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Todo el cine y la producción audiovisual argentina en un solo sitio

DIRECCION EJECUTIVA: JULIA MONTESORO

Juan Campanella entre el teatro, el rodaje de «Parque Lezama» y «Mafalda»: «El cine decreció en el mundo y lo vivo con mucha tristeza»

En estos días Juan José Campanella se multiplica en sus distintas facetas como director, guionista, productor en teatro, cine y series. En el Teatro Politeama presenta su obra teatral Empieza con D, siete letras, coescrita con su esposa Cecilia Monti y protagonizada por Eduardo Blanco y Fernanda Metilli.

Al mismo tiempo, comenzó a ensayar la versión cinematográfica de Parque Lezama, con Luis Brandoni y Eduardo Blanco. Y como si esto fuera poco, está en pleno desarrollo de la producción de Mafalda, una serie de animación que se va a desarrollar en dos temporadas y que tiene el estreno previsto para 2026.

-Con la cabeza fragmentada entre el cine, el teatro y las series, cuando iniciás un tema de conversación, ¿por dónde empezás?

Trato de no empezar por el cine ni por la política (Risas). La verdad es que en los últimos años cada vez me cuesta más hablar con gente que no conozco. Cada vez más siento que ya tengo el cartón lleno de amigos, de gente con la que me gusta estar, con la que me gusta trabajar. Es más: cada oportunidad de trabajo para mí es como un evento social. Es como volverme a encontrar con amigos que justamente por trabajo no nos podemos ver. Entonces, inventamos algo -como esta película- para poder estar todos juntos. Rara vez empiezo una conversación con alguien nuevo.

-Empecemos esta conversación con el teatro, entonces. Empieza con D, siete letras es una comedia romántica contada junto con tu esposa, Cecilia Monti. ¿Qué historia no contada refleja esta historia?

No sé si alguna vez conté una historia no contada anteriormente. Más aun: no sé si alguien en el siglo 20 o 21 contó una historia no contada anteriormente. Lo que cambiamos son las dosis de los ingredientes, la salsa, lo que tiene que ver con la sensibilidad de cada uno. Acá estamos contando una historia de dos personas de generaciones muy distintas, que se traduce no solamente en la edad, sino en la manera de aproximarse a una relación. Dos personas con historia vivida detrás, con experiencias, con equipaje, con bagaje. Está contada con mucho humor y cierta emoción, que es lo que me gusta desde siempre y es básicamente como ando por la vida. Por suerte, conectado con la audiencia de una manera muy especial: tenemos la suerte de tener aplausos de pie todas las noches.

Además, Eduardo Blanco y Fernanda Metilli están espectaculares. Tienen eso que es una lotería: la química. Eso es una lotería absoluta, porque no se puede elegir actores a ver cómo funcionan juntos. Eso te das cuenta en el transitar, te das cuenta cuando está el público que quiere ver juntos a estos dos. Satisface mucho verlos juntos.

-Esa química se genera en el momento en que salen a escena, pero también incide el método del director para generar el vínculo. Así en teatro como en el cine, donde generaste parejas memorables.

La química no es solamente entre el hombre y la mujer. Creo que Ricardo Darín y Soledad Villamil tenían una química muy grande, tanto en El mismo amor… como en El secreto de sus ojos. Ricardo y Eduardo (Blanco) también, como amigos, tuvieron química. ¡Y Ricardo y Guillermo Francella en El secreto de sus ojos.

Pero también he tenido algunos pifies, ¿eh? La verdad es que es lotería absoluta. Ni siquiera tiene que ver si hay atracción o no entre los actores, hablando entre hombre y mujer. Puede ser una pareja perfecta y no tener química en pantalla. De hecho, trato de decirle a los actores que si se les ocurre tener algún fato (yo uso palabras de una época anterior a la mía como fato) que por favor esperen al final de la película. Porque es un asesino de química en pantalla.

La vida real arruina la química.

Porque la tensión se libera fuera de cámara.

-Además de tu capacidad para detectar parejas que funcionen, también tenés el ojo adiestrado para potenciar el talento del actor. Francella cambió su registro a partir de El secreto de sus ojos.

Quizás lo saqué de su contexto habitual, pero el talento estaba ahí. Yo lo veía en Casados con hijos -y en otros programas- y me atraía su humor sutil. Casados con hijos es una serie que está como tirada a la farsa. Sin embargo, él hasta parece el ancla más real. Siempre me gustó mucho ese sentido del humor, que tienen Ricardo, como Eduardo Blanco, o Fernanda Metilli. Es ese humor que no pierde de vista la emoción. Me parece que fue más eso que encontrar un talento que ya estaba a la vista.

Empieza con D, siete letras, aborda un tópico recurrente en tu obra, en tu trayectoria, como es el vínculo amoroso según pasan los años. ¿A qué conclusión te llevó la escritura de esta obra?

