Cinco años después de su última película, El almuerzo (protagonizada por Alejandro Awada, Jean Pierre Noher y Arturo Bonín), Javier Torre publicó su nueva novela, La gloria.
Realizador de una decena de películas y también hombre de letras y del campo cultural, Torre recrea en su reciente obra literaria, con mucho de autobiográfico, el fascinante mundo del cine y la cultura en los años 60. El punto de partida es una circunstancia inédita y poco conocida: en el Festival de Cannes de 1961 fueron premiadas dos películas habladas en español. Una fue Viridiana, de Luis Buñuel; la otra fue La mano en la trampa, de Leopoldo Torre Nilsson, su padre.
Javier Torre también planea llevar La gloria al cine.
-¿Qué te llevó a describir aquel episodio del Festival de Cannes ocurrido hace casi sesenta años, en 1961?
A mí me gusta ingresar en mundos históricos, literarios o incluso personales, a través de la microhistoria; esos lugares por donde nadie imagina que se puede entrar. ‘La gloria’ surgió a partir de un hecho único en la historia de nuestro cine: dos películas de habla hispana, Viridiana (de Luis Buñuel) y La mano en la trampa (de mi padre, Leopoldo Torre Nilsson), triunfan en el Festival de Cannes. El descubrimiento casi anecdótico que me llamó la atención es que eso nunca se repitió. Empecé a pensar por qué. Así entré en la historia de las dos películas, de sus directores y los actores que las interpretaron. Busqué cartas, diarios, documentación de la época, para lograr entender de qué manera «la gloria» explotó en el cine americano.
-¿Qué elementos en común descubriste entre ambas películas?
Que tanto Buñuel como mi padre tuvieron que superar enormes dificultades. Buñuel fue perseguido por la dictadura franquista, en tanto mi padre fue acosado por grupos “anticomunistas”, que atacaba a la gente de la cultura. Los dos tuvieron enormes dificultades para financiar las películas y atravesaron un océano de dificultades para llevarlas adelante.
Buñuel tuvo que contrabandear los negativos con unos toreros que se disfrazaron para llegar a Francia y pudo revelar allí su película, porque Franco la había mandado a quemar. Mi padre no había sido seleccionado por el Instituto de Cine para representar a la Argentina, pero logró entrar al festival por su propio prestigio, aunque la Argentina le había negado que fuera.
-Aquel festival de Cannes al que hace referencia La gloria pertenece a tus recuerdos infantiles, a tus 10 años. ¿Qué representaba el cine para vos?
Mi hermano Pablo y yo vivíamos con nuestra madre, mientras mi padre viajaba todo el tiempo por el mundo. Lo veíamos con una curiosidad empírica, con ganas de saber más. Pero el mundo del cine era prohibitivo para un niño, no era accesible como ahora. Despertaba una enorme curiosidad y también miedo. Fuimos educados en un colegio católico, muy conservador, muy reaccionario, donde mi padre era mal visto. Allí todo el mundo era de derecha. Mis compañeros eran hijos de militares y el cine era un ámbito corrupto. El era percibido como un hombre blasfemo, un izquierdista. Nosotros teníamos que esconder quiénes éramos.
Al mismo tiempo, notábamos que era famosísimo: cuando ganó el premio en Cannes, el presidente Arturo Frondizi lo invitó a la Casa de Gobierno. Curiosamente, Frondizi también era atacado en esa época. Era un hombre progresista, muy cuestionado porque se lo señalaba como comunista. Nueve meses después de ese encuentro, en marzo del año siguiente, fue derrocado por una junta. La censura aparece en esa época con virulencia y empieza a crecer cada vez más. Es estructurada como un mecanismo: cuatro años después viene ‘La noche de los bastones largos’. Durante la dictadura de Onganía, la censura se impone como una realidad cotidiana en la Argentina. En 1976 viene lo peor de lo peor. Ya estaba estructurado ese mecanismo tan siniestro que hizo tanto daño a la cultura.
-¿De qué se trata La gloria?
Es un libro de viajes y una crónica familiar. La historia esta entramada en nuestra relación familiar y la de los viajes de mi padre. El iba a Cannes a Londres, de ahí a Río de Janeiro y después se iba por un año a Puerto Rico para filmar. No lo veíamos por un año, se quedaba un mes en Buenos Aires y nuevamente se iba a Nueva York. Era un mundo fascinante, y de ese discurrir de los años 60 surgió una generación de cineastas literarios, intelectuales, que dieron un vuelco extraordinario al cine y que aún hoy aparece en los directores jóvenes.
Yo me crié en ese mundo exquisito, extraordinario. Estuve un par de años estudiando el tema hasta que me puse a escribir. Ahora está en la calle… cuando la gente no está en la calle. Son esas contradicciones que tienen el cine y la literatura, que buscan cruzar el desierto para llegar al otro extremo. El próximo proyecto es poder filmarla. Es una producción compleja, que transcurre en la Costa Azul, en Cannes, en Buenos Aires de los años 60.
-¿Escribiste La gloria pensando en imágenes, con el propósito de que sea una película? ¿O esa idea surgió cuando tuviste la novela terminada?
Siempre estoy muy vinculado a la literatura: tengo pasión por los libros, soy buen lector. Pero el cine es un mundo enormemente atractivo para nosotros por nuestra educación audiovisual. Los dos mundos se me entremezclan: cuando escribo estoy haciendo una película y cuando filmo estoy haciendo un libro. En este caso lo visual fue predominante. En mi cabeza tengo imágenes permanentes de todos los personajes que transitan la novela, de todos los textos. En algún lugar los he escuchado: eso esta palpitando.
Julia Montesoro