Virna Molina y Ernesto Ardito estrenaron su última película, La Bruja de Hitler, en junio de 2023. Habían pasado veinte años de Raymundo (2003), su primera experiencia como cineastas, guionistas, productores. Aun desde su posición de creadores independientes, nunca dejaron de reconocer la importancia del Instituto de Cine como apoyo esencial para las realizaciones.
-En el momento del estreno de La bruja de Hitler habían comentado que les remitía a tiempos que les parecían terminados pero que estaban volviendo. En este contexto, ¿siguen viéndolo así?
Ardito. Sí, sobre todo porque La bruja de Hitler no es una película de episodios de una súper estructura histórica, sino que se mete en el interior de una familia; en un modo de ver, sentir y comprender el mundo del nazismo. En ese sentido, es algo que trasciende la Segunda Guerra Mundial y que se instala en el propio ser humano, incluso desde antes. Esa fuerza de que querer solucionar todo desde la intolerancia, la violencia y el odio de exterminar al diferente. Eso nos lleva cada vez más a un mundo peor. No solamente lo vimos de alguna manera en Argentina -aunque no tan fuerte como en este momento-, sino en todo el mundo, en algo más general, incluyendo Europa. Ahí empezamos a construir la base del guion de la película.
Eso pasa siempre con los artistas. (Julio) Cortázar decía siempre que volvemos siempre a la infancia y nuestra infancia fue la Dictadura. Nosotros lo vivimos en carne propia. El cuerpo tiene como su propia memoria. Cuando empezás a ver pequeñas situaciones sociales volvés a eso. Por eso, a veces, nos adelantamos un poco a lo que puede llegar a pasar en el mundo o en Argentina con películas más metafóricas como La bruja de Hitler.
-La película adquirió otra dimensión a partir del proceso político, en Argentina y en el mundo, a partir de la intolerancia, las guerras y los conflictos entre distintas religiones y sociedades. ¿Tomaron conciencia de que aunque es una ficción se habla de eso?
Molina: Sí, lamentablemente. Aunque no queríamos que la profecía se cumpla. Como decía Ernesto, había cosas que nos estaban tocando muy fuerte, que nosotros sentíamos y que teníamos la necesidad de contarlas. Acompañamos la película en circuitos alternativos durante los meses previos y durante la campaña misma. Cuando hablábamos con la gente, después de la proyección, contábamos lo que estaba por venir, tratando de influir. Nada de eso sirvió. En algún punto es frustrante. Hay una tendencia a que ese poder totalitario se esté consolidando, afianzándose. Siento que estamos ante un escenario clave, donde el Poder Legislativo y la diversidad que tiene ese poder debe poner un freno y dar una alerta de señal clara a la sociedad. Hay determinadas cosas que no pueden permitirse.
Si el Poder Legislativo, con la diversidad con la que está compuesto, no puede poner ese freno, vamos a estar ante un escenario mucho más terrible. Estamos frente a una situación donde el poder se está concentrando cada vez más sobre un grupo muy pequeño y sobre una persona en concreto. No hay que ser magos: hay que mirar la historia. A veces me preguntan cómo sé y siempre digo que me gusta mucho la historia. Hay que observar lo que ocurrió en la historia de los pueblos para no repetir esos errores. Siento que estamos en un escenario bastante oscuro y a veces me da mucho miedo la banalización de la figura de (Javier) Milei. La banalización casi humorística, cínica de esta situación. Como que esto no puede ser real porque ya se vivió en la Alemania de los años 30. No se puede seguir banalizando algo gravísimo, que ya está teniendo consecuencias directas en la gente y en su vida.
-Es un momento clave, sin dudas. Frente a este escenario y yendo al campo de del audiovisual y del cine, sin apoyo del INCAA, ¿el cine argentino está en peligro? ¿El documental independiente está en peligro?
Molina: El cine argentino está absolutamente en peligro. Primero porque nunca estuvo sin el Instituto Nacional de Cinematografía. Quizás estuvo antes de la reforma del año 94 con un organismo más pequeño, pero jamás sin él. No solo por el apoyo financiero sino por la estructura que el Instituto le da al cine de un país, ordenándolo y vinculándolo con el mundo. Hay un orden, un núcleo que une a toda la actividad y la empuja. Desde ese lugar estamos gravemente en peligro.
