Diego Cremonesi coprotagoniza junto a Pablo Rago la obra teatral Sala de espera, escrita y dirigida por Nicolás Repetto, que se presenta los miércoles a las 20 hs. en el Paseo La Plaza.
Sala de espera es la primera experiencia teatral del reconocido periodista y conductor Nicolás Repetto. Plantea una mirada abierta sobre el transcurrir de la vida y la idea de la muerte en el encuentro entre dos amigos y la fantasía recurrente que irrumpe en uno de ellos.
En la “sala de espera”, algo parecido a un purgatorio, Adrián encuentra a Ignacio, su amigo de la juventud que murió dos años atrás. En un diálogo atravesado por la emoción, reflexionan acerca de sus devenires. ¿Qué hizo cada uno de ellos con su vida, cuál es la razón por la que valió la pena vivirla? Mientras esperan su destino incierto, cuestionan su propio vínculo en un filoso duelo verbal.
-¿Qué encontraste en Sala de espera que te expresara y que te haya decidido a sumarte?
El desafío de abordar un proyecto muy particular, porque estaba gestado, escrito y dirigido por alguien que no es del palo del teatro, como Nico Repetto. La propuesta aparece en un año donde los actores y las actrices necesitamos de proyectos. Me parecía muy audaz de parte de él y a la vez, un desafío actoral muy grande porque es un texto difícil. La dupla con Pablo Rago me sedujo al instante. Fue como el puntapié inicial.
Algo que valoré mucho de Nicolás es que no vino con una obra de teatro escrita por alguien y dijo: “Hoy quiero ser director de teatro”. Sino que era un texto propio que él venía trabajando hace unos años que ni siquiera sabía de antemano que iba a ser una obra de teatro.
Él decidió hacer la experiencia de ponerlo en una sala teatral, ver cómo se encontraba con ese lenguaje y que apostaba a dos actores de bastante recorrido y personalidad.
Nuestro desafío, como actores, es tratar de interpretar lo que él está pidiendo y a la vez de ayudar a que se termine de revelar el material a través de la actuación. En hacer propios esos textos tan ajenos, que filosofa bastante con ítems como la vida o la muerte.
-¿Cuánto de vos hay en este rol?
Cuando empezás a trabajar -entre comillas- profesionalmente, al ser gestor junto con tu colectivo habitual de proyectos, en general estás más de acuerdo en la búsqueda estética, artística. Luego, hay que hacer un ejercicio grande de desapego, de correrse uno del centro y de tratar de interpretar una mirada ajena y particular. Esto es lo que ocurre: me pone por un lado en un lugar de mucha inseguridad y por otro de mucho desafío.
Ese gran desafío es lograr una actuación con cierto verosímil, donde la gente pueda creerle a estos tipos, que son los que dicen esto, en este contexto de especie de limbo. Hay que lograr que la gente pueda participar, ser parte de ese devenir.
Me parecía interesante poder darle vida a uno de esos dos seres. En lo que me toca, es una persona completamente lejana a mí. Por su origen social, económico, sus pensamientos, su ideología, su modo de ver. Tiene poco que ver en cómo percibo la vida, la muerte o la amistad. Pero siempre se trata de eso cuando uno actúa, salvo, como decía, cuando uno es un gestor del material. Al corrernos de nosotros y tratar de abordar sin prejuicios personajes que están lejanos a nosotros, hay que encontrarles el jugo actoral y lúdico.
–Sala de espera expone ítems esenciales como la vida, la muerte o la amistad. ¿Qué te interpela de cada uno de ellos?
Son los grandes temas que nos dan vuelta en la cabeza. Sobre todo a partir de cierta edad cuando empiezan a circular. Más allá de que me sienta joven aún, la muerte nos toca de cerca. Lamentablemente ya he sufrido la pérdida de amigos por alguna enfermedad o familiares que han muerto jóvenes. La muerte opera como un disparador para reflexionar sobre cómo vivís la vida que vivís y qué decisiones tomás. La amistad es como un pilar necesario y determinante de nuestra vida.
La obra aborda estos temas, pero en clave de humor. En este juego de estos dos amigos de la vida, ambos se chicanean, se divierten entre ellos y se hacen enojar. Esto también me resultó atractivo. No es solamente ver qué voy a decir o quiénes son parte de ese proyecto; también era muy interesante ver qué iba a hacer Nicolás Repetto en su primera incursión en el teatro.
-Hay dos Nicolás Repetto, antes y después de conocerlo. ¿Qué representan?
Cuando me puse a hacer el ejercicio de pensarlo me di cuenta de que estaba ante uno de los tipos más creativos de las últimas décadas en la televisión argentina. Estuvo al frente en formatos muy diversos, como conductor y como productor, en programas que me marcaron en la vida, como De la cabeza y Cha Cha Cha, así como en La noticia rebelde. No es solamente el que decía Decime cuál es tu nombre sino también un tipo que le puso plata y espalda para bancar lo que hizo, que fue como una bisagra de los códigos humorísticos en la televisión.
