La bruja de Hitler, la ficción dirigida, escrita y producida por Virna Molina y Ernesto Ardito, comenzará el jueves 22 su tercera semana de exhibición. Se presenta en el cine Gaumont, con funciones diarias a las 15.40 hs. y 22.15 hs. y en salas de todo el país.
Se trata de una fábula sobre el nazismo que fusiona el terror, el drama histórico y el thriller psicológico, conformando un tratado sobre la intolerancia. Cuenta la historia de una familia de fugitivos nazis en 1961 en la Patagonia argentina. Llegan a una nueva casa buscando refugio, con el fin de transitar con total impunidad una vida normal. ¿Cómo es la normalidad del silencio, la obediencia y la violencia para los hijos adolescentes de estas dos familias que son testigos y víctimas de abusos y crímenes impunes?
Está protagonizada por Lucia Knecht, Victoria Lombardero Có, Ema Eraso Villarino, Ulises D’atri, Eleonora Dafcik, Heinz K. Krattiger, Malena Villarino, Ronaldo Giss e Isadora Ardito.

-Ahora que La bruja de Hitler cumplió su segunda semana de exhibición, ¿surgen nuevas miradas que no habían detectado?
Ernesto. La película apela a un público inteligente, que se deja llevar por el lenguaje cinematográfico. No es una película narrativa, donde se cuenta todo en la superficie, como se puede ver en alguna plataforma. Nosotros valoramos mucho el espíritu de ir a una sala de cine. Por eso teníamos muchas dudas con lo que iba a pasar con el espectador en general. Pero cuando nos paran para comentar cosas nos damos cuenta de que llega a lo más profundo de las personas. Curiosamente, en las películas anteriores nos comentaban el tema en sí. Ahora gente que no es para nada cinéfila nos habla del lenguaje cinematográfico o de los planos.
-El desafío era introducir al espectador en otros niveles de comprensión no frecuentes.
Virna. Sí. A veces nos preguntábamos si se entendería algo de lo que proponíamos. ¿Sentiría la persona que está del otro lado de la pantalla lo mismo que nosotros al construir esta secuencia de imágenes, al trabajar esta escena?
La respuesta es “sí”. Y también genera una esperanza grande, porque hicimos una apuesta al cine-autor, retomando ese camino. No desde el formato convencional, del “hay que hacer esto porque a la gente le gusta esto”, sino de una propuesta distinta desde lo autoral. Jugándonos por herramientas que quizás hace mucho que no se usaban, retomando una tradición. Vemos que el espectador lo abraza, le gusta, lo percibe como algo novedoso. También para las generaciones más chicas. Obviamente uno lo resemantiza con su mirada, su forma, su tiempo. Pero es interesante que a mucha gente le interese algo que en muchos sectores sostienen que ya no va más. Eso me encanta: el rescate del cine-autor que apuesta al cine puro. La construcción donde hay algo que solo puede ocurrir adentro de la pantalla: ese plano cortado del rostro, ese sonido que se anticipa y te dice más de lo que podés ver. Eso es lo que la gente te dice cuando se cruza después de ver la película.
-¿Hay alguna referencia real de La bruja de Hitler, o es una criatura que ustedes crearon para esta historia de ficción?
Virna. Existieron mujeres que trabajaban en los campos de exterminio. Como las generalas, no eran la autoridad máxima del campo, pero tenían contacto directo con los prisioneros y eran particularmente sádicas en el trato. Eso las convirtió en “las brujas de Hitler”, como las denominaban.
La bruja de nuestra historia no existió fielmente, con nombre y apellido, sino que es la construcción de varias instancias históricas aggiornadas a la ficción. Un poco como decía Gaby Meik, la autora de Sinfonía para Ana: cuando escribió la novela –puntualmente los personajes de Ana o de Lito-, en realidad es una conjunción de personajes que conoció.
Nosotros tomamos datos o historias reales y los conjugamos en la construcción de un personaje ficcional.
Ernesto. La bruja de Hitler se plantea en un escenario de comienzo de los años 60, cuando una familia de prófugos nazis se aloja en el hogar de otra familia alemana que había colaborado en la Segunda Guerra Mundial con
Hitler. Pero el tema de la película está en la relación intrafamiliar: en cómo esos hijos adolescentes o niños van viviendo ese mandato paterno y qué hacen con esa historia. En qué medida se rebelan o lo continúan.
