Mónica Lairana –actriz y cineasta- es una de las cuatro integrantes del grupo autogestivo que rodó Lo que tenemos -dirigida por Paulo Pécora, interpretada por Lairana, Maricel Santín y Alberto Rojas Apel), que se estrena el martes 8 en Cine.ar Play.
La película aborda una temática actual como la posibilidad de formar nuevos tipos de familia. Lo hace acompañando a Male, Fran y Uri, tres amigos que viajan a un pueblo de la costa atlántica bonaerense, solitario y fuera de temporada.
Filmada en la localidad balnearia de La Lucila del Mar, con recursos mínimos y en solo diez días, traza con diálogos simples y en apariencia superficiales las transiciones de las conductas humanas, según se vayan reformulando los vínculos afectivos.
Curiosamente, el jueves 10 se estrena Gotas de lluvia, documental de Susana Nieri, también con la participación de Lairana.
Mónica Lairana dialogó con GPS audiovisual acerca de Lo que tenemos.
– Lo que tenemos plantea formas de familia no tradicionales. ¿Cuál es el origen de la historia?
Cuando surgió la idea de hacer una película entre amigos, entre nosotros cuatro -Maricel Santin, Alberto Rojas Apel, Paulo Pécora y yo-, enseguida nos motivó narrar algún tema que tuviera que ver con las relaciones humanas. Por esos días circulaban noticias de los primeros casos de familias no heteronormadas y se comenzaba a hablar de nuevos conceptos de familia. Enseguida nos interesó el tema. Nos pareció muy amoroso y complejo, ya que la decisión de formar una familia es una de las decisiones más importantes en la vida de las personas. No hubo un origen autobiográfico, sino más bien surgió espontáneamente porque el tema nos sensibilizaba y nos daba ganas de retratarlo de una manera sencilla, no solemne, sino más bien natural.
– ¿La idea surgió de los cuatro, o fue inicialmente de uno solo y a partir de allí se abrió la convocatoria?
Fue de los cuatro, fue nuestra primera decisión por consenso. Yo acerqué la idea de hacer una película juntos, pero apenas empezamos a conversar… no recuerdo bien cómo, pero se instaló el tema y hubo un acuerdo inmediato.
– ¿Cuáles fueron los ejes narrativos que quisieron abordar?
Por un lado, nos interesaba abordar la situación de una pareja que quiere tener un hijo y no puede tenerlo, sin recurrir a un método artificial o a la concepción natural incorporando la participación de un tercero. Por el otro, cómo un acuerdo de partes puede entrar en crisis rápidamente cuando involucra sentimientos tan fuertes como la posibilidad de la maternidad / paternidad. Finalmente -si concebir es un acto de amor- cómo el amor y la amistad y el respeto por el otre, son lo único que puede dar un final a las crisis y crear un futuro posible como familia.
– ¿Qué porcentaje del guion estaba estructurado y cuál fue el margen de improvisación que se permitieron?
Previo al rodaje, nos juntamos a trabajar durante algunas semanas, para seguir repensando la película y definir de qué manera abordar la temática. Debatimos mucho en esos encuentros y finalmente hicimos un trabajo de escritura de la historia en forma de escaleta. No hubo guion, pero en nuestra escaleta figuran todas las escenas de la película que filmamos. Por otro lado, ya con la escaleta concluida, improvisamos las escenas más importantes para acordar el tono de actuación. De algún modo, durante esos ensayos, establecimos entre todos los parámetros con los cuales íbamos a manejarnos en el rodaje. Casi todas las escenas filmadas respetan la idea original, pero siempre con un margen de improvisación en los diálogos.
-En esta tarea de tener roles comunes, ¿hiciste algún aporte desde tu experiencia como directora? ¿O allí la responsabilidad fue exclusivamente de Paulo?
Todos aportamos en diferentes momentos del proceso, también sobre la dirección y hasta del propio montaje en el que trabajaron Paulo junto a Nubia Campos. Es una película realmente colectiva y horizontal en todos los sentidos. En mi caso, fue un gran aprendizaje del trabajo en equipo, en base a los acuerdos y a los consensos. Nunca había atravesado un proyecto de esa manera. En mis películas, suelo estar muy a la cabeza de todas las decisiones.
-Cada uno de los cuatro participó en áreas comunes, como el guion, la actuación y la producción. ¿Lo plantearon desde el deseo, desde la necesidad, desde la crisis? ¿Lo pensaron como forma de experimentar formas alternativas de trabajo en cine?
Todos teníamos experiencias distintas en todos esos rubros, y hacía mucho tiempo que había ganas de hacer algo juntos, pero no se daba. Por fin se juntó nuestro deseo con el tiempo libre de todos para poder encararlo. Enseguida nos pusimos a trabajar con plazos muy cortos, para que no ocurriera que el proyecto se interrumpiera por algún imprevisto. Yo creo que arrancamos unos 3 o 4 meses antes del rodaje, planeando ya la fecha de rodaje misma y las cuestiones mínimas de producción que necesitábamos resolver para llevarlo a cabo. Fue un rodaje casi espontáneo. Pusimos plata de nuestros bolsillos para bancar el viaje a la costa, la comida y un par de otros gastos, y nos lanzamos a vivir la experiencia. Con la camarita que teníamos y la casa que nos prestaba la familia de Maricel. En principio, íbamos a ser nosotros cuatro y Germán Chiodi, a cargo del sonido, pero después por esas cosas lindas de la vida se nos sumó Maru Tomé (que estaba pasando unos días en La Lucila) y se hizo cargo de la dirección de Arte.
– ¿En cuál de esos roles te sentiste más vos misma, pudiste dejar más tu impronta?
Lo que más disfruté fue actuar las escenas con mis amigos. Con Maricel y Beto hacía más de diez años que no actuábamos juntos. La última vez de los tres juntos había sido en una obra de Teatro x la identidad, allá por 2005.
Julia Montesoro