El jueves 9 de enero se estrena en el cine Gaumont el documental Días de temporada, de Pablo Stigliani, con Lola Asorey (Lola), Ayelén Rossi (Aye), Valentino Céspedes (Valen), Agustín Martinez (Peter), José Juárez (Gitano), Alejandro Villarreal (Ale), Cheny Elizabeth Alfonzo (Eli) y Chiekh Soda Sylla (Bamba). Se trata de un retrato coral de seis vendedores ambulantes interpretándose a sí mismos, un día de enero de 2018, durante la temporada de verano, en Santa Teresita.
Cada uno de ellos aparece en su actividad esencial, que consiste en seducir al veraneante. Pero también la cámara los acompaña en su hábitat (la intimidad de su habitación o su cocina), construyendo un relato unidireccional sin necesidad de ponerlo en palabras o ser interpelados. Son un retazo de una sociedad de vencedores vencidos, un puñado de voluntades cuya única gloria es ser sobrevivientes entre pares tan anónimos como ellos, que apenas los registra.
Al cabo de una jornada, desde el amanecer hasta la madrugada, cada una de estas criaturas transitará las calles, las playas o las atracciones del balneario, cumpliendo con la inexorable rutina del buscavidas.
Pablo Stigliani le describió a GPS audiovisual los pormenores de la propuesta de Días de temporada.
-¿Cuál fue el disparador para observar lo que casi ningún otro turista ve, que es el lado oculto de la vida de un trabajador de temporada?
Simplemente, haber pasado un montón de veranos en esa playa. Mi abuelo tenía una casa en Santa Teresita y yo pasé todos los veranos de mi infancia allí. Ahora vive mi papá, a quien sigo visitando los veranos. Uno agudiza el ojo y empieza a cruzarse con los mismos vendedores y reconocerlos como parte del paisaje. Y como uno tiene una mirada cinematográfica en todo, empieza a encontrar qué hay detrás de esas personas, mas allá de ser un vendedor que pasa inadvertido para los turistas.
-¿Qué buscás reflejar en este puñado de buscavidas que pasan casi invisibilizados por la marea de veraneantes?
Lo que buscaba era encontrarle un igual a cada una de las historias que están retratadas aquí. Más allá de ser trabajadores, cada uno de ellos tiene una problemática social que nos está repercutiendo a todos. Se habla de la inmigración (a través de Bamba); de la aceptación sexual y la integración sexual en la comunidad de las chicas trans (como Lola, que es trans y hace teatro, y es muy bien aceptada por los veraneantes); del trabajo infantil (lo que hace Peter en el “Trencito de la alegría”); de los sueños -como el Gitano, que canta para tres o para cien personas-; de las madres solteras como jefa de hogar, como el caso de la vendedora de pochoclos, y en el caso del trabajador de los churros de su compañera como sostén de la familia. Eso es lo que se quería buscar.
-Del profesionalismo de Mario on tour pasaste a una película de “no actores”. ¿Cómo fue la búsqueda? ¿Cómo venciste las posibles resistencias iniciales?
Mis dos primeras películas fueron con no actores. Es una forma de trabajar que me gusta un montón. No tuve búsqueda: fue como volverme a setear en aquellos años de los comienzos. No hice mucha distinción. Se trabaja con el corazón y la dedicación es la misma. Y definitivamente no hubo resistencias.
-Volviste a hacer una película en la costa. ¿La locación surgió como necesidad de tu historia o por el contrario, fue tu inspiración inicial y a partir de allí desarrollaste la historia?
Volví a hacer una película en la costa simplemente por la infancia. Yo también soy un trabajador. En mis inicios trabajé en un supermercado, fui fletero, remisero, vendedor de perfumes. Los oficios de ellos me fueron muy cercanos en algún momento de mi vida y la locación también. A partir de eso se desarrollaron las dos ideas: la de Mario antes, y la de este documental ahora.
-La película prácticamente se constituye a partir de las imágenes, la música, el rumor de fondo, casi sin diálogos. ¿Cómo desarrollaste el guion en esa circunstancia? ¿Qué parte de los intérpretes fue “actuada” y qué fluyó espontáneamente y cambió el sentido de lo que pretendías?
Se buscó, como bien decís, un relato con música, mucho ruido de fondo, casi sin diálogos y que la construcción sea lo más naturalista posible, con una cámara que no se mueve y que no corrige. Y se llegó a lo pretendido. Mi intención fue estar como sentado en una reposera y ver la temporada.
Hubo mucho conocimiento de cada uno de los personajes anteriormente. Y lo que ellos hacían fluyó naturalmente. Hubo algunas intervenciones muy básicas, como cambiar el bar al que iba el Gitano a tomar un whisky por otro, por necesidades cinematográficas. Pero hubo muy poca intervención porque las historias eran muy coloridas y variopintas para necesitar intervenir.
-¿Qué suponés que pensaría Sandro al ver tus dos películas interpretadas (una protagónica, la otra en un retrato coral) por dos imitadores suyos? ¿Vos querías ser Sandro?
¡Uy, lo que pensaría Sandro! Creo que se sentiría bien, porque en las dos películas se trata de ver a las dos personas por encima del personaje, del imitador. Estaría contento porque hay una mirada de lo humano, de los dos personajes. Me preguntás si yo quería ser Sandro: ¡no, hubiese querido ser Elvis!!
-Tu mirada sobre estos buscavidas tiene una enorme ternura y humanidad. Se los nota haciendo lo mejor que pueden contra la adversidad de una vida que nunca les va a regalar una sonrisa. ¿Qué viste en ellos con la película terminada?
Es lo que queríamos lograr. Sacarlos de esos personajes anónimos y ver que detrás de ellos hay humanidad y ternura. Sin subrayar nada, sin intervenir. Con la película terminada vi por suerte lo que buscaba: reconocerlos, verlos no como vendedores sino como personas.
-¿Cuándo te diste cuenta de cuál era el corte final?
Durante la filmación nos dimos cuenta de que era una película muy ordenada, que las historias iban cerrando. Hubo algunas dudas con la coralidad, pero no más que eso. No hubo problemas con el corte final. Hicimos unas visualizaciones con amigos y siempre sentimos que funcionaba. Ese era el final que yo quería.
Norberto Chab