La escritura nació con Cecilia, mi mujer, quien creó estos personajes y los primeros bocetos de la historia. Después lo fuimos conversado tanto que en un momento decidimos dividirnos: ella hacía de mujer y yo de hombre. Los personajes empezaron a dialogar y a discutir desde los lugares de cada uno. Fue una experiencia hermosa que queremos repetir. Hasta lo hicimos en algunos guiones de Mafalda. Te diría que la conclusión no es nueva. A medida que uno va viviendo, cada vez hay menos novedades, pero sí aparecen las reafirmaciones.

-¿Qué reafirmaciones aparecieron?

Encontrás, una vez más, que la vida no se acaba hasta que uno realmente se muere. A veces uno piensa que ya no va a haber un giro en la vida; no va a haber una curva o algo inesperado. Y siempre puede ocurrir que el giro aparece aun cuando uno está más abajo o más cansado o con menos ganas.

Te golpea algo, te nacen las ganas que no te esperás. Creo que hay una constante en las pelis, aunque a veces fueron acusadas de nostálgicas. Algo de eso es verdad, pero no lo vi mientras estaba escribiendo sino después, mirando hacia atrás, cuando veo que los personajes a veces están atrapados en la nostalgia. Se trata de salir de esa trampa y empezar una etapa nueva. Empezar a mirar hacia el futuro. Esto es lo que pasa también en Empieza con D, siete letras.

-El teatro te dio la posibilidad de mantener en cartel once años Parque Lezama. Y ahora empezás el rodaje para al cine. ¿Te lo pedía el público, te lo pedías vos mismo?

Varias veces, durante esos once años de carrera que tuvo la obra, bastante gente me dijo que debería hacer una película. Yo no la veía. Como no la escribí yo originalmente, sino que la adapté a la argentina, puedo decirlo sin ningún temor a sonar fanfarrón: es la mejor obra que yo vi en mi vida. Para conseguir los derechos la seguí durante más de 20 años, desde la que la vi en 1985. Recién los conseguí en el 2011. Así que la quiero mucho a la obra, pero nunca la vi como una película, justamente porque la veía como obra teatral. La vi infinidad de veces en el Liceo, desde el palco o en el Poli(teama) desde la última fila. Cuando estábamos por bajar definitivamente quise verla desde cerca, como no la vi nunca. Me reservé una butaca en la fila 5 y la vi de cerca. Me reí y lloré como si no la hubiera visto nunca.

El trabajo de Beto Brandoni y Eduardo Blanco siempre me pareció excelente, pero verlos a esa distancia me golpeó. Me permitió observar que la obra tiene «un buen cerca». Hay muchas cosas que pasan en las caras de los actores que no se ven en el teatro, donde la atención está puesta en el plano general. La cara de ellos dos es realmente enriquecedora. Uno ve mucha vida, mucho humor, es muy graciosa. Me dio mucha pena que terminara. Que al bajar el telón la obra no se volviera a recordar nunca. Entonces modifiqué mi idea inicial.

-Además de los primeros planos, ¿hay alguna diferencia con la obra? ¿El paso del tiempo?

Son mínimas. Nosotros la estrenamos en el 2013, pero es del 84/85. Es decir, la estrenamos casi 30 años después. Lo único que cambiamos básicamente son los precios, algún reacomodo de fechas, pero la base es algo tan humano, tan eterno, que no precisamos hacer grandes adaptaciones.

-Como si fuera poco todo esto, estás embarcado en la producción de la serie de animación Mafalda, un ícono del pensamiento argentino y su idiosincrasia. ¿Qué representa Mafalda para vos?

Mafalda es muy fuerte para mí. Cuando ocurrió esto que podíamos hacer la adaptación me sentí colmado de felicidad, pero al mismo tiempo muy… ¡me fruncí mucho! Yo compré el segundo libro de Mafalda, que se llamaba Así es la cosa, Mafalda, cuando tenía 8 años. Desde entonces soy fanático. Aprendí cosas de Mafalda porque no era para chicos, pero tenía un humor que podía pegar en todas las edades. Cuando era reflexiva o hacía un comentario sobre la realidad usaba palabras de grande. O sea, me mandaba al diccionario. Espero que la serie también logre eso. Parece mentira que una cosa que se publicó durante nueve años (del 64 al 73), que hace más de medio siglo no se genera un dibujo nuevo, esté tan vigente, y que se haya convertido en un icono tan grande para nosotros. Te diría que es el producto de la cultura popular argentina y latinoamericana que más impacto universal ha tenido.

-¿Sobre qué ejes vas a pivotear?

El desarrollo se hará basándonos en los personajes y en muchas en muchas tiras de Quino. Buscaremos desarrollar historias nuevas con estos personajes, tratando de mantener el estilo para que parezcan haber sido escritas por Quino. Estamos trabajando cada guion con Guille Lavado y también con la familia de Quino para que así sea. Trato de ponerme siempre en el lugar del fanático que soy, pero que va que mirar la serie con el ojo puesto es la expectativa. ¿Qué me espera? ¿Cómo es la voz de Mafalda y los personajes? ¿Cuál es el tono? ¿Con qué actitud, con qué energía? ¿Qué hacemos con un personaje icónico como Susanita, que se ha vuelto un sustantivo? Entonces, hay una responsabilidad tremenda.

