María Aparicio estrenó en salas Sobre las nubes, su segundo largometraje, una mirada poética y social sobre las conductas humanas en las grandes urbes. Protagonizada por Malena León, Eva Bianco, Pablo Limarzi, Leandro García Ponzo y Juana Oviedo, trata sobre cuatro historias en una ciudad en blanco y negro de cielos nublados que es justamente su ciudad, Córdoba. Ramiro es cocinero de un bar. Hernán es un ingeniero desempleado. Nora es enfermera en un hospital público. Lucía vende libros en una librería. Ninguno de ellos se conoce entre si, sólo son habitantes de la misma ciudad.
-¿Cómo surgió la idea de construir una película con cuatro personajes que no se cruzan? ¿Por qué pensaste en cuatro?
No es que había pensado exclusivamente en cuatro, pero desde el comienzo tenía esta idea de trabajar con múltiples protagonistas. Había algo que me interesaba de esa idea colectiva que implica habitar una ciudad. A medida que empecé a escribir, fui delimitando los personajes. En las primeras versiones eran distintos, por ahí algunos hacían otros trabajos, pero a medida que lo desarrollé fui entendiendo el sentido de cada uno. El hecho de que, por ejemplo, sean dos mujeres y dos varones, que sean dos personajes jóvenes y
dos un poco más grandes; a su vez todos los personajes secundarios con los que éstos interactúan y esta quinta protagonista que a su vez aparece en las historias. Pensar en todo eso me ayudó a delimitar escenas que tenían mucho que ver con cosas que había observado previamente en la ciudad.
–¿Cuál es el elemento en común que buscabas remarcar en esos relatos?
No me atraía demasiado que los personajes, sus historias, se crucen entre sí, como en general ocurre en las películas corales. Por el contrario, pensaba, ¿de qué otra manera se pueden encontrar resonancias? La conclusión fue que lo que unía estas historias era que habitan la misma ciudad, transitan por los mismos espacios, recorren las mismas calles. Y por otro lado apareció el vínculo que cada uno de ellos tiene con el trabajo: con el lugar que tiene en sus vidas, con cómo la actividad que desempeñan moldea un poco su cotidiano y su vida diaria. Tanto por tener trabajo como por su ausencia.
Fue una tarea muy detallada de escritura poder encontrar esos vínculos; sobre todo, para que surjan de una manera no tan literal.
-La ciudad de Córdoba es una referencia omnipresente en cada relato. En ese sentido, ¿cómo estableciste el vínculo entre estos personajes y el entorno?
Eso nace muy directamente de la observación, Hay lugares del centro que conozco muchísimo. También pensé en espacios interesantes para filmar. ¿Es lo mismo filmar en un bar ubicado en una zona de moda o es más interesante un lugar con otras características, que esté un poco escondido?
Encontramos un bar metido dentro de una galería. Una galería ya implica indicios de otra época: son lugares medio abandonados, como esos pasadizos olvidados del centro de las ciudades. Pensaba que a su vez la cocina está adentro de ese bar y que cuando el personaje intenta salir porque se queda encerrado se pierde en ese laberinto de pasillos, como si eso fuese casi un inframundo de la ciudad.
Me gusta pensar en espacios que me resulten interesantes. Pensarlo desde la cámara, narrativamente también: en el espacio y su vínculo con los personajes se condensa la centralidad de la narración. Ya que los personajes no se cruzaban, poder pensar en esas cosas se volvía más relevante.
-Sí, esos entornos describen perfectamente a estos personajes de tu película. En cuanto a tu mirada sobre el mundo del trabajo y el dinero, ¿es deliberada? En ese sentido, ¿hay una lectura política o ideológica sobre estos temas?
¡Sí, sí, sí! O al menos, es la intención. Es difícil encontrar ese punto justo en donde uno pueda filmar en base a ideas claras, políticamente hablando. Pero también pudiendo dejar un espacio para que al fin y al cabo las contradicciones y las interpretaciones también puedan aparecer. Es algo que lo pienso mucho. Todo el tiempo intento buscar maneras de que el cine pueda abrir preguntas acerca de ciertas cosas. Al mismo tiempo me interesa hacerlo justamente a través de la ficción, de un relato que al fin y al cabo trabaja desde la emoción y desde cierto sentimiento por estos personajes. Es un ejercicio que me exige mucho.
