Jorge Ernesto Lanata fue uno de los grandes innovadores de la profesión de periodista, en la que mantuvo durante más de cuarenta años la misma creatividad, ya en la agonizante industria gráfica como en el universo audiovisual; en la era analógica como en la digital. Cubrió con idénticos niveles de excelencia los rubros de redactor, editor, entrevistador, investigador, editor y fundador de medios. Ninguna de sus transformaciones ideológicas que le demandaron algunos de sus ex (lectores, oyentes o televidentes) o sus eventuales compañeros de trabajo pudo desmerecer el valor de un periodista que redefinió los límites de la profesión. Especialmente, cuando a partir de la caída del gobierno de Alfonsín se hizo cada vez más notoria la presencia de CEOS y comités editoriales reemplazando a la última generación de periodistas propietarios de medios. En esa transición comprendió como nadie el viraje que daba el oficio y nunca perdió el timing de los cambios tecnológicos.
Nacido el 12 de septiembre de 1960 en Mar del Plata, Lanata falleció el lunes 30 de diciembre a los 64 años, después de un largo proceso de deterioro físico. Debió someterse a un trasplante de riñón y sufrió problemas respiratorios, que se sumaron a la diabetes y a la negativa a dejar el cigarrillo. Por eso, después de la pandemia condujo desde su casa el programa radial Lanata sin filtro, su última participación en los medios de comunicación y el ciclo televisivo Periodismo para Todos.
Su relación con el cine
Además de sus múltiples actividades en el rubro periodístico, Lanata también incursionó en el cine documental: el 7 de octubre de 2004 se estrenó el drama documental Deuda – Quién le debe a quién, codirigido con Andrés Schaer.
Lanata recorrió Washington, Buenos Aires, Punta del Este y Davos y entrevistó a funcionarios del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional, analizando la corrupción local.
Deuda tuvo dos nominaciones al premio Cóndor de Plata en 2005: como Mejor Largometraje Documental y como Mejor Guion Largometraje Documental.
En marzo de 2007 se produjo el estreno de Tan lejos, tan cerca: Malvinas, 25 años después, otro documental de investigación que realizó acerca de las huellas de la guerra de las Malvinas y las corporaciones económicas extranjeras beneficiadas con el conflicto.
Entre 2010 y 2011, produjo BRIC y 26 personas para salvar al mundo, dos documentales que se emitieron por Cable News Network (CNN).
En 2011 tuvo un rol actoral en Medianeras, de Gustavo Taretto, interpretando a un traumatólogo que da consejos sobre salud al protagonista.
Su trayectoria
Lanata provenía de una familia de clase media-baja de la localidad de Sarandí. Cuando tenía siete años, su madre quedó postrada producto de una operación cerebral por un cáncer. Fue educado por sus tías y su abuela.
Sus primeros textos aparecieron en el periódico de su escuela secundaria ―el Colegio San Martín de Avellaneda―, y algunos de ellos fueron publicados por el diario La Ciudad.
En 1974, a los 14 años, empezó a trabajar con la redacción de cables informativos en Radio Nacional. Ese año ganó el Segundo Premio Municipal de Ensayo con «El tema social en el cine argentino».
En 1977 fue redactor de la revista Siete Días. En los años sucesivos, colaboró en Diario Popular y en el suplemento zonal El Sureño.
Con el inicio del ciclo democrático, fue convocado por los directores de Radio Belgrano, Jorge Palacios y Ricardo Horvath. Formó parte de una generación de periodistas devenidos en conductores (como Eduardo Aliverti, como Román Lejtman) que casi inmediatamente después de la asunción de Raúl Alfonsín se erigieron en símbolos de la libertad de expresión.
Un año después, las corrientes internas del radicalismo desplazaron a la cúpula de la radio (a la que habían rebautizado burlonamente Radio Belgrado por su lineamiento progresista) y desplazaron o reconvirtieron a los nombres más significativos.
Integró desde su fundación la Cooperativa de Periodistas Independientes, editora de la revista El Porteño, fundada y creada por Gabriel Levinas y Miguel Briante (entre 1982 y 1993), en la que se desempeñó como jefe de Redacción.
Hacia mayo de 1987, a los 26 años, fundó el diario de centroizquierda política Página/12. Fue su director periodístico durante siete años. En agosto de 1990 lanzó la revista mensual Página/30, que dirigió durante cinco años.
En 1996 inició la conducción y producción de «Día D», programa periodístico semanal emitido por América TV que le valió la obtención del Martín Fierro al mejor programa periodístico en televisión en 1996 y 1997.
De igual modo, condujo los programas «Detrás de las noticias», «Viaje al fin de la noche», «¿Por qué?» y «La Luna».
En 1998 creó la revista Veintiuno, donde reunió a antiguos redactores de Página/12 como Ernesto Tenembaum, Marcelo Zlotogwiazda, Martín Caparrós, Andrea Rodríguez y Adrián Paenza, entre otros. En su primer aniversario, la revista pasó a llamarse Veintidós, y en el segundo, Veintitrés, nombre que conservó hasta su etapa final, hacia comienzos del siglo.
En 2001 creó el sitio web Data54 y la revista EGO y adquirió un predio en el barrio de Colegiales donde pensaba establecer la redacción y el taller gráfico. Además de que los lectores le dieron la espalda, la incertidumbre económica terminó con sus proyectos.
En 2005 participó como colaborador en la reapertura del Diario Perfil. En 2008 fundó y dirigió el diario Crítica de la Argentina (experiencia fugaz que duró apenas un año) y en 2011 fue columnista del diario Libre.
