Lo que quisimos ser es la primera película de Alejandro Agresti en casi nueve años. El jueves 24 se estrenó comercialmente; apenas dos días antes, ganó el premio a la Mejor Película en el 2º Festival Internacional de Cine de la UBA (FIC.UBA).
Protagonizada por Luis Rubio y Eleonora Wexler, se trata de una historia de amor imposible que comienza a la salida de un cine, continúa en un café y podría acabar con los dos protagonistas juntos… si la vida real no fuera mucho más complicada que las películas. Unidos por su amor al cine, estos dos protagonistas deciden vivir la vida que soñaron y no la que están destinados a vivir. En una serie de encuentros, la imaginación triunfa sobre la realidad y la realidad cotidiana pasa a un segundo plano.
-Podría preguntarte qué crees que vio el jurado que te otorgó este premio del FIC.UBA a la mejor película, pero fundamentalmente nos interesa saber tu opinión: ¿qué viste cuando la observaste frente al público?
Me emocionó mucho, sinceramente. Porque era un público joven, universitario, a quienes les llega esta historia en estos momentos tan difíciles. Cuando anunciaron el premio se levantaron para aplaudir de pie, gritaban… Quedé bloqueado, porque hace tiempo que no estrenaba una película.
No sé qué habrá pensado el jurado, porque no tuve tiempo de hablar con ellos. Solamente me di un abrazo con Ariel Rotter, antes de entrar: estaba muy emocionado. Eso es lo que veo en la película: transmite emoción. Cada película tiene su momento y este es uno en el que hay muchos odios cruzados, mucha locura, perplejidad y desgracias. En cierta forma esta película hermana, porque habla de dos personajes y de lo que es la amistad y el amor.
-Lo que quisimos ser está situada temporalmente a fines del siglo, cuando no había redes sociales y la gente se comunicaba de otra forma. ¿Qué te interesa del vinculo humano sin pantallas?
Soy alguien que vive en los bares; acá, en Holanda o en Estados Unidos. Me gustan los bares para ir a escribir, no solamente las películas sino también las novelas. Siempre me gustó intuir, pensar o imaginar qué se dicen en la otra mesa las parejas. A veces son habitués y entonces los calás; a veces te das cuenta de que leen el diario sin decirse una palabra; a veces se comunican, se rozan las manos o se dan un beso. Tantos años de bar te genera ideas, te sugiere a través de la observación. Y la situé en el año ’98 porque no existían las redes sociales, que actualmente es el principal medio de comunicación de la gente. Es curioso, porque veo que la gente está muy sola. No creo que esté más acompañada a través de las redes.
Lo que me disparó la película es que una vez volví a casa caminando por Corrientes y le dije a mi mujer que allí donde antes había bares, como La Paz o el Ramos, no hay más nada. Esos lugares donde yo era habitué. Y a la vez veía mucha gente sola. Por ahí necesitan salir, sentarse en un bar, ir a un restaurante. Tal vez después vayan a la casa y se comuniquen por Facebook o cualquier otro medio de la Web. En un momento se me ocurrió lo que deben querer ser. Porque esta gente sola, que ves en los bares -y cada vez más-, los ves pensando interiormente qué habrán querido ser. Por lo menos eso es lo que yo percibí. De allí surgió la película.
-En ese vínculo a escala humana hay dos recursos narrativos que, justamente en estos tiempos de efectos y de arte digital, suenan como un desafío: la palabra y los gestos. ¿Es tu forma de plantarse frente a las supuestas vanguardias?
Sí (Risas). Para mí las vanguardias son pasajeras. Mis películas son siempre experimentos, en tanto sé que afloran cosas interiores, charlas conmigo mismo. Experimentos que le quiero ofrecer a la gente. Me interesa comentar con la gente qué nos pasa y por qué nos sentimos así. Esta es una película que hice para el público y especialmente para las mujeres. El personaje de Eleonora Wexler es la que inicia el juego de contar qué quisieron ser. Ella es la única que delata su verdadero nombre. Y sin que él lo sepa, está escribiendo una novela. Es una historia que por suerte me sigue conmoviendo. Empezando por Eleonora, creo que elegí una pareja lo suficientemente dispareja como para que suene real.
-Tanto ella como Luis Rubio son dos personajes entrañables. Revalorizados por la palabra y también por los gestos, las miradas…
Sí. Para mí, las caras son paisajes. El cine se está olvidando de que somos paisajes. Y eso se está perdiendo por tentación tecnológica y por hábito tecnológico. En la actualidad veo películas -ya sean contemplativas, introspectivas o con finalidad comercial-, que con el uso de la tecnología se comen al cine. Se pierden de vista las grandes películas, como El romance del Aniceto y la Francisca, donde aparecía la humanidad y los paisajes gestuales. No es que me propuse recuperarlo, pero al menos quiero ponerlo en valor.
–Pasaron nueve años desde el estreno de tu última película, Mecánica popular. ¿Creés que hay que esperar otros nueve años para la próxima?
No es que no estuviera tentado. Pero en el medio de esos nueve años tuve una hija. Hace casi siete, cuando yo tenía 57. Rebeca es mi cuarta hija. Me retiré a vivir en la costa y me dediqué a escribir: publiqué cuatro novelas. Pero fundamentalmente me dediqué a criarla junto con la madre. Porque haciendo películas perdí el contacto con mis otros hijos. En Holanda llegué a hacer tres largos en un año. Es algo personal, pero esta vez quise disfrutar. Y que una hija disfrute a su padre. Me recluí en el mar sobre todo por Rebeca. Y fue un gran aprendizaje: revalorar la familia, la amistad, el amor, una hija. Actualmente, con la tecnología y este mundo convulsionado parecería como cliché o como si yo fuera un tonto. Pero para mí fue muy importante reencontrarme con esos valores.
Julia Montesoro