Apartir del viernes 4 de julio, La filmografía de Inés de Oliveira Cézar será en parte revisitada a través del ciclo Nuevos Clásicos Argentinos, que se presenta en el Palacio Libertad los viernes y sábados con entrada libre y gratuita.
Las películas seleccionadas son Cómo pasan las horas (viernes 4 a las 16.30 hs., sábado 12 a las 19 hs.), El recuento de los daños (viernes 4 a las 19 hs.; sábado 12 a las 16.30 hs.); Cassandra (sábado 5 a las 16.30 hs.; viernes 11 a las 19 hs.) y Baldío (sábado 5 a las 19 hs.; viernes 11 a las 16.30 hs.).

-¿Cómo recibiste la idea de un ciclo con parte de tu filmografía?
Me lo propusieron hace unos meses, y como conozco a algunas de las personas que trabajan en el área de la curaduría de cine, me entusiasmé. El ciclo se llama “Nuevos clásicos argentinos” y encaja perfectamente con la selección que hicieron: las cuatro películas entran muy bien en lo que considero como cine clásico. De alguna manera no envejecen: tienen temáticas o formas de abordar ciertas cuestiones que más allá del paso del tiempo siguen expresando temas vigentes.
–¿Qué te sugiere la idea de una retrospectiva que implica un homenaje a tu obra?
Lo tomo como una validación de un momento muy prolífero e interesante de nuestro cine. Mis películas se hicieron entre el 2002 hasta el 2017, años en los que surgieron directores y directoras nuevas y se construyeron nuevas formas de relato. Es una buena iniciativa poner películas que estén dentro de ese período, cuando todavía no había una invasión tan marcada de las plataformas, que empezó a incrementarse durante la pandemia. Hasta ese momento, aunque estaban las plataformas, todavía pensábamos en el cine.
-¿Qué elementos en común caracterizan tu filmografía? ¿De qué están hechas tus películas?
De mujeres. Mujeres protagonistas, que tienen que atravesar algún tipo de proceso que las transformen y no saben muy bien cómo hacerlo. En Cómo pasan las horas hay una diferencia porque trabaja sobre dos mujeres importantes, en la línea del vínculo entre la madre y la madre (Susana Campos y Roxana Berco). Hay una madre que supuestamente se está muriendo, una hija que la va a asistir y también un niño que tiene un rol muy potente. En El recuento de los daños, Cassandra y Baldío las mujeres transitan solas esos procesos difíciles. En las tres películas mi obsesión y mi insistencia pasa por contar cómo lo van atravesando y no por el resultado final.
Son películas que necesitan contarse a lo ancho: El recuento los daños está basada en Edipo y el final ya lo sabés: ¿para qué querés que te cuente el final? El punto de vista es cómo es mi Antígona y cómo traza su propio proceso.
En Cassandra ocurre algo parecido, porque desde el título sabés lo que ocurre: en el relato mítico es la que podía ver todo, pero estaba condenada por el gran Dios Zeus a que nadie le creyera porque ella no había querido tener relaciones con él. Para siempre va a ser la loca, porque nadie va a dar crédito de lo que ve. Mi Cassandra es una periodista que tiene que atravesar ese devenir. Y no importa tanto cómo termina porque ya lo sabés: lo interesante es ver ese desarrollo.
En cuando a Baldío resolví no contar más la historia del adicto, porque eso el cine lo ha contado 70 millones de veces y de muchas maneras diferentes, sino lo que le pasa a los que están en el backstage, a los que sufren ese padecimiento del ser que aman, a lo que le pasa a esta madre, que no es una heroína porque no es la que todo lo puede.
-Invariablemente el punto de vista femenino y la perspectiva de género, está presente.
Es algo natural: desde que empecé a filmar, cuando era mucho más joven, siempre me interesó y siempre conté desde esa perspectiva. Es algo así como una estética: las películas surgen de mi cosmovisión, de mi mundo y mis visiones. Hubiera sido diferente si me ofrecían un guion o me contrataran. Evidentemente hay algo que me resulta orgánico.
-En tus últimos años tuviste una marcada presencia en el plano institucional, tanto en la subcomisión de Género de DAC como en la representación del anteproyecto de ley audiovisual presentada en el Congreso por el Espacio Audiovisual Nacional. Cambiaron los paradigmas para filmar y acompañás ese proceso.
Yo acompaño a que el cine siga existiendo. El cine argentino, sí tiene formas de producirse, es riquísimo. Siempre es diverso. Justamente, la Ley la venimos pidiendo hace cuatro años o más, porque más allá de esta última gestión, y lo que están haciendo con el Instituto de Cine, había un fondo de fomento muy escaso. Por eso nosotros propusimos esta Ley; porque actualmente los modos de exhibición del cine tienen exclusivamente que ver con las plataformas. Y en este país las plataformas no aportan nada al fondo de fomento.
De esta manera, lo que en algún momento era un fondo de fomento aceptable o normal, por lo que se podía recaudar por la televisión y por el cine, es cada vez más pobre: la gente va mucho menos al cine y no ve las películas y las series en la televisión sino en las plataformas. No es nuevo: desde hace varios años afecta la recaudación del fondo de fomento.
La Ley viene surge, más que nada, por la necesidad de que el cine argentino siga produciéndose, que haya un cine nacional. Si no hay dinero para producir, lo único que queda es que los directores y las directoras -los que tienen suerte-, puedan conseguir apoyo de las plataformas o ser contratados por las mismas plataformas para dirigir.
En ese caso, siempre vas a estar condicionado porque no es íntegramente una producción nacional, porque una plataforma siempre va a poner condiciones. Ni qué hablar si es un proyecto producido por la plataforma. No estoy demonizando el hecho de que existan; al contrario, me parece bárbaro. Pero esto que nosotros durante tantos años, y con tanto éxito, que nosotros llamamos el cine de autor o cine independiente, que tiene premios en los festivales, que viaja, que construye identidad, se pone en riesgo. Si no hay un fondo de fomento para que eso siga sucediendo, todo eso se pone en riesgo. Esto es lo que nosotros percibimos hace cuatro o cinco años.
–Si volvieras a empezar, ¿podrías filmar con las circunstancias que se presentan hoy?
No. ¿Con qué plata? Antes, si tenías un fomento del Instituto -que al menos alcanzaba para hacer una parte-, estaba la posibilidad de coproducir. Pero al no tener una preclasificación, eso no existe más: hasta que no terminás la película no se puede hacer una presentación. No hay manera de interesar a nadie o contar con el interés de otro Instituto. Por ejemplo, la Agencia Nacional do Cinema (ANCINE) este año todavía no abrió el fondo de coproducción con Argentina y es probable que no lo hagan.
No hay más precalificación porque anularon los comités, que eran primordiales porque determinaban qué producción iba a contar con un subsidio. Ahora para producir tenés que ser millonario o conseguir a alguien que lo sea, o que una productora enorme te ponga todo el dinero, haga la película y tome el riesgo de presentar la película recién al final. Cuesta mucho más armar una producción y hay que poner mucho dinero, porque no hay nada asegurado del Instituto.
–A partir de esta realidad, ¿te sigue entusiasmando hacer cine?
Sigo pensando en el cine. Tengo un proyecto de thriller puro y duro, algo que nunca había hecho antes, escrito con Ana Beraldo en los años de la pandemia. El thriller es un género que funciona muy bien en plataformas. Me encuentro abocada y trabajando en esto porque hay una coincidencia entre mis inquietudes, las ganas que yo tenía de volver a filmar y porque tengo un productor en Brasil para llevar adelante el proyecto.
Julia Montesoro