-¿Cómo afecta el paso del tiempo a los temas que aborda la tira?

No le pega para nada el paso de los años. Prácticamente los temas que la preocupaban a Mafalda hace 50 años son los mismos de ahora: Medio Oriente, China, el feminismo, el rol de la mujer. Al contrario, esos temas se han potenciado.

Las historias no transcurren en los 70 ni tampoco en un presente notorio. Los personajes son chicos de 7 años, entonces no tienen redes. Ya hay 10 capítulos grabados y estamos desarrollando la animación. Por ahora, son dos temporadas de diez capítulos cada una. La primera se verá en 2026.

-Siguiendo la secuencia de las series, todos tenemos aquel recuerdo formidable, sensible, de El hijo de la novia y de esos protagonistas increíbles que eran Ricardo Darín, Héctor Alterio y Norma Aleandro. ¿Va camino a transformarse en serie?

Es un proyecto que estoy desarrollando… Pero no es tanto esa historia: de hecho, en la primera temporada, el casamiento no está. Simplemente me parecía que esa familia y esos personajes es un punto de partida para contar muchas más cosas. Las series casi han reemplazado al cine y no tengo ningún problema porque trabajo en televisión al igual que en cine o en teatro. En el cine uno tiene que ceñirse a un argumento, a un plot. La televisión tiene una gran ventaja y es que permite desarrollar los personajes, encontrar historias nuevas. El lugar del restaurante familiar me gusta mucho para seguir desarrollando cosas. el protagonista es un hijo de cubanos. No solamente tiene problemas de volver al restaurante, sino que reniega de su legado. Digamos que es una precuela a la película. Pero estamos en etapa de desarrollo: no es nada seguro todavía que ocurra.

-En marzo de 2010, otro hito importante, El secreto de sus ojos, la película que vos dirigiste, ganó el Oscar a la mejor película extranjera. Quince años después, con las grandes transformaciones de la industria audiovisual -también con las radicales transformaciones en la cultura argentina-, ¿el cine argentino evolucionó o decreció?

Es una pregunta difícil. Porque el cine decreció en todo el mundo. No hay vuelta que darle y yo lo estoy viviendo. Te lo digo con cero alegría y con mucha tristeza. Es una crisis por la que estoy pasando. Lo vengo diciendo hace cuatro años. Hace poco ha salido (Quentin) Tarantino diciendo lo mismo, no es porque me haya escuchado a mí sino porque siente absolutamente lo mismo. No solamente nos abandonó la audiencia, sino que además uno siente que las películas de hoy se hacen de otra manera. No, perdón, se decide qué película se hace de otra manera.

¿Viste que cada época tuvo su persona preponderante? El cine se desarrolló en los 20; en los 30 las películas eran de los estudios, con grandes productores; hacia los 50 y los 60 hubo grandes estrellas. En los 70 surge la etapa de los grandes directores, que tienen un gran peso (aunque en Europa comenzó antes). Hoy vivimos la época del ejecutivo, que no llega a ser un productor, un director, un actor o un autor. Y del algoritmo, que es algo peor: por lo menos el ejecutivo es un ser humano. ¡El algoritmo no!

Estamos pasando esa transición. Entonces el cine que se genera, el cine que se decide hacer en general es una producción en la que el algoritmo dijo que gustó.

De esta manera la novedad, el cine que sorprende, se dejó de hacer. O cuesta muchísimo. Alguna película se escapa, pero generalmente es una película de muy bajo presupuesto. Ciertamente no es el cine de Hollywood, que hoy no te va a sorprender con El Padrino o El Francotirador. Además, ya murió la comedia

-¿Cómo es eso?

No hay comedias en los cines. Esta es la primera década que ocurre. Estoy casi seguro. Desde el cine mudo es la primera década que no tiene un gran comediante, un gran cómico en el cine de nivel internacional. Por ahí Jim Carrey es de los últimos, pero surgió al menos hace 20 años. Había unos comediantes importantes en los 2010, pero ahora ya no se hacen. El cine argentino no puede escapar a eso.

Además, estamos en un momento en donde le están pegando con todo a la producción. Creo que es un ataque general a toda la cultura. La cultura es el punching ball: pegarle es gratis. Y no nos damos cuenta de que lo que ha mantenido a Argentina en un lugar de preponderancia en el mundo, aún cuando económicamente no somos ejemplo para nadie, fue la cultura.

Es la que hace que todavía venga gente de toda Latinoamérica a ver teatro a Buenos Aires. La cultura nos mantiene, es nuestra identidad. Junto con el fútbol son los dos rubros en los que podemos decir que somos un país competitivo. No vamos a decir que somos el mejor del mundo -a veces sí, y segundo Francia- (Risas), pero permanentemente a través de crisis, vaivenes, picos, valles y todo, es competitivo. Es un país que se escucha desde la cultura y el deporte.

A todos los que tratan de quedar bien con la gente en un momento de escasez les gusta pegarle a la cultura.

Julia Montesoro

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