Estoy muy contento, tuvimos un proceso bárbaro. Mucho más parecido a lo que podría ser el del teatro independiente, en cuanto a que ensayamos en una sala pequeña. Me sentí muy libre dentro del contexto de lo que planteaba tanto la obra como Nico, en relación a lo que podía llegar a ser mi aporte de lo artístico. Sentí que que había escucha. Con un compañero como Pablo (Rago) para ayudarnos entre nosotros y Flor (Raggi) apuntalando la dirección. Asumí a este personaje Ignacio, tan lejano a mí y tan difícil para imaginarme y encontrar su idiosincrasia y su forma de ver y sentir, y que eso me permita zambullirme y jugar sin juzgar.
-A la manera del teatro independiente, Sala de espera se presenta una vez por semana. ¿Qué implica esa característica?
En la mecánica de hacer la función varias veces a la semana, vas apropiándote del material cada vez más y esa máquina empieza a aceitarse. Al tener una pausa de una semana entre función y función hay que intentar que no pierda espontaneidad, que no se vuelva un acto mecánico. Buscamos que la preocupación de no olvidarte y de estar ahí presente no te quite lo lúdico, con la posibilidad y capacidad de improvisar.
-La representación teatral se completa con la mirada del público. En estas presentaciones que se hicieron, ¿Qué lectura hace el espectador de Sala de espera?
Los martes, en la misma sala, presento desde el año pasado Reverso, junto a Carla Peterson y Marco Antonio Caponi. El martes anterior, al salir de la función, los técnicos y el encargado de salas, que son los mismos que están en las dos obras, me dijeron cosas muy buenas. Me sorprendieron para bien: me comentaron que les encantaba, que la gente se va muy contenta, entretenida. Y que Pablo está muy bien.
Yo le doy mucha bola a los trabajadores del teatro, porque tienen el ejercicio de mirar mucho más que uno. Ven infinidad de cosas por semana durante años y tienen una percepción de lo que pasa en la sala muy desarrollado.
-Tenés el reconocimiento del público en las distintas ramas del arte: teatro, televisión, series, cine. ¿Qué es lo mejor de ser actor?
Actuar. Lo poco bueno que tiene la actuación es el momento. El aquí y ahora.
Es una profesión bastante ingrata en relación a la vida en general, pero a la vez es muy fuerte lo que sucede en relacion a esa necesidad de coexistir con ese arte, a sentir realmente que te apasiona y que es lo que elegiste para tu destino.
No soy el mismo cuando estoy con un proyecto en el horizonte que cuando no. Si no tengo nada me vuelvo otro tipo de persona, me pierdo. Cuando tengo un proyecto, sea cual fuere, mi universo interior empieza a funcionar de una manera donde me capta la pasión. Mi mundo empieza a circular alrededor de eso, desde un montón de lugares: desde lo que empiezo a pensar, desde cómo trabajo. Para que te des una idea: Nicolás se puso en contacto conmigo a fin de año, hablamos a mitad de enero y antes de definir que íbamos a hacer la obra, y que la iba hacer yo, ya estaba estudiando. Porque tenía claro que es un texto muy difícil.
-¿Tenés tu propio método de trabajo?
Para mí el sentido de la actuación es lograr hacer desaparecer al escritor y al director o directora. Hacerlo desaparecer de la vista del público, para que no esté viendo el artilugio ni la mano de quien escribe, sino que solo vea eso que está pasando.
Para que eso suceda, yo preciso vincularme con un nivel de profundidad muy grande. No hablo de la profundidad del sentir sino de cómo tener algo incorporado técnicamente, al punto de que después dejes de pensar en ese algo. Es como hacer jueguito con la pelota o cuando te vienen a marcar y te sacás un tipo de encima: lo hacés sin pensar cómo. Eso es la actuación.
Siempre se me viene la imagen de la espada samurai como la más fuerte del mundo, con el acero más fuerte del mundo. Un día entendí que no era porque tiene una aleación especial, sino porque es un acero que se trabaja doblándose sobre sí mismo en una cantidad infinita de capas. Ahí está su fortaleza. Termina siendo imperceptiblemente fino, pero en esa finura hay un trabajo de millones de capas y la vida es eso. Nosotros somos esos millones de capas, emocionales y de experiencia, que trasladamos al aquí y ahora de nuestra vida cotidiana. Como actor, siempre aspiro a poder lograr esa naturalidad lo más cercana posible. Es lo que me mantiene vivo y alegre.
