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DIRECCION EJECUTIVA: JULIA MONTESORO

Roberto Suárez protagoniza «El santo», de Agustín Carbonere: «Desde la actuación se ven más fácilmente las manipulaciones de la fe»

Roberto Suárez es un actor, dramaturgo, docente y director uruguayo que realizó un rol excluyente y consagratorio en El santo, la ópera prima de Agustín Carbonere, que se exhibe en el Cine Arte Cacodelphia.

En El santo, película ganadora del premio al mejor director en la Competencia Internacional del Bafici 2023, Suárez encarna a Rubén, un humilde sanador que atiende a sus pacientes con distintos problemas, que aborda con técnicas de curación extravagantes y poco ortodoxas.

-¿Qué encontraste en el texto de El santo que te impulsó a aceptar la propuesta?

Cuando Agustín se comunica conmigo por primera vez y me cuenta que quería tratar este universo del curanderismo, de la sanación y de los milagros, me retrotrajo a mi infancia. Mi abuela era una mujer muy cercana a los gitanos. Ella vivía en ese universo en el que, por ejemplo, estaba obsesionada con el reloj de San Roque. Ella nos decía que escucháramos siempre ese reloj porque alguien iba a morir en ese lugar. También se ponía una papa en la barriga para las hemorroides.

De niño, con mis hermanas, prácticamente nunca fuimos al médico porque vivíamos en un mundo que tenía esas características que Agustín plantea en el guion. De alguna manera me atrajo mucho ese mundo que ya no existe, como pasa en “Cien años de soledad”. Y si todavía existe no es de la manera antigua.

-Lo primero que te atrajo fue que te remitía a tu infancia y a un mundo que conociste.

Sí. Y lo segundo es que tuve una reunión con Agustín en un bar de Montevideo. El estaba trabajando acá e inmediatamente me di cuenta que tiene un talento brutal. Tuvimos una charla de dos horas y nos embarcamos.

El santo es una producción con un personaje excluyente, que sos vos. ¿Cómo encaraste este rol, qué partes de vos mismo le incorporaste?

A partir de esa relación con Agustín tuvimos un ida y vuelta muy obsesivo.  Nos comunicábamos por Whatsapp o cuando podíamos nos veíamos. Buscamos ir encontrando o referenciando el personaje y su mundo.

El de los santeros y curanderos verdaderos, el del manejo de la inducción y de la sugestión. ¿Cómo poder inducir y sugestionar? Incluso llegamos a hablar de que teníamos que tener esa actitud en el propio set de filmación. Estar involucrados realmente en ese universo y poder ir con las personas que estudiamos. También llevarlos a ese universo, aunque fuera sabido que es de ficción.

Agustín tuvo también un talento bárbaro en la selección del equipo. Eligió personas con mucha pasión. Gente que es muy profesional pero que también se destaca por su entrega, porque hubo que hacer un trabajo muy grande. No teníamos todas las posibilidades del mundo para realizar esta filmación, pero sí estaba la calidad humana y el talento. La gente estuvo muy comprometida con el proyecto.

-El personaje que te toca interpretar en principio es alguien humilde, casi anónimo y después va sufriendo transformaciones en su personalidad ¿Qué le ocurre?

Este personaje, Rubén, termina apareciendo en ese mundo de la televisión y de la fama, que no es donde están sus raíces y su comienzo. Y se vuelve una especie de dictador, una especie de Calígula, rodeado de mujeres en el final. El personaje tiene una curva que a mí me encanta: es cuando él empieza a absorber ese otro mundo al que no pertenecía. Empieza por notar el dinero, lo empiezan a vestir y aparecen las cámaras, que funcionan como una especie de demonio y de tentación de manera simbólica. En el momento de entrar en ese mundo de consumo la creencia empieza a desaparecer. Y al mismo tiempo sus poderes empiezan a disminuir. Ahí adentro se convierte en una especie de dictador. Su personalidad cambia y se empieza a volver paranoico. Comienza la soberbia, las paranoias con los otros seres que lo rodean, con su propio amigo que lo acompañó siempre. Creo que llega a la locura plena. Él llega a ese estadío y se pierde. Cumple, al cabo, con esas condiciones de héroe trágico.

-“La fe mueve montañas” expresa un cartel que aparece reiteradamente a lo largo de El santo. ¿Cuál es tu relación con la fe?

Soy muy, muy ateo. Siento que he pasado por un período muy místico y muy lleno de posibilidades fantásticas en mi niñez. Incluso tomé la comunión. Pero poco a poco me di cuenta que las creencias no me permitían jugar el sueño de la vida. Con los años me metí en el teatro y desde allí se ven más fácilmente las manipulaciones. Entonces se me hizo cada vez más difícil creer.

-En tu país, Uruguay, sos un actor reconocido esencialmente por el teatro. ¿Existe en vos la dicotomía entre actuar para el cine y para el teatro?

El teatro es esencialmente mi vida. Y aunque parezca raro, hace años que no estoy allí, porque me dedico fundamentalmente a la dirección y a la dramaturgia.

El teatro tiene presencialidad. Nace y muere en el momento y tiene otros universos poéticos. No trabaja sobre las dimensiones como tiene hacer el cine, donde uno se expresa a través de un aparato que es la cámara. Por lo general las películas, como el cine o las series tienden a enfriar al actor por la forma en que está manejado, por la tecnología: la cámara es nuestro público.  

Pero con El santo me pasó como muy pocas veces, seguramente por la dimensión del personaje, que lo disfruté como si estuviera haciendo teatro.

Julia Montesoro

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