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DIRECCION EJECUTIVA: JULIA MONTESORO

Diana Frey presentó su corto recuperado «El cielo y la tierra»: «Quise hacer el documental por admiración a Ana María Stekelman»

Diana Frey recibió un doble tributo en el recientemente terminado Festival La Mujer y el Cine. Por un lado, recibió un homenaje de las autoridades de la muestra. Por otro, dos décadas después de su realización, estrenó su cortometraje El cielo y la tierra, realizado en 2004 y reveló su secreto mejor guardado: su mirada como realizadora, encubierta debajo de su exitosa trayectoria como productora.

-Tenías casi 30 años de trayectoria en la industria del cine cuando te decidiste a dirigir un corto, El cielo y la tierra, sobre la figura de Ana María Stekelman. ¿Qué te impulsó a llevar adelante esa experiencia?

Con mi marido, Fernando, somos íntimos amigos de Ana María Stekelman. Y además somos muy admiradores de su obra. Cada una de sus presentaciones nos dejaba encantados, fascinados, magnetizados. Esa es la palabra: cuando uno ve algo de ella hay como un efecto magnético. No tenés conciencia de estar viendo algo: te produce como un encantamiento. Una no sabe cómo resuelve las entradas y salidas de los bailarines en escena porque no se da cuenta de que entraron y salieron. ¡Es mágico!

Como la admirábamos tanto decidimos hacer un documental. Iba a ser más largo: de hecho, lo presenté en el INCAA como un proyecto de una hora. Como podía presumir de que no supieran quién es el personaje y la importancia que tiene a nivel artístico en Argentina, hice un demo de 12 minutos. Para poder mostrarle a quienes harían la evaluación de quién se trataba.

En el INCAA lo aprobaron, pero en ese momento tuve una actividad muy intensa con los servicios de producción. Venían de Italia, Estados Unidos o distintos lugares con su elenco, su libro y guion y nosotros les dábamos el servicio. Fueron diez años de mucho trabajo. Y ya no retomé el proyecto.

-Quedó como un cortometraje. Que estuvo guardado veinte años y ni siquiera figura en tus biografías. ¿Por qué tanto tiempo silenciado y por qué exhibirlo ahora?

Debe ser como le dije a alguna gente amiga, porque tengo un perfil bajo. Se dio por una serie de coincidencias. Como productora ejecutiva del Festival de Cine de las Alturas, en la última edición, que se llevó a cabo en abril, invité a Annamaría Muchnik y a Sabrina Farji, como responsables del Festival La Mujer y el Cine, a presentar la película Ofrenda. Se trata una producción colectiva de directoras mujeres que ellas promueven.

Teníamos unos largos desayunos en el hotel, muy largos. En uno de esos encuentros me empezaron a contar sobre el festival. Yo siempre estuve ajena a esa actividad: apenas creo recordar que el día que estalló la bomba de la AMIA estaba en un viendo una película del Festival La Mujer y el Cine en una moviola, frente a Sadaic.

De golpe, en esas charlas, me cayó la ficha: les conté que había hecho un corto, que a lo mejor les interesaba exhibirlo en el festival. Fue completamente casual. Solo porque ellas estaban ahí. Me lo pidieron para verlo y enseguida me dijeron que lo incluirían en la programación.

-Fue la primera exhibición de tu ópera prima como directora.

¡Exactamente! Y además fue muy emocionante porque estaban todas las personalidades de la danza moderna de la Argentina: Oscar Aráiz, Mauricio Wainrot, Margarita Bali…y muchos bailarines a quienes después de tantos años no reconocí. Fue conmocionante ver a muchas figuras de lo que hace dos décadas era el corazón de la danza moderna de Argentina.

-¿Cuál fue el planteo técnico y artístico cuando decidiste encarar el cortometraje?