Nosotros mismos hicimos nuestra primera película, Raymundo, en forma absolutamente independiente, financiada con fondos del exterior y propios. Y decidimos ir a hablar con (Roberto) Tato Miller, como vicepresidente del INCAA, porque queríamos traer obras de Raymundo (Gleyzer) que no estaban en el país, estaban en el exilio. Él habilitó una ayuda, pequeña pero clave para el avance de esa película. Las obras de Raymundo no estaban en el país porque habían sido sacadas para protegerlas de la dictadura militar.
Y en ese sentido, hasta en una película totalmente independiente, el Instituto fue clave también.
El cine de ficción sin el Instituto de Cine no tiene prácticamente viabilidad, salvo algunos casos perdidos y de mucho esfuerzo. El documental puede seguir existiendo, en muy pequeña medida, con el esfuerzo sobrehumano de un grupo de gente. Pero no puede aportar trabajo a la sociedad ni generar actividad económica, crecimiento, productividad. Y no puede constituirse como una cinematografía sólida, con presencia fuerte en los festivales, en los mercados internacionales y sobre todo no puede construir la memoria de un país. En ese sentido es clave. Tanto como la universidad pública y la salud pública.
Ardito: Es muy loco el relato que se fue generando de que los cineastas, los productores y el mundo del cine, son bancados o son vagos. Que viven del cine y del Estado. En realidad es al revés: esa pequeña inversión que hace el Estado posibilita que el cine argentino esté en los principales festivales del mundo.
No es gratuito que estemos entre las muy pocas cinematografías que aspiran al Óscar, que compitieron por el Óscar. Es como decir que los jugadores de fútbol son bancados por los clubes y por eso son vagos. No: la gente los admira. Por otro lado, comercialmente hay un grave error que repite mucha gente, que compara la inversión de una película con la taquilla. La taquilla es solamente el 10%, dentro del cine independiente, de lo que es la recuperación de una película. Una película tiene muchísimas ventanas: la televisión, las plataformas o el circuito alternativo cultural, que llega incluso a duplicar o triplicar la inversión original en muy poco tiempo. Es rara la situación en que no suceda eso. Ese dinero ingresa al país. No solamente se reinvierte en la industria del cine y genera más trabajo, sino que genera una subeconomía muy fuerte.
-El proyecto de Ley Ómnibus hace un fuerte cuestionamiento al funcionamiento del INCAA. ¿Es el momento de plantearlo o es mejor posponer ese debate y generar un frente común?
Molina: Tengo una posición muy firme: no estoy en contra de achicar el Estado para nada. ¡En ninguna de sus áreas! Porque no hay trabajo en el campo privado. Achicar el Estado significa dejar a cientos de miles de personas en la calle, completamente desocupados, sin poder comer ni vivir dignamente. Entonces, ¿cuál es el objetivo de un país, de una nación? ¿Ser rentable? ¿Dar ganancias? ¿O asegurarles a las personas que nacieron en ese territorio, o que decidieron habitarlo, un espacio donde puedan desarrollar dignamente su vida? Eso es lo que tenemos que empezar a pensar. Los países no tienen que ser como las empresas: tienen que otorgar a las personas que vivimos allí plenitud en la vida que tenemos. Si no tenés trabajo en el campo privado, ¿cómo vas a achicar el Estado? Eso va a significar millones de argentinos y argentinas que no van a poder comer.
Por eso ponernos a discutir si el Instituto podría funcionar con más o menos gente, en este contexto, es una locura. Además, tampoco es algo que se pueda mirar aisladamente, porque si vos querés achicar el Instituto también vas achicar las actividades que desarrolla. Si cerrás la escuela de cine, con todas las sucursales que tiene la ENERC en todo el país, obviamente va a centralizar, vas a reducir el cine al ámbito porteño como era hace 20 años, vas a excluir y no vas a hacer federalismo. Si querés que el Instituto solo se dedique a exhibir o a apoyar la presencia en festivales podés hacerlo. Pero si querés federalizar, no podés achicar la estructura. Hay que buscar los circuitos donde se construye audiencia, llevando el cine a diversos lugares, desde las escuelas hasta las cárceles.
-En estos días está más vigente que nunca el concepto del achicamiento del Estado.
