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Todo el cine y la producción audiovisual argentina en un solo sitio

DIRECCION EJECUTIVA: JULIA MONTESORO

José Martínez Suárez (1925-2019): adiós al Maestro

Un filtro infalible le permitía probar si un alumno de sus cursos estaba interesado en el cine porque era su verdadera vocación, y no por ser un advenedizo entusiasmado por la posibilidad de cinco minutos de fama.

Ponía sobre la mesa un listado de cien películas de las que él consideraba imprescindibles. “¿Ve esta lista? -interrogaba al interesado-. Bueno, ahora vea las películas. Y cuando haya visto las cien, vuelva”.

Muchos desistían. Los menos se iniciaban en el camino del séptimo arte con una primera lección aprendida: para hacer cine, antes hay que amarlo.

Esa era la manera en que José Martínez Suárez, fallecido el sábado 17 de agosto a los 93 años, introducía a sus discípulos en ese mundo para el cual vivió: el cine.

Nacido en Villa Cañás (Santa Fe) el 2 de octubre de 1925, descubrió su vocación circunstancialmente, cierta tarde que llegó a un set de filmación acompañando a sus hermanas, las mellizas Mirtha y Silvia Legrand, ya erigidas en juveniles figuras de un arte que era a la vez una próspera industria. Por primera vez, ese mundo ajeno –descubierto en el verano de 1937, cuando en un raíd iniciático alucinado vio 700 películas-, empezó a vislumbrarlo como suyo.

“Cuando entré en Lumiton era una especie de universidad. La persona mayor enseñaba a los pibes, cosa por cosa; nadie se guardaba nada. De ahí salieron iluminadores, camarógrafos, directores, guionistas. Fue mi segundo hogar», relató alguna vez en Anfibia, la publicación de la Universidad de San Martín. «Era un placer trabajar allí porque uno iba rotando los cargos. Por ahí estaba en el laboratorio, por ahí estaba en la administración, por ahí estaba de ayudante de dirección, por ahí estaba como ayudante de producción, por ahí como ayudante de cameraman. Así se iba aprendiendo de todo”.

En 1959 filmó su primer corto, el documental Altos Hornos Zapla. Un año más tarde llegó su opera prima, El crack, una película profética acerca del ambiente turbio que rodea al fútbol.

Después vinieron Dar la cara (1962), Viaje de una noche de verano (1965), coguionó La Mary (1974) con Daniel Tinayre, dirigió Los chantas (1974), Los muchachos de antes no usaban arsénico (1976), y su último trabajo, Noches sin lunas ni soles (1984).

Ese mismo año tuvo una feliz ocurrencia: enseñarle a los jóvenes aquello que fue aprendiendo en el camino. Su breve filmografía tenía gemas que podían disfrutar los cinéfilos fundamentalistas tanto como el público más común. Esa misma condición, popular e ilustrado, la trasladó a sus cursos y talleres.

De esas clases magistrales surgirían otros talentos, como Juan José Campanella y Lucrecia Martel. Pero son apenas dos ejemplos: Josecito, como lo conocieron en el ámbito del cine, fue formador de numerosos realizadores, técnicos y espectadores.

Su erudición, acompañada por su implacable memoria, ayudó más de una vez a guionistas despistados, periodistas desinformados o cineastas inmaduros. Por eso cosechó amigos y afectos en partes iguales.

En 2008 le pidieron dirigir el Festival de Mar del Plata. Iba a ser una labor temporaria: no quería estar emparentado con la burocracia o con la función pública. Pero allí descubrió una nueva misión y un nuevo desafío. Y se quedó por una década. Por esa muestra de prestigio internacional pasaron títulos de enorme arraigo y también excentricidades cinéfilas. Nunca resignó el estándar de calidad al que apuntó como espectador; el rigor y la exigencia que lo caracterizó como realizador o como docente.

El legado de Martínez Suárez, más allá de su talento como artista y de su calidad humana, es el de haber dedicado con pasión obsesiva su vida al cine. Como una señal del camino al alcance de quien se atreva a recorrerlo, solo después de reconocerse en esas cien películas imprescindibles que recomendaba el viejo Maestro.

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