Yo vivo en La Plata y viajo a Buenos Aires constantemente. En esa hora y pico que tengo de viaje, esa autopista la terminé transformando en un espacio de trabajo, donde coexisto y convivo con esos textos. Estos se me siguen revelando: en cada lectura me invaden sensaciones nuevas. Algo que me sonaba hasta cierto momento de un modo, después pienso que hay algo más. Y me pregunto y cuestiono por qué lo digo de determinada manera. Muchas veces me encuentro con actores o actrices que me avisan cómo me van a decir un texto. Y me pregunto cómo puede saberlo, si todavía no me vio y no se encontró conmigo en ese aquí y ahora y no sabe qué va a volver de mí.
Trato de reservarme siempre esa capacidad de sorpresa y actualización que te da el aquí y ahora actoral, sea en el set de cine, un escenario o una serie. Aun con esas dificultades y ese contexto tan abortivo para el aquí y ahora que es que el corte, el acomodamiento, el manejo de las luces, el cambio de plano. Para que eso suceda, hay que darle a esa intuición mucho entrenamiento, gimnasia mental, para que la técnica no se vea y que haya un detrás muy espontáneo. Para poder ser espontáneo, tengo que haber estudiado tanto que tengo que llegar a dejar de pensar.
-¿Cómo evaluás este momento de la industria, donde te convocan para hacer cada vez más series y menos cine?
Triste y preocupado. También preocupado por el lugar de enemigo que se le ha asignado al cine, a los artistas, a la cultura. Es un momento muy difícil que requiere mucho esfuerzo, resiliencia, paciencia. También hay un espíritu de resistencia y de lucha fuerte. No pierdo la esperanza de que se va a terminar revirtiendo y reacomodando.
Me preocupan mis colegas. Y mis colegas de la industria audiovisual no solo son los actores y las actrices sino los técnicos, las técnicas, los trabajadores y trabajadoras del cine y de las series. Es un momento heavy. Lamentablemente siento que no se puede tener debates en donde vos profundices sobre la ambigüedad de las cosas y las contradicciones. Donde puedas abordar, por ejemplo, los malos funcionamientos del INCAA. La respuesta ante esto es que hay que hacerlo desaparecer.
Seguramente hay un montón de cosas que deberían revisarse, ver cómo se puede mejorar y que rinda mejor, pero para eso tiene que estar la posibilidad de que se revisen, de que se haga un debate constructivo. Si no, solo hablamos del vaciamiento de un sector solamente para querer hacerlo desaparecer. Somos una industria generadora de trabajo. Lamentablemente el debate se llena de mentiras. Si te plantean la desaparición como alternativa, no podés empezar a hablar de las cosas que hay que cambiar: tenés que defender el concepto. Me pregunto cómo vamos a fomentar la cultura de nuestras nuevas generaciones. Hay que plantear la participación del Estado como alguien que ayuda a que la industria se motorice. Así como se le da crédito al campo y a otro tipo de industrias sería bueno que se empiece a entender a la industria cultural.
-Tenés varias producciones pendientes de estreno en plataformas, como El tiempo de las moscas (con libro de Claudia Piñeiro); Hija del fuego (con la China Suárez); Inadaptada y Los mufas, con Daniel Hendler. Mirando hacia adelante, ¿qué viene ahora?
Estoy participando en la nueva serie sobre la vida de Yiya Murano, dirigida por Mariano Hueter, protagonizada por Julieta Zylberberg. Me toca un rol muy lindo. Por un lado estoy contento de abordarlo y por otro, estar en movimiento siempre es importante.
Después estoy muy expectante de que aparezcan proyectos y de lo que estamos generando desde teatro. Participé en varios proyectos de cine independiente, de algunos directores de 20 ó 22 años que están haciendo su primera peli, a recontrapulmón. Siempre intento participar en esos contextos, porque siento que es una forma de devolver algo de lo que se me ha dado para mi formación. Y que puedo ayudar a que esos nuevos trabajadores de la industria audiovisual puedan ganar experiencia y oficio haciendo, que es la única forma. Claramente cuando alguien con más recorrido participa de una película así le da una mano por su nombre. Pero también ayuda a su formación por su oficio y conocimiento. Son cosas que claramente no me dan de morfar, pero dejan esa sensación gratificante de lo artístico, de lo artesanal. Y de esa apuesta de que sean futuros directores o directoras y que el día de mañana me convoquen a sus trabajos.
-En tu trayectoria más temprano que tarde reaparece esta mirada social de acompañar proyectos sin privilegiar la trascendencia.
Mi camino ha sido así, trabajando con gente que con el tiempo generó cosas y me terminó llamando. No conozco otra forma que ir haciendo con aquellos que se forman a la par tuyo, de ir aportando al crecimiento de esos otros.
Por un lado, apuesto siempre a que el trabajo me dé la posibilidad de vivir. Somos trabajadores que tenemos que parar la olla, somos padres, somos madres. Es un momento difícil para ser padre y madre. Es muy difícil para todos. Hablo de la economía: tenemos que tratar de ver cómo subsistimos. Por otro lado, trato de no perder el bichito de lo independiente, autogestivo, artesanal y artístico.
Julia Montesoro