El jueves 7 se estrena en el cine Malba el documental La nostalgia del centauro, primer largometraje de Nicolás Torchinsky, obra que acerca a la tradición gauchesca a través del retrato de un matrimonio de ancianos oriundo de los cerros tucumanos. Sus protagonistas son Alba Rosa Díaz y Juan Armando Soria. La película, que abrió la Competencia Argentina del 32do. Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, se vale de elementos ficcionales y documentales para registrar la vida cotidiana de una pareja que vive con sus animales en los cerros tucumanos.
Nicolás Torchinsky dialogó con GPS audiovisual acerca de su propósito de captar las resonancias poéticas que existen entre su presente y su pasado a través de la cotidianidad de esa pareja de gauchos.
–¿Qué representaba para vos la figura del gaucho antes de empezar a filmar?
Si bien a lo largo de mi vida tuve acceso a materiales pedagógicos, literarios y cinematográficos relativos a la figura del gaucho, siempre fue un imaginario muy lejano y ajeno a mi idiosincrasia urbana.
Sin elegirlo o haber pensado mucho en ello, mi educación me formó como descendiente de aquellos que habían bajado de los barcos huyendo de grandes catástrofes humanas. Qué hubiera en esta tierra en ese entonces era una suerte de eslabón perdido que esta película me devolvió: un linaje mestizo poco transitado.
El gaucho Soria, con quien entablamos contacto primeramente, se presentaba como un hombre de otro tiempo y eso nos interpeló. Esa obstinación por sostener una forma de vida que desaparecería con él, nos hablaba de un pasado que pugnaba por ser reconocido y recordado.
–¿Por qué elegiste a este gaucho, a esta pareja de gauchos?
Esta historia nace en 2013 a partir de un scouting en Colalao del Valle, un pueblo ubicado a la vera de la Ruta 40 en la provincia de Tucumán. Estábamos buscando locaciones para un cortometraje. Los protagonistas de la película, Doña Alba Rosa Díaz y Juan Armando Soria, son los padres de una muy querida amiga con la que viajamos en aquella primera oportunidad. Fue en la convivencia en su casa de adobe en la que ella se crió y todavía viven sus padres, donde surgió la idea de registrar ese universo tan particular que nos había atrapado.
Inmediatamente conversamos con ellos sobre la posibilidad de hacer algo juntos y de allí surgió “la tradición” como eje central a partir del cual irían apareciendo otras aristas. Una de ellas era el lugar que le cabía a Doña Alba en esta historia. La imaginería gauchesca, al menos la más popular que es la que conocemos, les deja un lugar muy relegado e incidental a los personajes femeninos y ese era uno de los misterios a develar.
-Una vez elegida la temática, ¿qué buscabas destacar?
La temática era inabordable y eso me abismaba. Solo tenía preguntas y algunos ejes temáticos que eran conjeturas sobre las cuales trabajar. También era un problema la captura cinematográfica de ese “otro cultural”. Había que tratar de contar algo con ellos y no hacer una película sobre ellos. Nunca me interesó el mero registro sino construir un posible diálogo. Para eso había que encontrar la distancia justa, construir un vínculo.
Creo que lo más interesante que aparece en la película es este doble juego que nos proponen todas las construcciones culturales. Significan para quien las habita el sosiego de llegar al refugio, el remanso del hogar, y a la vez pueden convertirse en una prisión de la cual es difícil escapar.
–¿Qué te motivó a decidirte por esta estética –de pocas palabras, de imágenes que explican solas- para contar la película?
Una de las cuestiones a resolver era cómo lograr plasmar en la pantalla algo de esa experiencia del tiempo, que a uno lo toma por completo cuando se encuentra con la naturaleza sin ninguna mediación.
Se trata de una manera de vivir más contemplativa, ligada a la naturaleza y sus elementos. En ese marco la palabra no aparece para explicar ni llenar un vacío, suena con peso propio.