-Un punto interesante es que en esa narración no hay una bajada de línea, sino que justamente hay margen para que el espectador tenga espacio para acordar o para plantear nuevas interpretaciones.
Totalmente. Eso es muy interesante, porque creo mucho en que lo político se juega permanentemente en zonas que por ahí no son tan convencionales. Por ahí hay una idea de la práctica política que tiene que ver con marcar las diferencias, establecer lo que me separa a mí de vos o de tus ideas. Por un lado es importante tener en claro las creencias de cada quien. Pero por otro es un gesto muy político tratar de pensar de qué manera yo puedo encontrarme en tus ideas, o de qué manera puedo intentar comprender por qué pensas de ese modo.
Hay algo en ese sentido de la ternura o de la amabilidad, que se lo suele asociar como algo más ingenuo. Y en realidad esos pueden ser gestos muy políticos esos. Más en un presente como en el que hablamos nosotros, que se edifica en base a la confrontación permanente.
-La película no evita o no puede evitar el tono de melancolía, ¿no? ¿Formaba parte de la necesidad narrativa o surgió así en forma inconciente durante el rodaje?
Habría que pensar (pausa). Me gustaría buscar una definición de melancolía, porque es como ese sentimiento medio extraño, medio misterioso que quizás tiene que ver con sentirse conmovido, movilizado por algo. Hay algo de la película que era muy importante y que me importa mucho en el cine en general, que tiene que ver con la emoción. La ficción siempre trabaja desde la emoción y es algo que me conecta mucho con la experiencia cinematográfica: para qué hacemos las películas, por qué las hacemos, qué le pasa a una persona que va a una sala y dedica ese tiempo de su vida para mirar eso que ve en esa sala.
Yo no podría decirte que hago la película que quiero y que después que suceda lo que suceda con los espectadores, aunque hay muchos cineastas que tienen un vínculo más desprendido con eso. Yo no: me importa mucho, más allá de que las películas que hago por ahí son para las personas que tengo cerca y en general no pueden acceder a grandísimos públicos. Es la pregunta que me interpela permanentemente sobre el cine que hacemos. Si alguna vez pudiera lograr filmar escenas que produzcan algún tipo de emoción me sentiría muy feliz. Creo que esta idea de la melancolía tiene que ver con eso. La película intenta generar esos momentos de emoción que al mismo tiempo están ligados a cierta tristeza, quizás porque los personajes atraviesan situaciones que no siempre son del todo felices.
-En ese sentido la película es también un registro documental.
Es cierto.
-Qué mejor que la ficción para despertar sentimientos.
Sí, sí. Yo estoy muy de acuerdo con eso. El cine del presente es muy diverso y muy amplio y eso siempre hay que celebrarlo. Pero hay veces en que el cine más independiente o de festivales está muy desarticulado de pensar en los públicos. Es importante pensar que hacemos las películas para las personas que las ven. El sentimiento, la emoción, lo que hay detrás de lo que filmamos tiene mucho que ver con eso.
-Hablando de festivales, el 14 de abril la película se presenta en la competencia de las Palmas. También va a estar en la sección oficial del Indie Lisboa. Viene de estar premiada en Mar del Plata, pero también en México y en Valdivia. ¿Qué percibís del público en los festivales?
En Valdivia sentí por primera vez la emoción del público. La película se estrenó en Marsella, en Francia, pero allí la recepción fue extraña. Porque además de todas esas sensaciones rarísimas que atraviesan a una cuando está mostrando por primera vez una película que encima llevó tanto tiempo, era un público muy diverso, como de gente de distintas procedencias. Y tenía que hablar en inglés. Entonces, era más difícil entender de qué manera era recibida la película.
Pero Valdivia es un festival muy especial: las salas están llenas y podía sentir la vitalidad del público. No sé si era por cierta empatía latinoamericana o por dónde venía, pero el público conectó con las situaciones vinculadas a lo laboral o a la incertidumbre que es vivir en este mundo y en particular en nuestro país. Como esta sensación de que lo único que hay es el presente y que todo lo que viene hacia adelante es muy incierto y es muy difícil de proyectarlo.
Julia Montesoro