Es una lucha entre opresores y oprimidos, donde la persona oprimida que se quiere rebelar nos transporta hacia el presente. Allí podemos hacer un paralelismo con el aumento del fascismo que estamos viendo actualmente; en qué circunstancias lo advertimos en el cotidiano en la persistencia de acciones nazis como la intolerancia, el odio, el querer destruir al diferente, el rol de la mujer dentro del patriarcado familiar.
-La película por momentos orilla el fantástico y el terror. ¿Hay allí una búsqueda de espectadores más jóvenes?
Virna. En lo personal, me encanta del cine cierta cuestión espectacular o fantástica, porque me transporta a un lugar que no existe, que no es tal. Eso nos permite ver cosas que desde lo verídico no podemos distinguir. Creo que eso pasa mucho en los jóvenes: hay una cuestión de lo fantástico muy incorporada al lenguaje vinculado al cine. Ahí conectan mucho con el tema de la bruja.
Ernesto decía que el espectador entiende el sentido del relato más profundo, más filosófico de lo que se está hablando. Se entiende porque es un relato construido sobre verdad. En realidad no hay nada documental: lo que hay es una verdad que emana muy fuerte, pero con un lenguaje más cercano a lo fantástico, a lo terrorífico. Desde ahí se construye la propuesta inicial que era ir al corazón de esta ideología, a la opresión más profunda, a lo abominable del nazismo. Que no queda desgraciadamente atrapado en esos años 40, sino que, como nosotros planteamos, siguió extendiéndose, ramificándose y coexistiendo con nosotres. Por eso creo que se vuelve demasiado terrorífica la película: porque hay algo de eso que está vivo.
Ernesto. Hay dos tipos de espectadores que se unieron. Están los más jóvenes y también la generación que vivió la vanguardia de los 60 y que están acostumbrados -aunque hace tiempo que no lo hacían- a encontrar una película que los lleve a reinterpretarla y a debatirla, a pensar qué quisimos decir. Yo sentí que el lenguaje del terror psicológico se usaba muchísimo en ese momento, así como en los realizadores de posguerra. Por ejemplo, (Roman) Polanski con Repulsión. De allí surge cómo narrás lo inenarrable, como el horror de la libertad de los monstruos.
-Está basada en una investigación sobre esa época y también sobre las ramificaciones en años posteriores. ¿Qué es lo más potente que encontraron en el presente para quisieron reflejar?
Ernesto. El silencio. Lo más fuerte que deja la película son los personajes con diálogos muy pautados, donde ocultan y mienten; mienten en escenas aun cuando están diciendo la verdad. Ese ocultamiento es lo que nosotros percibimos que es donde más se sostiene la película. Ese silencio que lleva a legitimar personajes, porque si alguien hablara aunque sea solo una palabra la historia cambiaría.
-La película está hecha de silencios y a la vez es muy impactante la diversidad de recursos sonoros en distintos planos.
Virna. ¡Sí, sí! Desde el principio tuvimos en claro que el sonido sería un elemento clave. Ya estaba pautado desde el guion. Nos encanta trabajar el sonido: muchas escenas primero las montábamos sonoramente y después incorporábamos los elementos de la imagen. Eso nos pasa muy a menudo.
Después está la parte musical: dentro de ese compilado, también hay un entramado que se va articulando más musicalmente y juega con estos sonidos de la naturaleza y con los humanos. Porque el silencio está construido de sonidos truncos; los gemidos, los latidos, los suspiros, toda una parte no dicha, que es lo que se reprime y no puede salir.
-¿Cómo fue la experiencia de dirigir a actores hablando alemán?
Virna. Nosotros escribimos el guion en español y lo tradujimos junto con uno de los actores -el protagonista, Heinz (Krattiger)- y con una traductora. Hicimos como una doble traducción y fuimos construyendo una idea de los significados hasta donde podíamos comprender: las significancias de cada vocablo, las asociaciones, cómo eso resuena según los tiempos. Sabíamos que había determinadas personas que iban a hablar un alemán más antiguo. Por ejemplo, el padre de Hans, que había aprendido alemán de sus padres en Bariloche en los años 60, 50. Ese no era el alemán de Berlín actual sino el aprendido en el sur de la Patagonia. También estaba el alemán lírico de Gretel que aplicaba y cantaba en muchos momentos. Lo fuimos jugando intuitivamente, haciendo un paralelismo con nuestro idioma. Fue como apostar a traer una tradición histórica. Con la ayuda de gente que manejaba bien el idioma pudimos articular esas cuestiones fascinantes.
