Matías Bertilotti dirigió y escribió El hombre inconcluso, policial protagonizado por Gastón Ricaud, Nicolás Pauls, Carlos Santamaría, Ernesto Claudio, Victor Laplace y Paula Sartor, con producción de Zarlek Producciones en asociación con Valcine (Chile), Diego Turdera y Productora de la Tierra de Misiones, estrenado el 24 de noviembre.
El argumento es el siguiente: en un pueblo se pide la captura de un oficial de policía llamado Julián Gianoglio. El agente, perplejo por el pedido, reconoce el nombre del lugar donde nació, pero al que nunca ha regresado y apenas recuerda. A su regreso, encuentra un pueblo conmocionado por el asesinato de uno de sus más viejos habitantes. A medida que el misterio comienza a desenvolverse descubre que el principal sospechoso ha desaparecido, y que su nombre es también Julián Gianoglio. Para el oficial, entonces, resolver este crimen significa resolver el enigma de su nombre duplicado.
–El hombre inconcluso es un policial con una historia contada por dos protagonistas desde dos diferentes puntos de vista con un elemento inusual: dos personajes antagónicos llamados de la misma manera. ¿Quiénes fueron tus referentes en el momento de emprender el guion, qué o quiénes te inspiraron?
Empecé a bocetar la historia mientras cursaba un taller de dramaturgia con Javier Daulte. El es un gran referente: fue muy generoso con sus observaciones sobre el guion. Por otro lado, tengo la suerte de ser amigo de mis referentes: fui productor, asistente de dirección y también dirigí en Polka. Trabajé con Sebastián Pivotto, Jorge Nisco y Daniel Barone, que me enseñaron a trabajar en un set.
-El proyecto nació a partir de una imagen: la aparición inesperada de un cadáver en un río. El proceso de escritura te llevó más de una década. ¿Cómo se fue modificando tu punto de vista a lo largo del tiempo?
Demoré una década para conseguir la financiación. La fui modificando a medida que yo fui cambiando. En tanto aparecían las imágenes, empecé a asociar cosas que no pensaba, que no recordaba.
Luego, buscando mi partida de nacimiento y la de mi abuelo italiano, empecé a entender la cantidad de errores que podía haber en esa burocracia -esa “banalidad del Mal”, en términos de Hannah Arendt- y lo empecé a asociar con algo que pasaba en la película: que el principal sospechoso de un crimen y el que viene a investigarlo tienen el mismo nombre.
¿Cómo verosimilizo esa situación? Una opción era lo fantástico. Por momentos, la película parece que va a dar un pie en esa dirección. Pero no es así: en la narración hay una respuesta para todo. Detrás de un crimen inmediato, que es lo que se ve en la superficie, hay un crimen aun mayor y más profundo.
-Es como un policial fantástico.
O como la sospecha de lo fantástico. ¡Eso!
-¿Por qué te interesa el policial?
Desarmar una intriga es muy lúdico en mi soledad de guionista. Al mismo tiempo, me encanta el juego de proponerle al espectador que intente descubrir que está pasando.
Pero yo pondría en duda si uno elige lo que escribe. Porque todo el tiempo van apareciendo cosas. Y uno se pregunta: ¿esto qué es? ¿Un policial? Porque en esta estructura de flashbacks también hay algo de drama romántico. Uno sabe que es un policial porque aparece un crimen y hay que resolverlo.
-¿Cómo fue el trabajo con los actores principales, el proceso por el cual llegaste a ellos como protagonistas?
Me los trajo un ser ilumiunado que es Luis Sartor, que hizo de mi soledad con el guion una comunidad fantástica, tanto con el equipo técnico como con el elenco. Me mandó un mail con la foto de Nicolás Pauls y Gastón Ricaud y me dijo si me parecían ellos dos para los Julián. Era lo que buscábamos: ¡me dio bronca que no se me hubiera ocurrido! A partir de allí trabajamos el tono. Había que hacer querible un policía. Con Gastón lo logramos a partir de generarle una situación injusta, por esta idea aristotélica de que cuando a alguien le pasa algo injusto lo queremos. Y también había que hacer sospechoso a alguien tan luminoso como Nicolás. La idea era esa: el principal sospechoso del asesinato es este Julián, que llegó la semana pasada con una sonrisa. Y vos decís “dale, ¿en serio? ¿Cómo va a matar este muchacho con esta sonrisa? Encantador como el flautista de Hamelin: en este caso era el fotógrafo de Hamelin (Risas).
-¿En qué parte ellos también se involucraron con la historia?
Me señalaron que se había hecho un poco literario el guion. Con tantos años en la práctica de la reescritura, estaba demasiado armado. Ellos me decían “sacá, sacá” y me ayudaron a hacer más amables los diálogos. Y a confiar más en los cuerpos en escena.
-¿Por qué necesitabas vincular la historia con la Argentina contemporánea?
Hay una responsabilidad ética y política con ese universo que uno va gestando. A la hora de verosimilizarlo uno se plantea dónde está parado. Primero con el texto y luego con la sociedad que uno habita. Ahí aparece una solución posible para el guion. Y cuando aparece eso hay que jugarlo.
-Con la posibilidad de poder ver El hombre inconcluso en pantalla grande, ¿qué repercusiones tuviste del público? ¿Cuáles fueron las reflexiones o comentarios dominantes?
Me llegan mensajes de gente que no conozco y que aplaude en la sala. Eso me llena de alegría: uno no saca a pasear al ego cuando hace una película. La hace con una gran responsabilidad. Recibo con mucho agrado esta devolución. Me dicen que no paran de sorprenderse hasta la imagen final. Al principio aparecen diálogos que parecen menores, pero es una película que se va entendiendo hacia atrás. Y la gente disfruta armando ese rompecabezas.
-¿Esperabas estas devoluciones?
No tanto (Risas). La pensé muchísimo, pero después de tantas lecturas y de tantos nervios, siento que ya no es más mía. Es otra categoría distinta de creación. Esta viva…como diría Frankenstein (Risas).
Julia Montesoro