Yo tengo dos características, dos cualidades que fueron fundamentales para avanzar en el proyecto. Una es que al venir de la carrera de Ciencias Económicas, tenía una especie de práctica de cómo se maneja una pequeña empresa. Sabía qué podía aportar para la producción de una película. Y la otra es mi gran vocación, la fotografía. Tengo dones para la mirada. No quiero que suene como una fanfarronada, pero es así.

-¿Cómo se inició tu relación con la fotografía?

Cuando renuncié a Ciencias Económicas me daba vergüenza estudiar cine. Me sentía acomplejada por mi origen, no tenía idea de mí misma. Entonces me dije que empezaría por fotografía y desde ahí derivaría a una escuela de cine. Me inscribí en una escuela y en la primera clase, el primer ejercicio fue salir a la calle y armar una fotonovela a través de la fotografía. Elegí ir al hogar de ancianos General Viamonte, el actual Centro Cultural Recoleta. Me impresionaba que estuviera pegado a un cementerio. Era una especie de destino: metafóricamente los viejitos estaban al lado del cementerio. Pero las monjitas no me dejaron entrar porque tenía que ser pariente de algún internado. Entonces cambié de planes: fui al cementerio de Recoleta, pensando en retratar los monumentos.

El destino quiso que me cruzara con un enterrador. Me preguntó qué estaba haciendo y cuando le conté me dijo que conocía a las monjitas. Que íbamos a entrar, pero que debía esconder la cámara. Entré con él del brazo y una vez que estuve adentro hice un relevamiento de todo. No solamente de la arquitectura: también de la gente. Fue impactante, porque las mujeres estaban vestidas como si fueran campesinas europeas de 1915. Había gente de muchas colectividades como los italianos, japoneses o coreanos. Fue en 1969. Treinta años después, precisamente con Ana María Stekelman (coincidimos en el personaje), me propuso llevar las fotos al mismo Centro Cultural Recoleta. Las originales eran de papel 10×12, pero en los 90 ya las había digitalizado y ampliado. Cuando se las mostré a las autoridades se desmayaron. ¡No existía ningún documento de ese tipo! Me dieron el mejor salón. Y con la exposición me pagaron las ampliaciones. Todo eso ocurrió en mi primer día de clases. Por eso creo mucho en la importancia que tiene la mirada. Y como yo sabía que tenía esa mirada, le propuse a Ana hacer una película sobre ella. Ese fue el punto de partida.

-Esa serie de coincidencias derivó en El cielo y la tierra. Y ello motivó a las autoridades de La Mujer y el Cine a otorgarte un reconocimiento. ¿Cómo te cae un homenaje?

Es un motivo de orgullo muy grande, porque nadie me homenajeó nunca. Tengo 50 años de actividad, así que estaba muy feliz y contenta. Solo tengo agradecimiento para quienes me hicieron esa caricia al alma. Además estoy feliz porque la gente disfrutó de la proyección. Había personalidades muy importantes y les gustó.

-¿Pensabas en otro proyecto que te colocara tras las cámaras?

No, no lo pensé. Y no quiero. Aunque a raíz de esto me insinuaron algo, también relacionado con la danza.

-Después de medio siglo de trayectoria, de que saliera a la luz tu rol como directora, del homenaje. ¿Qué futuro imaginás para el cine argentino?

Lo veo muy mal. Parece que el cine y el Instituto (INCAA) fueran el enemigo público número uno de la sociedad. ¡Es un disparate supino! Creo que es gente muy inculta sin ninguna preparación. Más allá de que el Instituto tenía muchos defectos, mucho que solucionar y corregir. No defiendo a ciegas: yo soy crítica de eso. Pero eso no justifica lo que hicieron, que es prácticamente cerrar las puertas. Tal vez no se puedan hacer 60, 70 ó 100 películas, porque ni siquiera hay dónde pasarlas. Pero en este cambio de época, con nuevas herramientas tecnológicas, se pueden plantear otras formas de distribución. Lo que no se explica es cortar y cerrar las puertas. Agarrar un hacha y golpear para romper. Eso no es una política cinematográfica.

Julia Montesoro

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