Maximiliano Schonfeld estrena el jueves 6 su sexto documental, Sombra grande, inspirado en el libro de poemas homónimo de Julián Berajano, que tuvo su premiere mundial en la sección Zabaltegi-Tabakalera del Festival Internacional de Cine de San Sebastián 2024.
Sombra grande es la historia de un grupo de amigos que viven en las aldeas alemanas mientras preparan una película sobre la nueva lengua. Hace unos años apareció un hombre que decía hablar una lengua aparentemente perdida: el chaná. Al poco tiempo se editaron diccionarios y la lengua se pudo recuperar completamente. Este hombre también ubicó a los chanás en el mismo lugar donde hoy viven los alemanes del Volga, en la provincia de Entre Ríos.
El documental se presenta en siete únicas funciones en la sala Lugones, del jueves 6 al domingo a las 21 horas y del martes 11 al jueves 13 a las 18 horas. Simultáneamente, se exhibe el ciclo retrospectivo “Érase una vez en Crespo», dedicado a los cineastas crespenses contemporáneos Eduardo Crespo, Iván Fund y Schonfeld.
–Sombra grande recorre el tránsito de la recuperación del chaná, una lengua aparentemente perdida y marca a la vez una disputa simbólica entre los pueblos originarios y los inmigrantes. ¿En qué circunstancia esa tensión se convirtió en material de inspiración para un documento audiovisual?
Lo primero que apareció fue la poesía de Julián Bejarano. Y antes de de eso hubo un concurso en el que nos presentamos los dos. Era un proyecto interdisciplinario para trabajar la poesía del cine. A partir de ahí decidimos zambullirnos de lleno en la lengua y en lo que nosotros denominamos como la sensibilidad del mundo chaná. Aquello que a los libros de historia no les interesaba tanto, como imágenes, recorridos y formas y que a nosotros sí, porque eso viene a contener todo. El libro de Julián Bejarano tiene un poco de ficción y otro tanto de las imágenes que nos dio Blas Jaime, que es el último chaná.
A partir de ahí hicimos una instalación que se presentó en el Museo Serrano de Paraná. No era una película, sino una instalación. Había imágenes mías y Julián leía en vivo sin saber lo que yo estaba proyectando detrás.
Una vez que terminamos esos eventos en vivo decidí empezar a hacerme preguntas acerca del territorio, acerca de los chaná, que estaban emplazados en un lugar donde ahora viven los alemanes del Volga, donde existe un dialecto que se está perdiendo. Ahí surge una tensión entre las dos lenguas, más el castellano que sería la tercera. Me preguntaba qué capacidad tenía una película -con el tono de películas que hago-, para poder capturar, preguntar y registrar algo de todo este movimiento sensible lingüístico.
-Recién mencionabas el libro de Julián Bejarano, que es la fuente primaria de inspiración, ¿Habría Sombra grande sin esa referencia? ¿O estaba esta inquietud desde antes?
Yo tenía la idea de hacer algo con la poesía de Julián. También hace un montón que me venía dando vueltas la idea de la lengua chaná. Pero no lograba unificar un criterio: eran simplemente investigaciones. En ese momento estaba leyendo muchísima poesía entrerriana. En realidad lo sigo haciendo, pero en ese momento había como un despertar por querer saber más, gracias a mis amigos que hacen poesía en la provincia de Entre Ríos, que nos enseñan y nos guían y que siempre han sido muy generosos para con el cine nuestro. A mí la poesía me gusta leerla; no soy un crítico de poesía, ni mucho menos un escritor. Nunca escribiré un poema (Risas). Ese salto al vacío, que es trasladar un lenguaje a otro, me parecía una manera de cerrar esa especie de trilogía de documentales que se completa con Luminum y La siesta del tigre.
En algún momento coqueteamos con la idea de que las tres películas sean una, pero no prosperó. También pensamos en Sombra grande y Luminum como una sola, pero tampoco nos cerró. Terminamos haciendo Sombra grande como película e instalación.
-El protagonista del documental es Blas Jaime, el hombre que decía hablar una lengua aparentemente perdida. ¿Qué representaba para él la presencia de una cámara, la posibilidad de verse reflejado a sí mismo en un documento audiovisual?
La novedad para Blas, creo, es que no era el protagonista central de la película. Se hicieron un montón de documentales más institucionales, televisivos, sobre todo en la provincia de Entre Ríos, pero tenían poco y nada de algo que me interesaba indagar, que es tensionar el territorio. Tenemos un territorio donde hay una lengua aparentemente perdida, que se recupera y donde hay un dialecto actual que se está perdiendo. En el medio tenemos el castellano. ¿Cómo tensionamos y pensamos las ideas de este territorio tanto poética como simbólicamente? Cómo fusionar los habitantes actuales con el pasado, los rasgos, las formas.
Le expliqué que la película no iba a trabajar sobre la historia del chaná o de él, sino que justamente iba a poner en relieve tensionarlo con los habitantes actuales. En esa tensión había como un no saber bien hacia dónde ir y qué hacer. Te soy muy honesto: yo no sabía cómo iba a ser esta película. ¿qué forma va a tener? ¿Qué lugar va ocupar cada uno? Y así fue. La empezamos a filmar incluso antes de hacer Jesús López e incluso antes de Luminum, porque la película se fue escapando permanentemente de mis manos.
-Hay una idea innovadora en esto, que implica dejarse llevar, sin atenerse a una estructura narrativa.
En un momento pensé que no iba a poder terminarla por esta idea espiralada que teníamos, de que no haya un centro, de que no haya una lengua fija, que se parezca a todo más como un libro poema, de ir pasando un poema tras otro… No había un lugar donde agarrarse. El agarrarse era el todo, no había una trama. Muchos personajes son como pequeños poemas. Eran ambiciosas las ideas, pero también eran trampas. La película estaba llena de trampas que no quería ceder. Tampoco quería buscar financiamiento. De hecho, me habían ofrecido presentarla al concurso de audiencia media documental del INCAA, donde seguramente íbamos a obtener apoyo. Pero no quise porque sentía que estaba traicionando algo. Está bueno que a veces que se financie el no saber, pero en este caso me parecía demasiado.
-Finalmente Sombra grande encontró su forma. Y no es casual que además se esrtrene en el contexto de la muestra “Érase una vez en Crespo”.
Diego Brodersen, programador de la sala Lugones, me propuso hacer una retrospectiva de las películas de los otros cineastas crespenses. Me encanta la idea de que nuestras películas se vean juntas, aunque no sean todas: son la mitad. Ya llegamos a casi veinte y vamos a seguir haciendo muchas más. Pero es interesante poder verlas en perspectiva, entender los recorridos de cada uno y lo que tenemos en común. Nos estamos acompañando muchísimo en este camino. Con Eduardo Crespo estamos trabajando en el Instituto Audiovisual de Cine de la provincia. Iván Fund acaba de ganar el Oso de Plata en Berlín, en una película en la que trabajé como jefe de producción. Me encantó trabajar con Iván: aprendo muchísimo y es alguien a quien admiro un montón. Estrenar de esta manera es una gran oportunidad para valorizar nuestro cine.
Julia Montesoro