Tras su estreno mundial en Toronto y su presentación en San Sebastián, Paula Hernández exhibió por primera vez en la Argentina su nueva producción, El viento que arrasa.
Basada en la novela de Selva Almada, la película está protagonizada por Alfredo Castro, Sergi López, Almudena González y Joaquín Acebo e integra la Competencia Latinoamericana del 38° Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, que concluye el domingo 12.
-El universo rural que describe El viento que arrasa está atravesado por la mirada de la protagonista, Almudena González. Quien haya leído la novela de Selva Almada advertirá que la película toma otros caminos. ¿Cómo fue el proceso de reescritura?
Una vez que Selva cedió los derechos, hicimos el trabajo de adaptación con Leonel D’Agostino. Antes de que entrara él, al leer la novela, pensé qué me interesaba a mí de esa historia, que básicamente gira en torno de cuatro personajes y que tiene algo de tramposamente cinematográfico. Hubo dos decisiones que para mí eran importantes a la hora de abordar el proyecto: una tenía que ver con la estructura temporal, que permitía contar la historia en una línea de tiempo. La novela tiene un ida y vuelta del pasado al presente de los personajes. Y por otro lado podía contar la historia desde la mirada de una mujer, la única dentro de la historia en ese universo masculino. Justamente ella está en el paso de la adolescencia a joven-mujer. Me parecía atractivo contar esa mirada sobre su universo, justamente en una edad en la que están los personajes preguntándose quiénes son y hacia dónde van.
-¿De qué manera conciliaste tu propio universo con la búsqueda literaria de Selva Almada?
La novela tiene de por sí temas que a mí me interesaban. Mis últimas películas hablan sobre los vínculos y los universos familiares. En Los sonámbulos y Las siamesas estaban concentrados en el mundo femenino y las miradas de esas mujeres. Acá las madres, de alguna manera, siguen estando, a partir de su ausencia, en las marcas que dejan en esos hijos. Encontré temáticas que veía muy propias, pero también me permitió ir hacia hace lugares que no tienen que ver conmigo, como la religión o el mundo rural. Es interesante poder explorar territorios nuevos y saltar al vacío.
-En ese salto en el que te definís como agnóstica y admitís que la religión está alejada de vos, ¿qué significó entrar en el mundo de la religión evangélica?
Es interesante meterse en ese mundo porque una está lleno de prejuicios, en la forma de mirar un mundo religioso. Al no tener una creencia religiosa como yo, también sirvió para interrógame: ¡veamos qué hay! ¿Por qué hay tanta gente que adhiere? ¿Por qué tiene una vocación o ciertos mandatos en relación con la fe? Uno puede encontrar la fe, o las situaciones de creencia, en muchas otras cosas. En una vida no religiosa, como la que tengo, pude pensar este universo y no abordarlo desde un lugar que no fuera un cliché. ¡Es muy tentador caer en el cliché del pastor evangélico!
-¿Qué encontraste fuera del cliché?
El evangelismo es absolutamente amplio y encontrás todo tipo de exponentes. Fue un trabajo que me lo tomé muy en serio, a través de entrevistas y lecturas. Me pregunté qué ocurría con estos mundos evangélicos que llegan a situaciones y a lugares donde en general hay poca ayuda y el Estado no llega. En un lugar donde están un poco abandonados a la buena de Dios, dicho en un sentido religioso. A esos lugares llegan y producen un montón de actos en beneficio, pero también siempre está la idea religiosa, la idea de la salvación y del milagro.
-A través del personaje del pastor mesiánico que encarna Alfredo Castro se puede en alguien concreto del mundo de la política. ¿Te sorprende el paralelismo que puede hacerse entre la ficción y la realidad?
¡No! A veces la realidad es más ficcional que la propia ficción. Más en este momento, donde todo está absolutamente dado vuelta. Alfredo (Castro) hizo un trabajo muy sutil. Es alguien necesitado de ser escuchado y mirado al mismo tiempo. Su personaje es muy egocéntrico y abusivo en su forma de entrar en el otro. También es muy carismático. Esos componentes se pueden ver en muchos líderes actuales, que tienen un lado atractivo y otro absolutamente peligroso.
–Los sonámbulos surgió de disparadores biográficos, como tu propia maternidad, cuando surgen las preguntas sobre quién es una a partir de ese momento, con cuestiones sobre cómo relacionarse con ese hijo o hija o cómo involucrar a la familia. ¿Qué parte de lo personal pusiste en juego en El viento que arrasa?
Uno siempre trabaja desde preguntas personales. Vivencias que después se convierten en otra cosa. Son simplemente puntos de partida. No siempre uno es madre o padre, pero sí hijo. Esas experiencias se pueden poner en juego. Todos hemos estado en situación de semejanza con lo que sucede en las películas, que en este caso habla de vínculos familiares. También todos hemos sido adolescentes y tuvimos la necesidad de enfrentarnos y de confrontar con nuestros mayores. Esa idea de tratar de encontrar cuál es nuestra propia creencia, más allá del mandato. Si bien esta película no nace de algo mío sino de una novela maravillosa como El viento que arrasa, tiene lugares fáciles de identificarse. Una siempre ve el hilito de dónde tirar. Me gusta poder encontrar cosas que se distancien de mí porque me permite crecer como realizadora, pero siempre se parte de una emocionalidad o una sensorialidad familiar.
-¿Qué hay de esa sensorialidad familiar en el trabajo sobre el vínculo entre los adolescentes?
La adolescencia es una edad que se refleja en tus propias experiencias. Hay gente que tuvo una adolescencia en la que fue puro disfrute y diversión. En cambio, para mí no fue un momento simple en la vida sino de muchas preguntas, de mucha confrontación y de encontrar un lugar dentro de mi universo. ¡La adolescencia tiene pura pulsión, pura emocionalidad! Siempre me pareció muy atractivo para trabajar. Además, me inquietó estos universos familiares en donde los hijos crecen bajo ideas tan fuertes y pesadas de los padres. En este caso, dos universos opuestos y distintos, con ideologías tan contundentes y con padres difíciles para encontrar el propio espacio para crecer. Esos personajes tienen que encontrar la forma. La escena de ellos dos, cuando están juntos, es un poco un espejo. Uno puede mirarse en el espejo del otro y poder pensarse. Esa era la idea de esa escena.
–El viento que arrasa transitó distintos festivales como Toronto o San Sebastián y está en competencia en Mar del Plata, ¿qué fuiste descubriendo a lo largo de estas de estas proyecciones con público?
Las preguntas fueron muy parecidas en todos los festivales. Eso habla de la universalidad que tiene la película, más allá de que el público sea sajón o hispano.
Julia Montesoro