Maximiliano Schonfeld, recientemente designado director del Instituto Audiovisual de Entre Ríos, estrenará mundialmente Sombra grande en la sección Zabaltegi-Tabakalera del Festival de San Sebastián.
Se trata de un documental que recupera la cultura chaná dirigido que tomó forma cuando hace unos años apareció un hombre que decía hablar una lengua aparentemente perdida: el Chaná. Al poco tiempo se editaron diccionarios y la lengua se pudo recuperar completamente. Este hombre también ubicó a los Chaná en el mismo lugar donde hoy los descendientes de alemanes del Volga, en la provincia de Entre Ríos, van perdiendo inexorablemente su dialecto.
-¿Qué te inspiró a volcarte a la historia de Sombra grande y a la cultura chaná en forma de documental?
Hace unos siete años se había lanzado un concurso a nivel nacional; tenía que ver con desarrollar un proyecto interdisciplinario. Me presenté con Julian Bejarano, que es un poeta de la provincia de Entre Ríos, para trabajar sobre la cultura chaná. Buscábamos rescatar una lengua que se creía extinta, en el que había quedado un registro que tenía 200 años, con apenas algunas palabras.
La aparición de Blas Jaime* en el 2004 cambió completamente el foco. Hicimos una pequeña investigación: Julián escribió un libro de poemas increíbles y yo empecé a adaptarlo. Eso me llevó mucho tiempo porque no era solamente adaptar el poema, sino trabajar la idea de territorio, porque los chaná se ubican en los lugares donde vivieron.
Simultáneamente venía filmando hace un montón con los alemanes del Volga, con la intención de hacer una película tipo despedida de esta comunidad.
Se unieron los dos mundos. Y decidimos trabajar a partir de tensionar esa idea de territorio entre una lengua que apareció que se creía extinta y de un dialecto que se va perdiendo en el mismo lugar, que es el dialecto alemán del Volga.
-¿Sobre qué ejes narrativos partiste?
Son siete historias: es una película coral, extremadamente coral, de pobladores alemanes del Volga que se están preparando para hacer una película sobre los chaná. Seguí su vida durante seis años, con sus relaciones sexo afectivas, enfermedad o muerte: todo lo que pasa a lo largo de ese tiempo en la vida de una persona.
Estas pequeñas historias de alguna manera son como los poemas del libro, que se van salteando. La poesía está muy presente. La película no narra demasiado, no tiene un ritmo determinado y se va mezclando las tres lenguas: el castellano, el chaná y el alemán.
Respeté lo que les fue pasando a estas personas durante ese tiempo. Estaba todo muy acordado y charlado, y fui siguiendo sus pequeños movimientos emocionales y lo que iba sucediendo a distintas escalas de sus vidas.
El resutado final fue muy difícil de armar porque había mucho material. Cada historia era muy distinta y algunas eran más atractivas que otras: algunas tenían un desarrollo y otras eran simplemente climáticas.
-De aquel eje narrativo inicial, fuiste modificando el destino de Sombra grande en el camino?
Sí. Es muy loco porque el proyecto nació como una instalación que se hizo en el Museo Serrano en Paraná. Después empezó a hacerse la película. Luego, San Sebastián nos invitó a estrenar juntas la película y la instalación. Me sorprende que vuelva a tomar su forma inicial: es una película, pero al mismo tiempo un dispositivo sensorial con respecto a las imágenes que pudo haber generado este pueblo. Creo que funciona mucho mejor, pero tuve que aprender a convivir con esas dos formas. Sabiendo que estábamos haciendo algo muy difícil de poder contener dentro de un relato cinematográfico.
-¿Cuáles fueron las principales dificultades que tuviste que atravesar?
Primero, los cambios que las personas iban teniendo a lo largo del tiempo. Algunas se motivan más o menos para seguir haciendo la película y filmando a lo largo de seis años. A veces pensaba que esa historia iba a ir para algún lugar, pero esa persona cambiaba de dirección.
Después, en el proceso de edición, hubo que encontrarle en un tono parejo a todo. Aprendí muchísimo, porque para estas películas tan corales abrir una puerta es un montón. Hace dos años y medio habíamos festejado el fin de rodaje…y seguimos filmando hasta hace poco. Nunca podíamos terminar de filmar porque siempre parecía que nos faltaba algo. Y si la ves no te da la sensación de que está hecha a lo largo de tanto tiempo y haber filmado tanto. No sé si eso es bueno o malo (Risas).
-¿Cuándo entendiste que había un punto final para la historia que estabas contando? Dicho esto, ¿hay un final abierto a nuevas investigaciones?
¡Muy buena pregunta! Creo que el punto final va a ser el día que esté proyectándose. Yo ya lo había planteado como una película despedida y lo dije siempre abiertamente para que sea así. Busqué darle un cierre al trabajo de más de 15 años filmando en la misma comunidad, con actores que se repetían. Obviamente, voy a seguir trabajando con muchos de ellos, pero necesitaba dejar muy en claro que era algo se terminaba para pasar a otra cosa ¡Si no, no me iba a ir nunca! Creo que esa era una de las razones por la cual tampoco podíamos terminar la película.
-Siempre encontrabas algo más.
Sí. Además son todos amigos y amigas que forman parte de este grupo que estamos haciendo cine hace un montón de tiempo. Pero hay algo de las comunidades de alemanes del Volga que se empezaba a repetir muchísimo y necesitaba blanquear la despedida. Yo llegué hasta acá. Seguramente vendrán otros u otras que le puedan dar a este pueblo, a este universo, otra mirada. Siento que trabajé muy a conciencia y necesitaba que se cierre.
Julia Montesoro
*Blas Wilfredo Omar Jaime nació en El Pueblito, Nogoyá (Entre Ríos), en 1934. Cuando tenía 12 años su mamá le empezó a enseñar la lengua de sus antepasados: el chaná. Aunque no terminó la escuela primaria, Blas estudió el idioma hasta los 25 años. A fines de 2004, jubilado y con 70, quiso dar con otros hablantes del chaná en Entre Ríos pero se dio cuenta de que él era el último.
Unos meses más tarde, el investigador de Conicet y lingüista Pedro Viegas Barros recibió cintas con las grabaciones de la voz de Blas. En cuanto pudo, viajó a visitarlo y corroboró que Blas, efectivamente, hablaba el chaná, una lengua que se consideraba extinta desde hacía 200 años.