Molina. Entonces te dicen que el Instituto funciona mal porque hay mucha gente que está mirando el techo. La realidad es que hay un montón de gente que está trabajando.
Pero si achicamos el cine, la educación, la salud, ¿hasta dónde achicamos la Argentina? ¿Para qué? ¿Para que haya un grupo muy pequeño que tenga más rentabilidad? Me parece que ese no es el objetivo de un país. Lo que está en disputa es un modelo político y mi miedo es que es lo que se votó en las últimas elecciones. Porque de alguna manera, en las últimas elecciones, se votó un proyecto de país. Pero la realidad es que hay un sector de la población que evidentemente tiene otra subjetividad. Y me parece que la gran batalla del cine, desde lo cultural, es tratar de explicarle a los argentinos y argentinas hacia dónde vamos y los peligros que estamos enfrentando. No es porque lo sepamos sino porque ya ocurrió. Para eso sirve la historia: para no volver a cometer errores que nos llevaron a los momentos más oscuros de la Humanidad.
-Una lectura -de las muchas posibles, es que este proyecto de Ley está pensado para favorecer a las plataformas. ¿Qué evaluación hacen?
Ardito: Yo comparo la producción de las plataformas con el tema de no cocinar e ir a comer a McDonald’s todos los días. Llega un momento en que la salud se termina destrozando y gastás mucho más dinero. En principio hay una publicidad que entra por todos lados: parece que el trabajo ideal para los técnicos son las plataformas. Pero al no existir el control del Estado, se genera mano de obra barata que termina limando tu parte creativa y tu disfrute de la vida. ¡Terminás hasta odiando tu profesión! Eso es lo que discuto mucho, porque hay directores muy buenos que están trabajando para plataformas porque es el momento de hacer series. Pero el mismo sistema productivo termina, de alguna manera, comprimiendo y reprimiendo algo creativo que puede mejorar la discusión social y artística, la cual puede generar una obra de arte impresionante, que a veces no existe porque estás en un sistema productivo.
-Hace pocos días hubo un pronunciamiento de 27 institutos y entidades del mundo respecto de la falta de regulación de las plataformas. ¿Cómo vislumbran que van a seguir adelante con este escenario?
Molina: Nosotros siempre fuimos como a contramano (risas). Cuando arrancamos, avanzamos con un desarrollo tecnológico en el armado de la película. No estaba probado, no era estable y nadie quería meterse porque era absolutamente poco confiable. Y usamos las herramientas poco convencionales. Lo mismo pasó con Corazón de fábrica: usamos métodos de financiamiento como el crowdfunding, que en ese momento ni siquiera estaba pensado. Con eso financiamos una parte importante de la película.
El Estado nos permitió crecer en estructura: hacer ficción, construir trabajo en blanco y registrado con otras personas, no reducir nuestra estructura a la realización integral, como director, productor, realizador, guionista, fusionado en la unidad de una o dos personas.
Frente a la adversidad, obviamente, hay que tener una cuestión social de defender los derechos como país. Pero por el otro lado también hay que avanzar en nuevas búsquedas, como la distribución y exhibición de las películas. En tanto no tengamos formas fuertes para que la película se exhiba, llegue a los públicos y recupere la inversión, no vamos a tener un esquema de sustentabilidad para el cine.
Eso nos hace como “adictos a…” y es peligrosísimo. Adictos al poder político y también al poder económico. Trabajar para las plataformas te hace adicto al poder económico y trabajar solamente para el Estado te hace adicto al poder político.
-¿El INCAA funciona así?
Ardito. No. Tiene una libertad total porque está conformado por la diversidad de la comunidad audiovisual. Pero si mañana viene un interventor al INCAA y decide que solamente se van a hacer las películas que quiere Milei o su partido, ¿qué va a pasar? Va a dejar de haber libertad política. Tanto en el Estado como en las plataformas, si no encajás en esa estructura no producís.
Me parece que es un momento de dar un paso más allá y seguir explorando la comunión entre el público y nuestro cine. Y sobre todo, sostener la libertad de expresión y de diversidad. Siento que hoy estamos frente a un gran riesgo de censura, tanto de contenidos narrativos como estéticos, si quedamos solo en manos de las plataformas o de un poder adicto.
Julia Montesoro