En esos años, desde abril de 2009 hasta 2011 condujo un programa periodístico por Canal 26, «Después de todo», más conocido como por sus siglas DDT.
En 2012 tuvo un meteórico relanzamiento: creó Periodismo para todos (PPT), un ciclo que a partir de sus investigaciones cosechó adhesiones y odios fervorosos y explícitos, una poco frecuente futbolización del periodismo que por contagio arrastró a otros colegas.
En 2015 recibió un trasplante de riñón. Fue el primer trasplante cruzado de Latinoamérica. Su esposa de entonces, Sara Stewart Brown, donó su riñón a otro paciente y la madre de éste a Lanata.
Padecía diabetes e hipertensión. En los últimos años debió ser internado en diversas oportunidades.
Fue internado en el Hospital Italiano en junio de este año, cuando sufrió una descompensación mientras se realizaba estudios de rutina. El martes 10 de septiembre, desde la institución médica comunicaron que el periodista había sido trasladado a un nuevo centro de salud, para realizarle un tratamiento de rehabilitación adecuado a su cuadro. Tan sólo una semana después tuvo que volver al Italiano a causa de una infección y un cuadro de neumonía. Esta última internación fue el final de un largo proceso.
En una de sus últimas entrevistas, a RIESGO (Octavio Majul), reveló la razón de su vocación: “Soy periodista porque tengo preguntas. Si tuviera respuestas sería político, religioso o crítico. Por eso el periodismo militante es la antítesis de lo que soy: ellos están llenos de respuestas y están dispuestos a aplicarlas. Soy periodista porque no sé”.
LA REVOLUCION DE LOS VEINTEAÑEROS
(Jorge Lanata, In Memoriam)
Aquella sección de Diario Popular estaba en un entrepiso al que se accedía por una escalera angosta, minga de salida de emergencia. Tenía dos atributos que la hacían diferente a otras: por un lado, al estar alejada de la redacción general, funcionaba como una comunidad autónoma. Por otro, fue pionera en el concepto del tiempo compartido.
A las 10 arrancaba el batallón infanto-juvenil de Destape, publicación que fundó el género erótico-bizarro, parida el 22 de agosto (Día del Montonero) de 1983, que en los primeros tiempos de la democracia vendía 150 mil ejemplares semanales. Compartía espacio hasta las 15 con los suplementos zonales. Después venía el recambio: llegaban los integrantes de Espectáculos.
Los zonales eran una contribución marginal del diario: suplementos minimalistas que se ocupaban de Avellaneda, Lanús y Quilmes, con un ojo puesto en la posibilidad de que al abrirse el juego de la democracia, se derramara algo de las cajas comunales y sindicales. En ese espacio, como en las demás secciones, como en muchas otras redacciones de muchos otros medios de comunicación, se estaba gestando una revolución en el oficio. Los veinteañeros empezaban a destacarse y a ocupar cargos jerárquicos.
En el caso de Diario Popular, es un acto de plena justicia reconocer que sus propietarios (con Raúl Kraiselburd como cara visible) siempre fueron generosos para dejarle esos espacios a chicos que aprendían en el andar, y también fueron tolerantes con sus errores. Al menos, ése fue mi caso. Nunca terminaré de pagar esa deuda de gratitud.
En el orden de prioridades, los varones hablábamos de periodismo, periodismo y periodismo. Algunos toleraban como podían la digresión de mi fanatismo patológico por All Boys, apenas compartida con el Flaco Julio (jefe de la flota de autos), mi queridísimo compañero de andanzas de esos años, y Beto Páez, ilustrador y colaborador externo. Estábamos en franca minoría.
La cuestión es que de la mixtura inverosímil entre Destape y los suplementos zonales, redactados y editados por personajes queribles que más temprano que tarde se destacarían en la profesión (la Negra Noemí Ciollaro, Adrián van der Horst,Román Lejtman y me olvido de otros), había una convivencia armónica y auspiciosa. El mate con facturas y los comentarios del día formaban parte del ritual cotidiano.
Cierto día, Román se me acercó al box que yo ocupaba, como director de Destape, para recomendarme un colaborador. Era veinteañero como nosotros, entusiasta como nosotros, polifuncional como nosotros y creativo como nosotros. O tal vez esto último no: era distinto.
El pibe -en esos tiempos, dos años de diferencia marcaban la distancia entre un veterano del oficio (?) y un pibe- venía casi cotidianamente a la redacción. Era uno más en ese grupo, un poco más gordito (se notaba a la legua que nunca había jugado al fútbol) y barbudo como un cubano en Sierra Maestra, menos comunicativo que el resto, pero igualmente activo. Y asomó por Destape, tal vez para probarse en otros recovecos del oficio, y porque no estaba mal ganar algo más de guita.
Entonces le pedí un sumario. El sumario (no todos tienen por qué saberlo) era entonces la prueba de admisión a cualquier redacción: se trata de un listado de notas que el aspirante cree capaz de resolver. Quien lograra decodificar las necesidades del producto (y más aventurado aun, del editor) a través de esa presentación, tendría ganado un lugar de trabajo.
El aspirante cumplió con el requerimiento y entregó su propuesta. Parecía entusiasmado en hacer notas para Destape. Parecía. Porque no volvió más. Yo no lo supe entonces, pero había conseguido un trabajo estable y prometedor en Radio Belgrano, otra trinchera donde se gestaba la revolución de los veinteañeros. No era un mal destino para quien poco tiempo después desarrollaría su talento en otras direcciones.
Lástima que en su ida, se quedó sin saber qué me había parecido su sumario.
El ya no lo necesitaba.
Norberto Chab