Melisa Liebenthal estrenó El rostro de la medusa, su segundo largometraje, en la sala Malba. Tras ganar el premio a la Mejor Dirección en la Competencia Internacional del Festival de Mar del Plata (junto con Ana García Blaya por “La uruguaya) en noviembre último, esta ficción, protagonizada por Rocío Stellato, Vladimir Durán, Camila Toker, Roberto Liebenthal, Irene Bosch, Federico Sack y Alicia Labraga, se presenta los viernes de enero a las 20 hs.
El rostro de la medusa plantea algunos interrogantes: de un momento a otro, la cara de Marina, su protagonista, cambió. Como en una pesadilla kafkiana, un día alrededor de sus treinta años su rostro dejó de ser lo que era. ¿Quién es Marina ahora? A través de su historia, la película se sumerge en una indagación sobre el significado del rostro, núcleo de nuestra identidad y de cómo nos encontramos con los otros, ya sean humanos o no humanos. ¿Podemos ser alguien más allá de nuestro rostro, más allá de nuestra imagen?
-¿Cuál es tu búsqueda en El rostro de la medusa, hacia dónde querías dirigir la mirada?
Hay una búsqueda conceptual, bastante abstracta, en torno a las preguntas sobre el rostro, sobre la identidad, sobre cómo nos vinculamos y sobre la otredad del animal.
Trata sobre nuestro lugar como humanos, que formamos parte del reino animal: aunque no lo matice en forma directa, es parte de las inquietudes de la película. La búsqueda formal es diversa: es muy difícil abordar estos temas en una narrativa. Y estas abstracciones me llevaron a querer experimentar más con los materiales, en algo que es más cercano a las artes visuales que al cine propiamente dicho. De allí surgió el trabajo con las fotos de archivo, con las animaciones y específicamente con este trazo azul animado.
-¿De qué forma apareció la animación en El rostro de la medusa, convertida en una parte esencial del relato?
Surgió para tratar de abordar estas preguntas sobre la identidad. A priori iba a haber una voz en off. Estaba escrito y creíamos en eso. Pero probándolo en el montaje sentí que no funcionaba. Terminaba por achatar algo que era más potente. Allí surgió medio casualmente la idea de la línea azul. Estábamos trabajando con fotos mías de cuando era chica. Entre ellas, apareció un dibujo que había hecho a los 3 años. Era una cara de esas que se hacen en forma de papa, con dos puntos y una raya en un trazo azul potente. Primero lo íbamos a incluir como dibujo. Pero en la versión final no quedó. En cambio, quedó la línea azul, que viene a guiar la mirada hacia donde queremos que el espectador reflexione. Sin anclar tanto como un texto en off.
-Como en tu largometraje anterior, Las lindas, volvés sobre el tema de la mirada. Como nos ven, como nos vemos. ¿Es un tema recurrente o era solo una necesidad narrativa?
Surgió de manera espontánea. Tiendo hacia allí, sin buscarlo demasiado. El punto de partida del proyecto no tenía nada que ver: comenzó a partir de mi interés por el vínculo con los animales. En la etapa en que viajaba a festivales por mi película anterior, Las lindas, en mis días libres visitaba zoológicos y acuarios de esos lugares del mundo. Me iba a robar imágenes de esos espacios sin tener una idea rectora muy clara. Había algo que quería investigar sobre la relación con los animales en las ciudades. El único vínculo está a través de los zoológicos, las mascotas o las plagas, como dice John Burger.
-¿Cómo fue el proceso de metamorfosis del proyecto, que terminó reflejando conductas humanas?
En los zoológicos lo que más me llamó la atención es que las personas buscaban ser reconocidas por los animales. Cómo cruzan la mirada con la intención de que el animal lo mire y lo reconozca. Cómo nos miran, cómo nos miramos.
Pero al mismo tiempo que hay animales que te pueden mirar –como un tigre, o un gorila, que es muy potente- hay otros que no te pueden mirar porque no tienen ojos, como la medusa. Era la contracara: que pasa cuando hay un ser vivo, como nosotros, frente a un animal sin ojos. De allí se dispararon las preguntas: qué es un rostro, qué significado tiene.
-Venís de ganar el premio a la Mejor Dirección en el Festival de Mar del Plata: ¿qué pensaste cuando dijeron tu nombre?
No lo esperaba en absoluto. Esta película tiene bastantes riesgos desde lo formal, desde la propuesta. No estaba tan confiada con que le iba a gustar a todo el mundo. Fue hecha para experimentar, no era tan explícita.
-En el Festival también tuviste la oportunidad de preestrenarla con público. ¿Qué advertiste en sus devoluciones?
Me quedé gratamente sorprendida. Inicialmente pensé que la gente no se conectaría tanto: es una película rara, que no se parece tanto a otras. Podía no ser tan accesible. Pero recibí mucha calidez. Y me gratificó que la gente se riera tanto en la sala.
Julia Montesoro