El documental La sociedad del afecto, codirigido por Alejandra Marino y Marcela Marcolini, habla sobre la figura de María de los Ángeles “Chiqui” González como política, gestora cultural, abogada, directora teatral, dramaturga, docente y formadora de pensamiento en las infancias.
La sociedad del afecto descubre a María de los Ángeles “Chiqui” González como mujer creadora, tanto en en épocas oscuras como luminosas. Sus ideas y trabajos propician el juego de niños y niñas que reparan corazones, archivan sus miedos, se sumergen en viajes y binomios fantásticos. Hombres y mujeres se unen a la tarea, acunando su propia infancia.
La película se exhibe en el cine Gaumont y en Espacios INCAA de Quilmes, Lobos, Tandil, Neuquén (Buenos Aires), Trelew (Chubut), San Martín de los Andes (Neuquén), Tilcara (Jujuy) y Rufino (Santa Fe).
-Empecemos por el final, ¿con qué película te encontraste cuando viste por primera vez La sociedad del afecto?
Chiqui. Vi una película delicada, muy bien montada, que permite ver los afectos, pero también las cuestiones ideológicas. No es retórica, sino que está en los pies de los niños, en el juego, en los barrios y en mi propia infancia; en lo que yo pienso de las infancias, si hubiera una teoría o una concepción. Esos conceptos están puestos en imágenes. Enseñé cine durante 26 años y siempre decía que había que volver al niño de dos años y pensar en imágenes, no en lo conceptual: ¿Qué ves? ¿Qué oís?
Me conmovió la película. Me aborrecía a mí misma: perdón que lo diga así, pero me sentía antiestética. Pero también me vi cuidadísima por ellas, como si cada plano tratara de borrarme los kilos, la edad, los detalles.
Me fueron a filmar a Rosario y estuve como todos los días: con la remera y un pantalón. Era la forma de mostrarse, en tanto lo que iba a mostrar esencialmente era la palabra. Ellas también me lo pidieron. Es muy difícil crear imágenes con la palabra y ellas lo consiguieron. Así que vi una película respetuosa, donde el afecto se agrandaba como política de Estado, en un momento histórico que cambia el contexto completamente.
Y eso me puso muy feliz. Porque yo nunca había querido participar en un documental. Yo tengo pensamiento mágico y cada vez que quisieron hacer una película decía que no porque creía que me iba a morir.
-¿Qué te convenció de Alejandra y de Marcela justamente para por fin dar ese paso?
Chiqui. De Alejandra me convencieron sus películas, su forma suave y encantadora de luchar por una cultura más igualitaria. A Marcela la conocía de mucho tiempo, porque es la esposa de un gran actor, que es amigo y fue alumno mío. Es como dice la canción de Chico Buarque: “El tercero me llegó. Como quien llega de nada, fue llegando despacito y antes de que dijera que no, se hizo un lugar verdadero dentro de mi corazón”.
Las conocí más, tomamos mucho café. Conocí sus vidas. El día que conocí a Alejandra hablamos de ella. No me preguntó nada: solo charlamos de los que nos unía. Y eso que hacía dos años que investigaban la historia de mi vida. Confié en dos mujeres del arte que sabían que la política y la poética es sagrada en la infancia. Entonces por qué no confiar, por qué buscar a otros documentalistas de mayor conocimiento o renombre, a lo mejor. A mí no me interesaba eso. Me interesaba dejar registro porque lo que se hizo en Rosario, en la provincia de Santa Fe, en los hospitales y en todo lo que he participado, se hizo en equipo. Tenía que quedar registrado porque todo eso fue mágico y maravilloso, pero no lo hice sola. Cuando salimos de la pandemia, aproveché para rendir un homenaje a todos los que hicieron el camino.
-¿Cómo fue el camino para vencer la reticencia de Chiqui a ser filmada?
Alejandra: Fue una cuestión de confianza. Que surgió a partir del deseo y la necesidad de que exista ese registro del legado. Ya me había pasado también con otras películas, donde hubo un proceso previo para llegar a convencer. Diría que allí aflora una cuestión de piel.
Cuando tuvimos nosotras el primer encuentro -fue en un barcito-, yo sabía que ella me iba a mirar y a evaluar. Tenía que dar el paso para abrir su casa y su vida. Pero nos fuimos encontrando. Descubrimos que nos criamos en el mismo barrio, en Rosario. Y la empatía necesaria para seguir con el proyecto se produjo.
Chiqui: Si hay algo que me molesta es que me hablen con mentiras y alabanzas para que haga lo que el otro quiere. La impostura, el simulacro de alabarte… Eso de «no se puede hacer sin vos». ¡Eso está tan de moda! Y no es cierto, porque puede haber miles de documentales más merecidos. Pero ellas vinieron con otras maneras. Por eso entramos en confianza.
–Entre muchas cuestiones que toca la película, hay un regreso a tu infancia. ¿Qué te provocó eso, Chiqui?
Chiqui: Lo dice mi hija en el propio documental: “Es difícil tener una madre-niña”. Me provocó darme cuenta de qué forma envejecía manteniendo un tipo de pensamiento infantil. Sosteniendo cosas como «no me filmés o no me saques fotos porque me matás, me robás el alma». Es increíble que yo tenga títulos universitarios, dicte conferencias y siga pensando eso. Aunque en realidad no lo pienso: lo siento, que es otra cosa muy distinta.
-La información de prensa dice de Chiqui que “sus ideas y trabajos propician el juego de niños y niñas que reparan corazones, archivan sus miedos, se sumergen en viajes y binomios fantásticos”. ¿Creen en la vigencia de esos principios en tiempo de ajustes y exclusiones?
Chiqui: Sí. Lo creo cada vez más en la primera infancia. Aquello que empecé haciendo sigue en pie. Las directoras fueron capacitadas y hoy apuestan por el diálogo entre el niño y el grande. Porque el niño juega entre niños y grandes. Y el Estado no puede hacer una política focalizada en los niños. Si vos necesitás llevar agua a un barrio, no es una cuestión de payasos, de globos y de chocolatadas: le llevás a todos.
Alejandra: Todo lo que dice Chiqui es político. Que nosotros pensemos en las infancias, vinculado con el mundo de los adultos, por supuesto que es político. Por eso creo que en este momento es más necesario que nunca. Es un lugar de acción, más que de resistencia. Hay que ir y poner poner el cuerpo.
Chiqui: Refuerzo lo que ella dice: yo fui ministra durante 12 años de una provincia. La película también cuenta cómo es una política pública, derivada entre niños y grandes, al territorio y a los barrios. Lo que está en peligro ahora es el pensamiento mágico. Eso que Graciela Montes llama la frontera indómita. Este asunto de que un chico se sube arriba de la cama a los tres años y agarra la luna. ¿Quién le quita lo bailado, si eso lo va a enriquecer para toda la vida? Soy de las que cree que la infancia es un tesoro que hay que proteger.
-¿Con qué se va a encontrar el público que vaya a ver La sociedad del afecto?
Alejandra: Casualmente, lo estábamos hablando con Marcela (Marcolini). Ella l definió con precisión: “se va a encontrar con un refugio”. Con una fuente poderosa de imaginación.
Chiqui: También se va a encontrar con una forma política y poética para la infancia fuera de la violencia.
Alejandra: El afecto es un acto poético y también político.
Julia Montesoro