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DIRECCION EJECUTIVA: JULIA MONTESORO

Paula Hernández estrena «El viento que arrasa»: «Me interesó indagar sobre lo que no está a la vista en los mundos familiares»

Paula Hernández estrena su inquietante road movie El viento que arrasa, una producción de Rizoma de Argentina (Natacha Cervi), Cimarrón de Uruguay (Hernán Musaluppi, Santiago López Rodríguez, Diego Robino, Lilia Scenna) y Cinevinay de Uruguay (Sandino Saravia Vinay) protagonizada por el chileno Alfredo Castro, el español Sergi López, Joaquín Acebo y Almudena González.

La historia es una adaptación de la novela de Selva Almada por la propia Paula Hernández y Leonel D’Agostino que se centra en Leni, una joven que acompaña a su padre, el reverendo Pearson, en su misión evangélica.

El viento que arrasa trata sobre los vínculos familiares y al mismo tiempo, abre puertas a otros mundos como el ámbito rural y el religioso. Es una road movie dramática que introduce al espectador a un universo rural y religioso; áspero y tenso, en el que los cuatro personajes esenciales realizan cada cual y a su modo un viaje emocional que en algunos casos será liberador y en otros servirá para reforzar sus creencias.

-A pocas horas del estreno de El viento que arrasa aparecieron las primeras críticas. ¿Las leés? ¿Te interesa la opinión ajena?

Sí. Me interesa y las leo. De todas formas, el martes me pasó algo muy increíble: hicimos la avant première y hubo una catarata de cosas que fueron llegando, que no me dieron tiempo casi de leerlos. Pero mucho de eso me lo voy guardando para leer más adelante. Por ahora, lo que percibo que viene es muy lindo. Y muy bienvenido.

-Uno de esos comentarios –o una interpretación posible- señala que El viento que arrasa puede ser vista como la parte final de un tríptico que comenzó con Los sonámbulos y Las siamesas. ¿Tenés una explicación?

En el momento que lo hacés no lo pensás. Estás muy concentrada en ese instante. Es cierto que hay cosas que te interesan y por supuesto, pueden aparecer en las otras películas. Pero no pensás puntualmente en situaciones, escenas o planos que puedan remitir a trabajos anteriores.

Algunas de esas observaciones me las fue haciendo mi montajista Rosario Suárez mientras editábamos. Me señalaba que había cosas que le recordaban a Los sonámbulos o Las siamesas, algo que se iba cruzando a través de las películas.

Más allá de esas cuestiones puntuales, mucha gente me lo dijo. Creo que tiene que ver con volver a trabajar los lazos familiares, los vínculos y situaciones encerradas en pocos espacios, en donde la naturaleza también juega un rol importante. Más que nada, en Los sonámbulos y en ésta, aunque se abre hacia un mundo distinto y alejado de lo que venía contando.

-Sí, El viento que arrasa tiene por momentos algunos elementos como de western. Existe ciertos ambientes inquietantes en el ámbito rural.

Sí, tiene esa cosa de sensación de estar permanentemente en contacto con el aire libre, a merced del clima. Si bien hay muchas cosas que son del guion, también nos sucedía a nosotros en el rodaje. Había que adaptarse permanentemente a lo que iba sucediendo. Desde el inicio sabíamos que iba a haber bastante trabajo de posproducción para poder contar esa curva dramática que también tiene la naturaleza.

Había allí un duelo entre dos mundos, algo antitético en estas dos familias y en estos dos personajes, principalmente. No lo había pensado como western, pero tiene muchos elementos.

-Por momentos la imagen también está muy trabajada en ese viraje a los rojos y ocres que genera esa sensación de desierto.

Porque en la película, el Reverendo es un personaje nómade que recorre esos puntos un poco alejados, pueblos medios perdidos en donde no hay nada. Solo es camino, camino, camino, naturaleza, una casita y un taller en medio de la nada. Pero es más bien el paisaje desolado de situaciones en donde uno encuentra otras personas.

-El universo rural que retrata El viento que arrasa está contado desde la mirada de la protagonista, Almudena González. ¿Por qué te interesó el punto de vista femenino?

Cuando leí la novela hubo dos cosas que no me terminaron de cerrar para trasladarla al cine: una era la estructura del tiempo; la otra, que no quería un narrador omnisciente sobre lo que estábamos contando.

La novela tiene muchas idas y venidas en la vida de los personajes, pero se centra más que nada en los dos padres. Y si bien me interesaba ese mundo masculino, hay algo -que en la novela ya está presente- y es cómo Leni ve a estos hombres, cómo ve a su padre y cómo encuentra en la relación del Gringo y de Tapioca un diferencial en cuanto a su propia historia. Funciona un poco como espejos en los que uno se puede mirar.

