Leonardo Sbaraglia protagonizará su primera obra teatral en España: el Teatro La Latina de Madrid acogerá del 1 al 26 de octubre Los días perfectos, un monólogo adaptado, dirigido y ambientado musicalmente por otro argentino, Daniel Veronese, basado en la novela homónima de Jacobo Bergareche.
Actualmente, Sbaraglia está rodando Amarga Navidad, la nueva película de Pedro Almodóvar (anticipo de GPS Audiovisual), en la que encarna a un director de cine.
Los días perfectos es una historia sobre el amor y el desamor. A partir de la lectura, en un centro de documentación de Texas, de originales de cartas que William Faulkner le había enviado a su amante Meta Carpenter, nuestro personaje decide dar una revisión a su matrimonio; repasa su vida sentimental, los cambios a partir de 17 años de convivencia, el deseo de la creación de una familia y su inevitable rutina; lo que se extravía, lo que logramos retener, lo que se ambiciona no perder, el natural devenir de un amor que se presentaba idílico en la juventud.
«Jacobo Bergareche escribió una historia sobre el amor y del desamor; un bello paisaje que invita a detenerse y a pensar sobre lo inevitable. Y no solo se trata de una hermosa historia literaria sino también de algo que bien puede ser imaginado para la mágica transmutación que nos permite el escenario. Los deseos en movimiento, las inseguridades en juego, los miedos del personaje narrador a alcance de la mano. Una de esas crónicas que peligrosamente se vuelven propias, que producen empatía, afinidad al instante. Porque ¿quién no teme perder lo más valioso que posee? ¿Quién no ambiciona recuperar lo perdido? ¿Quién no desea volver a vivir esos días en donde la existencia se sentía plena y la felicidad posible?», describió Veronese acerca del proyecto.
«Hace unos meses Leo Sbaraglia, a quien no conocía más que por su trabajo en la pantalla, me visitó en casa -expresó Jacobo Bergareche, el autor-. Nos sentamos a comer una tortilla de patatas y de repente entró Belén, mi mujer. Sin avisar, Leo empezó entonces a hablar con total naturalidad un fragmento de mi novela, que merced a esa prodigiosa capacidad memorística que desarrollan los buenos actores de teatro, había aprehendido en un par de tardes. Digo que hablaba la novela, porque no estaba recitando ni parecía que actuase, había hecho suyo el texto sin impostación y sin esfuerzo. Hasta el punto de que mi mujer tardó un buen rato en entender que las palabras que salían de su boca ella ya las había leído en otro lugar, y que lo que estaba presenciando era una representación.
Leo se había transformado en Luis inadvertidamente, y la persona que estaba ante nosotros había logrado encarnarse en un personaje que hasta entonces solo existía como un fantasma en la imaginación de los lectores y en la del escritor que primero lo pensó. No hizo falta más para convencerme de que esta adaptación era algo de lo que debía de alegrarme.
Muchos novelistas suelen preocuparse por cómo se adaptan sus obras, y por eso los peores adaptadores de sus obras suelen ser los propios escritores, pues tenemos que enfrentarnos a las muchas transformaciones del texto original que son siempre necesarias para poder adaptar a las necesidades de la escena algo que no fue creado para ella. A los escritores todo lo que hemos escrito nos parece imprescindible y nos duele cortar una parte del original tanto como amputarnos un miembro, por eso es mejor que hagamos el esfuerzo de dejar ir y soltar el texto, confiar en el criterio del director y dejarle a él escoger aquella parte que considera que puede defenderse en la escena.
Eso es lo que ha hecho Daniel Veronese, que ha escogido centrarse en la segunda carta de las dos que componen mi novela para hacer con ella una obra de teatro que pueda existir con independencia de la obra que la inspiró. Con esto quiero decir que es importante que el adaptador tenga la libertad de disponer libremente de la novela, para poder crear con sus mimbres una obra nueva. Así es como se han hecho muchas obras de teatro, pero también muchas novelas, destejiendo otras historias que existían en un género distinto o en la propia vida, para tejer otras historias nuevas capaces de expresarse con otros medios, pero conservando lo único esencial, que son los personajes y sus conflictos.
Ver a un personaje que he creado emprender una andanza en el teatro me produce una cierta inquietud por un lado, pues debo aceptar que ha escapado a mi control obsesivo de autor, pero por otro lado me llena de curiosidad observar cómo se independiza y se busca la vida sin mi tutela. A fin de cuentas eso es lo que un buen padre debe desearle a un hijo».
La producción general de Los días perfectos está a cargo de la actriz y productora Julieta Novarro de Argentina y de ProduccionesOff (de la actriz y productora Mónica Regueiro) de España.
El equipo artístico está compuesto por Alberto Negrín (Escenografía y Videoproyección), Ariel Ponce (Iluminación), Rebeca Ricosta (Diseño gráfico), Sergio Parra (Fotografía y Vídeo) y Ana Guarnizo (Producción).