zoom, de videítos y llamados. Hubo una dosis de arrojo y de inconciencia saludable. Los astros estuvieron de nuestro lado porque el resultado fue espectacular.

-¿Qué pensabas de los actores en el momento de asumir el rodaje?

A Marcelo Subiotto ya lo conocía: con él no tenía dudas. Viajó con nosotros y ya sabía que iba a funcionar. Con Ettore también: había visto sus películas anteriores y habíamos trabajado mucho por zoom. Sentía que estábamos en una misma sintonía. Pero en el caso de Benel, que es un personaje central y no es actor, viajé con una incertidumbre gigantesca. Es un chico que juega al básquet, tiene 17 años y, además, es dominicano pero vive en París. En los zoom que habíamos tenido juntos sentía que había algo de él muy bueno, pero tenía las dudas de si eso iba a ocurrir en ese momento. Las películas, en ese sentido, son crueles porque las cosas suceden cuando tenés la cámara apagada y tienen que suceder cuando tenés la cámara encendida. Hizo un trabajo que superó lo que yo me podría haber imaginado. Es el alma de esta película: en ese rostro y en esa mirada se cuenta todo lo que sucede.

La Encomienda se estrena en salas, una experiencia que solo tuviste en el Festival Internacional de Cine de Mar del Plata. ¿Qué conclusión sacaste de verla ¡finalmente¡ en pantalla grande?

La experiencia fue alucinante. Siempre los directores decimos esto pero, en este caso, es cuando más se aplica: es una película para el cine, muy pensada para el cine La puesta en escena apuesta a lo inmersivo, a que el espectador también esté ahí naufragando junto a ellos.

Julia Montesoro

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