Esto, más los deseos de Leni de cierta libertad que también están contados en la novela. Me pareció que era atractivo poner esa chica en desarrollo y en crecimiento. Saliendo de la adolescencia, convirtiéndose en una mujer joven con muchos elementos de niñez en su comportamiento. Quería ver cómo esa generación más joven mira a estos hombres, que tienen características más conservadoras. Hay algo epocal en la decisión de que sea la mirada de una mujer.

Ella también desafía ciertos mandatos, ¿no?

Tal cual. Es la que rompe; en principio por su propia necesidad, pero en esa voz hay un montón de otras voces. Hay algo de esas generaciones, de las chicas más jóvenes, que tienen que ver con una gran apertura en su pensamiento y mucha libertad en la forma que miran.

Si bien mi generación ha trabajado mucho por tener un lugar, por la paridad y por poder despegarnos de ciertas estructuras, hay muchas cosas que dimos como naturalizadas. El pensamiento más joven viene a romper eso.

En este universo donde hay un dogma, una cosa fanática y hermética en el tipo de pensamiento, era interesante que alguien venga a romper. Alguien que pueda decir y dejar de ser solo una mirada y de permanecer en un segundo plano. Allí hay algo más universal que de la historia puntual de Leni y el Reverendo.

-¿Así también lo percibió el público en escenarios tan diferentes como San Sebastián, Toronto o Mar del Plata?

Sí. Estos comentarios fueron surgiendo. Hay algunas cosas que funcionan de una manera conciente cuando escribo y armo una película. Otras son como pequeñas subjetividades, con menos precisión porque son más inconcientes y que quizá se termina de armar en el contacto con el otro y las otras.

-¿Qué te atrae del constante abordaje sobre el universo de los vínculos?

No empiezo una historia pensando en que quiero hablar de estos temas, sino que me parece que es algo que está en mí. Quizás hay algo de esas historias que me convocan, sean propias o adaptaciones de alguna novela. Tienen que ver con estas cosas en las que voy indagando.

Pensaba también que alguna gente veía cosas de Lluvia, de Herencia o de Un amor. Si bien la relación más fuerte es con Los sonámbulos y con Las siamesas, también me mencionaron aspectos de mis primeras películas.

Quizás este abordaje también aparezca en los inicios, cuando una tiene menos claro qué quiere contar o cómo, porque en los inicios hay una cosa más de búsqueda. Pero también habla de esos personajes que están buscando quiénes son, más allá de las situaciones que los rodean o que los condicionan.

-¿Cuál es el diferencial que advertís en El viento que arrasa?

Es más luminosa en relación a las últimas. Tal vez empecé a indagar sobre lo que no se ve en los mundos familiares y de los vínculos. Como hurgar entre los pliegues de las sábanas y de lo que no está tan a la vista.

-En conversaciones anteriores nos detuvimos en el poder profético de una película que anticipaba grandes corrimientos de la política a partir de la aparición de líderes de conductas mesiánicas. Ahora hay un elemento más que patea el tablero: es el avance sobre las conquistas del feminismo. ¿Qué te provoca la avanzada del machismo?

Me sorprende la dimensión de todo lo que se cuestiona, como las libertades individuales, de políticas públicas y de cuestiones colectivas. De golpe cayó un baldazo de agua fría, todo junto. Pero no me sorprende que eso exista.

Charlando con Selva Almada, decíamos que uno más o menos vive en un universo de gente que piensa más o menos igual, salvo algunas que otras situaciones. Entonces tiene una mirada sobre el mundo al que más o menos pertenece. Ella me decía que cuando va a Entre Ríos se encuentra de golpe con cosas mucho más conservadoras. Y no en este momento sino desde siempre. Y cómo son mirados avances que para nosotros pueden estar buenos.

Siempre hay algo medio agazapado. Si uno mira la historia de la Humanidad, hay algo cíclico. Con versiones distintas, porque las derechas de hoy no son las mismas que en otro tiempo, con otros medios que ahora existen. Pero aunque haya cambios, las ideas conservadoras siempre están.

-Los medios existían; lo que no existía, con tanta viralización y potencia, son las redes sociales, ¿no?

Sí, cuando lo digo incluyo todo. No solo un medio gráfico o radial, sino el bombardeo permanente de información. Permanentemente tenés que estar chequeando si es verídico o no. Lo que sucede a nivel información es una locura.

Pero no son cuestiones que están solo sucediendo acá: en todo el mundo hay réplicas de volver a revisar derechos ganados. Hay que mirar más afuera de nuestro balcón.

-Entre esos derechos ganados, el apoyo y financiamiento al cine es uno de los espacios apuntados.

Por eso sostengo que a la película hay que verla en el cine y en los primeros días. Es la forma de garantizar la continuidad, en este momento de tanto cuestionamiento a la cultura. Es importante tomar partido en esto que está sucediendo e ir al cine. No lo digo por mi película sino por el cine argentino.

Julia Montesoro

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