-En la película se dice que tardaste cuatro años en su realización. ¿En qué consistió el proceso de esos cuatro años? ¿Cuáles fueron las dificultades por las que atravesó el proyecto?
Dificultades miles. Al no tener un guión ni un plan, lo más difícil fue convivir con la incertidumbre.
En 2013 salimos a un primer rodaje “piloto” con unas cuantas notas e imágenes mentales, abiertos a lo que pudiera ocurrir. Tuve la enorme suerte de contar con un equipo verdaderamente receptivo, propositivo y sensible. Era clave establecer lazos de amistad y confianza con los protagonistas, construir comunidad.
Volvimos de ese primer viaje con mucho material, que oportunamente le
acerqué a quien sería luego la montajista de la película, Ana Poliak. Ella fue categórica: había que seguir filmando. Ese primer acopio de imágenes y sonidos se editó para poder trazar una hoja de ruta que completara lo que ya teníamos. Y un año después, volvimos a viajar.
Después del segundo rodaje, una vez reunidos todos los insumos visuales y sonoros, el desafío era escribir la película en el montaje; darnos el tiempo necesario para descubrir las rimas y resonancias que dieran vida a la película.
Como alguna vez leí, toda autoría es coautoría, pero algunas veces esto es más cierto que otras. Y eso es lo que ocurrió con esta película, y estoy muy agradecido.
–¿Cómo fue el proceso para que Juan Soria aceptara ser filmado? ¿Qué sabía él del cine? ¿Cómo fue el trabajo con él y con Alba para que “actuaran”?
El gaucho accedió inmediatamente a que hiciéramos con él una película sobre la tradición. Estaba claro que no era algo para él sino para la posteridad. Creo que nunca imaginó la posibilidad de ir al cine ni era su deseo. Con Doña Alba la cosa fue muy distinta. Ella es muy tímida y fue muy difícil convencerla de la importancia que tenía para nosotros su participación. ¡Sin ella no había película!
Siempre tuvimos claro que no nos interesaba hacer un documental meramente observacional. Tampoco reconstruir un supuesto pasado histórico. Lo que hicimos fue apelar a la memoria de los protagonistas y escuchar lo que ellos quisieran compartir con nosotros sobre sus vidas.
Doña Alba y Don Soria no son actores ni interpretan un rol, son ellos mismos delante de la cámara. El relato vino después, con el montaje de la talentosa Ana Poliak. La película propone asociaciones de la mano de los protagonistas y a partir de allí, va configurando una memoria que para completarse siempre necesitará de un espectador que quiera participar.
–¿Cuáles fueron los ejes argumentales iniciales que se fueron modificando por motivos ajenos a la propuesta (el clima, la salud de los protagonistas, otros factores)?
Filmar esta película implicó un fuerte proceso de adaptación. Nosotros contábamos con un puñado de intuiciones y propuestas, que se iban dialogando día a día y cuerpo a cuerpo con Doña Alba y Don Soria. A medida que avanzábamos iban surgiendo otros puntos de interés y se iban trazando nuevas estrategias y líneas de acción, que nos permitieran aprovechar al máximo el tiempo y las disponibilidades que teníamos.
Nunca hubo un gran plan al que ajustarse, pero siempre estuvimos con el corazón en la boca. Sujetos al devenir meteorológico, a las vicisitudes de la producción (que no faltaron) y sobre todo, a la extrema delicadeza que implicaba cuidar los vínculos mientras se trabajaba tanto.
–¿Qué descubriste de la película cuando la viste terminada que no habías advertido antes?
Esta es una película que aún me da qué pensar; no está cerrada y es una invitación a que el espectador le encuentre su propia interpretación.
Cuando comenzamos el rodaje, allá por el 2013, había cuestiones que hoy son moneda corriente en nuestras conversaciones cotidianas y que en ese momento no formaban parte de la agenda.
Nosotros hicimos una película acercándonos a la tradición que lejos de ser una pieza etnográfica de un pasado remoto sentimos que dialoga con este presente que nos toca vivir.
Norberto Chab