Hasta el miércoles 18 se presenta en el cine Gaumont Mamá mamá mamá, la sorprendente ópera prima de Sol Berruezo Pichon-Rivière, premiada en Berlín y exhibida en San Sebastián y Mar del Plata, entre otros festivales. Más allá de su presencia en muestras y su exhibición online a lo largo de más de dos años, nunca antes se había exhibido comercialmente.
Con producción de Rita Cine y Bomba Cine, fue realizada por un equipo y elenco de mujeres, protagonizada por Agustina Milstein, Chloé Cherchyk, Camila Zolezzi, Matilde Creimer Chiabrando, Siumara Castillo, Vera Fogwill, Jennifer Moule, Shirley Giménez, Ana María Monti y Florencia González. Parte de un hecho imposiblemente triste y desgarrador, y la muerte sobrevuela la película entera mediante rituales funerarios lúdicos, junto con la leyenda de una camioneta escolar cuyo chofer secuestra niñas.
–Mamá, mamá, mamá trata sobre una niña que se ve obligada a crecer de una manera repentina. ¿Cuánto había de vos en esa niña?
En general, las óperas primas son una especie de catarata de emociones que uno tiene guardado desde hace mucho tiempo. Es una sensación de catarsis gestada desde antes. Esta película resume mi infancia, mi vínculo con mis hermanas y un par de cosas que hacía tiempo quería expresar. La principal es mostrar lo que sucede cuando solo hay mujeres en una habitación, a partir de la sororidad, la hermandad y esa mezcla de cosas mágicas que suceden. Tengo tres hermanas menores y está basada en mi vínculo con ellas. Pero no es biográfica: hay una situación ficcional, hipotética, que siempre me imaginé como un conflicto a contar en alguna historia.
-¿Qué nuevas miradas tenés sobre Mamá, mamá, mamá?
Cuando vuelvo a verla descubro que es muy emocional. Más aun comparándola con mi segunda peli, que es más compleja narrativamente. Las devoluciones que recibí -sobre todo de las mujeres-, es que quedan atravesadas corporalmente. Hay algo de fotografía en movimiento de la infancia femenina argentina, que hace que salgas del cine con nostalgia, como si hubieses recibido un mimo en el corazón.
-Mirando atrás, ¿qué representó el desafío del primer día de rodaje?
Era bastante chica (Risas). Poder rodarla en equipo y que además éste fuese solo de mujeres fue un símbolo de fortaleza. Ya había hecho algunos cortometrajes, pero en forma individual. Había algo de la fuerza del comienzo que nos estimulaba. Por otro lado tenía la estructura y el acompañamiento de alguien con trayectoria, como la productora Mara Laura Tablón. Eso habilitó a que se trasladara la esencia y la historia a la realización.
-En el Festival de Mar del Plata de 2021 estrenaste Nuestros días más felices, tu segunda película. ¿Qué tópicos en común buscaste desarrollar entre ambas?
Es curioso: uno no planea concientemente de qué va a escribir. No me anticipo al tópico. Pero viendo ambas películas, lo primero que me llamó la atención es que una hablaba del principio de la vida y la otra del final. Son dos etapas antagónicas a las que siempre vi muy parecidas, momentos en los que las personas bajan una máscara y se muestran tal cual son. Hablan no solo de la inocencia, sino de la esencia de la persona. Allí sale a la luz la necesidad de afecto, que a veces tratamos de ocultar. En la posmodernidad, necesitar del otro no es algo válido, que se celebre, pero es clave.
El tema en común más importante es el elemento fantástico. En Mamá, mamá, mamá está más oculto: se manifiesta más en ensoñaciones, que están filmadas en otro formato, en 16 mm. En Nuestros días más felices me tiro más a la pileta, a una trama principalmente fantástica. Es un elemento que me gusta mucho y voy a continuar utilizando. Lo onírico más que la fantasía, como describir un mundo que existe pero no cuando estamos despiertos. Es un elemento propio del psicoanálisis, un espacio donde nos permitimos empezar a bucear en los recuerdos, que están como descontextualizados.
-Vivís en Finlandia una parte del año. ¿Cómo es tu agenda?
Estoy desarrollando un proyecto y también un festival feminista. Además, me interesa dar residencias de escritura. Allí puedo escuchar el proceso creativo de las personas. Islandia es un país que siempre me llamó la atención. Hay algo de mi identidad que pasa por acá, aunque todavía no entiendo muy bien por qué.
-¿Pensás en proyectos a realizar en Islandia?
Mi esencia es argentina, claramente. No me veo un año entero sin pisar mi país. Las cosas que me gustan de mí son argentinas, aunque me doy cuenta de eso cuando estoy fuera del país. Ser argentina me da ciertas herramientas que no tiene todo el mundo: somos empáticos, abiertos emocionalmente, estamos más afianzados con las emociones. Que la gente de acá, por ejemplo, que tienen mucho miedo a expresar lo que les pasa. En cuanto a similitudes, Islandia tiene la parte esotérica a flor de piel. Está como abrazado, es parte de la cultura.
Hay un proyecto ya escrito, producido con Laura, que transcurre en la Argentina y un poco en Francia. Y estoy desarrollando otro con personajes argentinos en Islandia. Nunca lo vi en ninguna narración, salvo en poemas de Borges (risas).
-¿De qué manera vas seleccionando los proyectos o las ideas para convertirlas en un contenido audiovisual?
Es raro. Hay historias que son para lo literario. Y a veces aparecen imágenes que van por el camino de lo audiovisual. Pero necesitan un tiempo de fermentación en la cabeza. Les pongo un pie de página para tratar de entenderlas. No intento ponerme a escribir de inmediato. Por el contrario, voy enterándome de a poco cómo es la vida de los personajes y de ese mundo. Ese es mi método de trabajo.
Julia Montesoro
Foto: Jorge Fuembuena / Festival de San Sebastián