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DIRECCION EJECUTIVA: JULIA MONTESORO

Ricardo Merkin coprotagoniza «Miranda, de viernes a lunes», de María Victoria Menis: «Valoro que la voz de la mujer esté presente»

Ricardo Merkin es uno de los protagonistas de Miranda, de viernes a lunes, la nueva película de María Victoria Menis que se exhibe en el Cine Gaumont en tres funciones diarias (13.50 hs., 17.40 hs. y 21.45 hs.), con producción de Habitación 1520 y Todo Cine y un elenco encabezado por Inés Estévez, Elvira Onetto, Luciana Grasso, Laura Grandinetti, Diego De Paula y Esteban Menis.

Merkin encarna a Luigi, el papá de Miranda. Perdido en su Alzheimer, supone que vive en su pueblo italiano natal. Confunde a Miranda con su antigua niñera, a sus nietas con sus hermanitas y a su esposa con su mamá. La hace reflexionar a Miranda sobre el paso del tiempo.

-¿Cómo te llegó el guion y qué te atrajo de la historia?

El guion me llegó por intermedio de una amiga, quien me contactó con María Victoria (Menis). Cuando lo leí advertí que el personaje es muy rico. En mi historia personal, mi padre tuvo Alzheimer; así que yo lo he sufrido, lo he disfrutado, me he reído y llorado. Mínimamente representé en mi memoria todo lo que yo había vivido con mi padre, tomándolo como el personaje.

-Esos recuerdos te ayudaron a construir a este padre que tiene Alzheimer y que confunde todo el tiempo…

Sí, por supuesto. Alguna vez, mi hermano y yo nos reunimos con un psiquiatra porque estábamos preocupados. Lo primero que nos dijo fue que el problema no es del paciente, sino del entorno. ¡Las anécdotas más graciosas las tengo con mi padre! (Risas). Como aquella vez en que estábamos en un bar y de la nada se levantó y se puso a cantar. La gente lo miraba, entonces le pregunté qué hacía y me contestó: “Estoy cantando”, por fuera de todo espacio real.

Hay una escena en la película donde yo miro un espejo. Se lo pedí especialmente a María Victoria, porque era algo muy puntual de mi padre. El se miraba al espejo y no se reconocía. El actor tiene la memoria emotiva, los recuerdos. Sobre eso va construyendo.

-Los recuerdos contribuyen a delinear el personaje a partir de tu propia historia, ¿no?

Sí. Mi padre era polaco y yo de tano no tengo nada. Pero él tenía una fábrica de ropa y yo llevaba los cortes a Villa Madero. Ahí los talleres eran todos de italianos. Había una señora mayor, que en verano se sentaba tomando sol, con un palo y un loro. Cuando me veía llegar me decía “au, diavolo incatenato” como bienvenida. ¡Me había sacado la ficha la señora! (Risas). Y lo incorporé a la historia.

¿Miranda es de alguna manera un homenaje a tu propia historia y a tu padre?

Un agradecimiento, en todo caso.

-¿En qué consistió el trabajo con María Victoria Menis, la directora y guionista?

Ella es una mujer muy inteligente, que sabe exactamente lo que quiere hacer, lo que quiere filmar, el cómo y el cuándo. No tuve ni un sí ni un no. ¡Creo! Y eso me basta (Risas). Es una directora muy afiatada. Estuve muy cómodo filmando con ella. Los pedidos que me hacía se encuadraban y lo que yo le incorporaba, ella lo tomaba. Ese es un rasgo de inteligencia.

-Vos filmaste con muchos directores, como Daniel Burman o Lucrecia Martel. ¿Notás diferencias entre el trabajo con una directora y con un director?

-Con los que me peleé, sí (Risas). Con los que no, no: son del palo y saben. Tienen el conocimiento y la fina sensibilidad para llevar la escena a buen puerto.

-¿Qué viste en Miranda cuando la viste por primera vez en pantalla grande?

La primera vez la vi en DAC y la segunda, en Villa Devoto. Esa fue la primera: era otro momento. Recién en ese en esa función la vi y también la disfruté. Si me preguntás qué vi de esa película es diría que la voz de la mujer está presente, está el pañuelo verde, la panza al aire y las tetas al viento. ¡Vamos por más!

-¿Cómo fuiste descubriendo esta mirada de género que María Victoria Menis le imprimió a la película?

Leer el texto da una primera aproximación. Pero entrar en el personaje es otra cosa. Caminar, pararse, sentarse, el vestuario o la relación con la gente te completan el marco de ese personaje.

Por mi formación, soy un obsesivo grave. En mi primera obra de teatro estuvimos ensayando nueve meses. Yo empecé en teatro y la actuación a los 39 años. Mi primera obra fue de mi maestro David Amitín, en el Teatro Nacional Cervantes. De allí fui directamente al Festival Kampnagel de Alemania.

Estoy muy agradecido a mis maestros: Amitín, Agustín Alezzo, Augusto Fernandes, Alberto Ure. Ellos me dieron herramientas, que he absorbido y me permite tener un arco muy grande.

-¿Qué tiene que tener un guion para que te interese y te entusiasme abordarlo?

En primer lugar, la historia que se cuenta. Luego, la riqueza del personaje. Como decía Heddy Crilla, no hay personajes pequeños sino actores pequeños. A mí no me preocupa el papel: si hay carne, muerdo. Aunque sea un pedacito.

-¿Qué te devolvió el público respecto de este trabajo en el cine?

Se me ponen los pelos de punta con la pregunta porque hubo varias personas que se me acercaron, llorando, agradeciéndome porque les hacía recordar a su padre. Otra no podía creer cómo había armado el personaje, ya que me había visto en el teatro en la obra El otro nazi una semana atrás haciendo un judío que está en las antípodas. Eso me lo llevo en mi bolsillo.

-Eso es un buen actor…

Como diría el personaje del otro nazi: “modestamente”.

Julia Montesoro

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