Productora, guionista y docente, Ingrid Pokropek debutó como directora en la Competencia Argentina del 38° Festival Internacional de Cine de Mar del Plata con Los tonos mayores. Se trata de una historia de crecimiento que se centra en una joven de 14 años que empieza a sentir sonidos saliendo de su propio cuerpo y se obsesiona por encontrar qué son y de dónde vienen.
Con producción de Iván Moscovich, Juan Segundo Álamos, Ingrid Pokropek, Pablo Piedras, Magdalena Schavelzon, Miguel Molina, Adán Aliaga y guion de la propia Kopropek, Los tonos mayores se apoya en la ficción para abordar las vicisitudes de la temprana adolescencia y rendirle homenaje a la geografía de la Ciudad de Buenos Aires. Está protagonizada por Sofía Clausen, Pablo Seijo, Lina Ziccarello, Santiago Ferreira, Mercedes Halfon y Walter Jakob.
-¿Cuál es el origen de Los tonos mayores y qué te llevó a elegir esa historia para emprender tu debut como directora?
Históricamente siempre me planteé trabajar con lo fantástico, sobre todo por mi interés en la literatura fantástica. Y pensé en esta particularidad que se opone al género de lo maravilloso, como las hadas, brujas, vampiros, que tienen que ver con algo sobrenatural. Mientras tanto, en lo fantástico hay un velo más o menos realista, en el cual ingresa un elemento extraño. Eso siempre me llamó la atención.
Antes de esta película hice cinco cortos y en todos ellos trabajé con diferentes posibilidades de lo fantástico. No es que haya pensado: quiero que mi película sea esta, sino que apareció.
-La narración está contada desde la mirada de una adolescente. ¿Qué te interesó del universo de esa franja generacional? ¿Cuál fue el disparador?
Por un lado, siempre me interesó trabajar con la juventud, con los niños y adolescentes porque es una edad en la que uno está en conflicto con uno mismo, con su propio cuerpo. Antes había hecho un corto que se llama Chico eléctrico (2021), que tiene algunos puntos en común. Es un adolescente que –aunque no se explica nunca- tiene el poder de dar energía con su propio cuerpo: aprovechó que en diciembre en Buenos Aires hay cortes de luz programados para dar electricidad a la gente y ganarse unos mangos.
En ese sentido, me interesaba que esta vez la protagonista fuese una niña, una adolescente. Pero sobre todo el disparador fue el Morse. Me entusiasmaba a trabajar con el Morse, que es un sistema de comunicación casi perdido, pero que se sigue usando. Y cómo a partir de allí un punto y una raya se puede convertir en otra cosa.
-¿Cuánto hay de tus 14 años reflejados en la película?
¡Bastante! Si bien la constelación familiar de un padre y su hija no fue mi caso, sí la niña vive en una casa que es donde yo crecí -en el conurbano, en José Ingenieros-. Filmé en la casa de mis padres. Toda mi vida tuve que hacer largos viajes a Capital para las actividades que hacía y para ver a mis amigos. En ese traslado se generaba la construcción de una identidad. Eso de viajar dos horas para ir a un sitio y al volver se volviera un poco en peligro. Me interesaba que fuera un adolescente que no viviera en Capital, que fuera una aventura buscar diferentes puntos de la Ciudad con la precariedad propia de la adolescencia, donde no tenés mucha plata encima y te movés con cierta inconsiencia. Es algo que hacía mucho: nunca sabía cómo iba a volver a mi casa o dónde iba a dormir. Siempre un amigo me rescataba. Hay una escena en la película en que la niña vuelve en taxi y éste la deja del lado de Capital porque no quiere cruzar a provincia. Eso me pasó de noche y fue muy angustiante.
-Por otro lado en la búsqueda de esa adolescente aparece, como un protagonista más, la ciudad de Buenos Aires. ¿Cómo elaboraste el vínculo entre la ciudad y la historia?
Desde el comienzo la idea era que la película fuese urbana y que Buenos Aires sea el centro. Elegí ciertos puntos de la Ciudad que me interesaban casi por su posibilidad como fábula. ¡Ya en el guion ponía las direcciones de dónde quería filmar! Sin saber si las iba a poder conseguir o no. Pensaba en tal estación de servicio, en aquel restaurante. ¡Lo tenía muy claro! Algunos pudieron estar y otro fueron levemente diferentes.
-¿Cómo congeniás lo fantástico con Buenos Aires?
Quería que se viera que la ciudad está poblada de misterios. No hace falta que quiera imprimirle a Buenos Aires algún tipo de misterio en una ficción, porque ya lo tiene. En ese sentido, en la película aparece un pequeño mito a través del Planetario, y es que está sostenido por Crónicas Marcianas, el libro de Ray Bradbury que supuestamente tiene poderes protectores. Y está enterrado en las columnas del Planetario, dividido en tres partes. Es un pequeño relato que no tiene que ver con el argumento central de la película. Pero lo puse sobre todo para hablar de que Buenos Aires es una ciudad en la que habita la ficción.
-Escuchandote pensaba en Adolfo Bioy Casares y cuánto de fantástico imprimió en su literatura…
¡Totalmente! (Risas) Soy fanática absoluta de Bioy Casares. Por eso buscaba llevar al cine la literatura fantástica, que coloca al lector en un camino que parece ser completamente realista y que, sin embargo, aparecen por los agujeritos elementos corridos. ¿Será o no será? Como la vacilación de lo extraño.
–Los tonos mayores ya desde su título anticipa que la música es una herramienta esencial en el relato. ¿Cómo trabajaste con el sonido?
¡Es aspecto era reimportante! El músico, Gabriel Chwojnik, compuso una canción con los puntos y rayas que conforman el código Morse. En el filme se llama La canción del latido, que es la canción que compone la amiga de la protagonista a partir de los pulsos que ella recibe.
-¿Qué percibiste tras las presentaciones de Los tonos mayores en el Festival Internacional de Cine de Mar del Plata?
Para empezar, vi otra película (Risas). Con gente riéndose y yo preguntándome: “¡Guau! ¿Por qué se ríen? ¡Mirá cómo se emocionan!”. ¡La devolución fue un sueño! Me interesó mucho que algo fantástico, o que tenga algún componente sobrenatural, haya podido conectar con el espectador.
-¿Hubo algo puntual que te haya llamado la atención?
¡Sí! Muchos me dijeron que sentían que fue el retrato de su adolescencia. Que algunas cosas que le pasan a la niña no tiene que ver con la trama fantástica, sino con el crecimiento. Se está distanciando de su padre, sus amigas crecen y ella se queda un poquito atrás.
Incluso a la actriz protagónica, que ahora tiene 14 años pero cuando filmamos tenía 12, le preguntaron cómo había vivido la relación con el personaje. Ella respondió que sentía mucha relación con el personaje por esa sensación de soledad que tiene a esa edad. ¡Fue muy hermoso que pudiera decirlo!
Julia Montesoro