-Les leo un análisis de un portal, firmado por Juan Manuel Ciucci: “El aporte de Ardito-Molina a la cinematografía nacional se ha vuelto fundamental, ya que además de producir de modo independiente sus películas, con una mirada política siempre presente, realizan un trabajo estético que busca construir nuevos modos de narrar nuestra realidad. En un universo audiovisual simplificado por las estéticas de las plataformas, el registro de les realizadores recupera el gesto creador y diverso de lo mejor del cine argentino”.
Dicho esto, ¿tomaron conciencia de que La bruja de Hitler no pertenece a ese universo simplificado de las estéticas de las plataformas?
Ernesto. Sí, nos los planteamos muchísimo. En la coyuntura que estamos, nos parece un absurdo, una estupidez hacer un cine narrativo que quiera imitar lo que ofrecen las plataformas. Mucha gente lo hace para ver si le dan una oportunidad en ese círculo de distribución y ofrecen lo mismo pero más trucho que una película hecha legítimamente con esa finalidad.
Encuentro allí una especie de divorcio entre el cine nacional y los espectadores. Si hay un cine que vos podés ver en una plataforma, ¿por qué lo vas a replicar para un cine? Para que el espectador vaya al cine tiene que ver algo diferente de lo que le ofrece la plataforma. Hay un lenguaje y una tradición cinematográfica que nosotros queremos llevar a la superficie de nuestras producciones. Para que se vea en el cine y que legitime la razón de meterte en una sala oscura en pleno invierno a disfrutar de algo que no lo vas a ver en otro lado.
-¿Les gusta volver a ver sus películas?
Ernesto. ¡Uf! Yo sufro mucho, realmente. Pero es porque una película lleva un tiempo largo de producción: desde que terminás el rodaje hasta que la presentás pueden pasar dos años. Y al volver a verla uno piensa siempre qué otras cosas podría haber hecho para mejorar algo. Incluso pasa durante el proceso de montaje: allí cubrís errores, pero a la vez te encontrás con escenas que hubieras querido trabajar desde otro punto de vista.
Además, cada película es diferente de la otra porque vas apropiándote de nuevos lenguajes. Y como uno está en una búsqueda constante, ves una película terminada cuando ya estás buscando algo diferente.
Virna. A mí me gusta. Porque aprendo mucho y también porque empiezo a sentir de vuelta lo mismo que la primera vez que monté esa escena. Cuando me pasa eso pienso en cuántas veces la vi, manipulé ese sonido, esa imagen y me genera la misma sensación original.
Ernesto. Con las películas que más se distancian en el tiempo me agarra nostalgia del momento del rodaje, de lo que vivimos en ese momento. Un rodaje es un hecho colectivo, en el que vivís un montón de experiencias. A veces no me gusta exhibirlas porque siento tristeza de ese momento que pasamos y me da nostalgia. No veo la película sino lo que está detrás.
-Virna, Bariloche es tu segunda ciudad prácticamente. ¿Con qué ojos te miran ahora que que ya se sabe de qué se trata La bruja de Hitler?
Virna. Por ahora no la podemos estrenar allí. Hay mucha gente con expectativas de verla, además de quienes trabajaron. Creo que va a generar mucho interés porque es un tema tabú en Bariloche. Tabú porque la ciudad trata de sacarse la caracterización de “la ciudad nazi”, pero en realidad la única forma de quitártelo -que no está mal puesta porque existió y durante mucho tiempo- es justamente romper el silencio y abrir ampliamente la discusión sobre este tema. Poder decir las cosas que nunca se dijeron. La película va a ser bastante provocativa porque hay algo que persiste, que no se terminó de desarmar y si bien generacionalmente va cambiando, de todas maneras es muy difícil todavía hablar de estos temas.
Como decía (Alejandra) Pizarnik, hay que exorcizar a través de la palabra, que eso se libere y que la verdad salga a la luz.
De la misma manera que es difícil hablarlo en Alemania. La película no se pudo pasar todavía allí. Y nosotros sentimos que también va a generar muchísimo impacto, porque de esto no se habla. Pareciera que el silencio sigue siendo la mejor opción. Nosotros no creemos que sea así.
Julia Montesoro