El jueves 29 de septiembre se estrena Río turbio, de Tatiana Mazú González, drama que recupera los testimonios sonoros de las mujeres activistas de las minas (Vanessa, Noelia, Mari, Vanesa, Anita, Lila, Mirta, Margarita, Delfina, Rosa y Carla) partiendo de una experiencia personal y una genealogía familiar.
Según el mito aún vigente en los pueblos carboneros de la Patagonia, si una mujer entra a la mina, la tierra se pone celosa. Hay entonces derrumbe y muerte. Río turbio parte de una oscura experiencia personal para transformarse en una película sobre el silencio de las mujeres que habitan pueblos de hombres. ¿Cómo filmar donde nuestra presencia está prohibida? ¿Cómo grabar las resonancias de lo que no suena? Mientras la niebla y el humo de la usina eléctrica cubren el pueblo, las voces de las mujeres de Río Turbio se abren paso con fuerza entre el blanco del hielo y los zumbidos de las máquinas perforadoras, hasta hacer saltar por los aires la estructura del silencio.
“Río Turbio es un pueblo minero al extremo sur de la Patagonia que se formó en los años 40, cuando el Estado decidió explotar los yacimientos de carbón –expresa la realizadora-. Se pobló a partir de la llegada de varones para trabajar en la mina. Las primeras mujeres que llegaron fueron prostitutas. O sea, mujeres “al servicio de” los mineros establecidos. Luego, algunos arrastraron a sus esposas hasta allí. En la época, no tengo muy en claro si irónicamente o no, se las llamaba T.A.F: “traídas a la fuerza”. Así que podemos imaginarnos un poco el panorama. Dicen que por esos años, sonaba una alarma que retumbaba por todo el pueblo cada vez que había un accidente en la mina, las condiciones de seguridad adentro eran un desastre. Y en ese contexto se cristaliza un mito heterocispatriarcal -que se repite en otros pueblos mineros del mundo con variantes locales, siempre partiendo del principio de que la tierra es hembra y los minerales son sus frutos, extraíbles sólo por los varones que la penetren-. Luego de un derrumbe, una mujer entra al socavón a socorrer a su marido. “La Tierra” se pone celosa y su enojo provoca otro derrumbe que aplasta también a la mujer. Hasta hoy, buena parte de la población sostiene que una Viuda Negra vaga por los túneles, como una suerte de advertencia para que ninguna mujer vuelva a intentar ingresar a la mina. Todavía hoy, aunque no hay ninguna norma escrita que lo determine, las mujeres no podemos ingresar a mina. Río Turbio es lo que se dice “un pueblo de hombres” y en general lo pienso como una condensación de aquello en lo que la burguesía ha convertido al mundo que habitamos: una mezcla sórdida de destrucción de la naturaleza con opresiones de clase y género.
En lo personal, es el pueblo al que mi abuela se escapó paradójicamente en busca de algún tipo de libertad. Es el lugar donde nació mi papá, donde vive gran parte de mi familia. Y puntualmente donde vive una de mis tías favoritas y principal cómplice a la hora de hacer esta película. Pero es también el lugar donde creció -y se suicidó diez años después- quien me violentó sexualmente por primera vez en la vida, cuando era una nena. Y un poco la motivación inicial de hacer esta película está en traccionar el movimiento desde las memorias íntimas y personales -que al fin de cuentas nunca dejan de ser fragmentos de la historia a gran escala- hacia el encuentro con las mujeres que habitan cotidianamente hoy ese paisaje y combaten por transformarlo.
Me pregunté cómo me sentiría yo ahí, filmando eso, sola, chiquita y mujer, en esos espacios edificados en torno a la extracción de mineral de la tierra, tarea reservada con exclusividad por el Capital a los hombres. Tarea que, en otro mundo posible, pienso, ningún humanx debería llevar a cabo. ¿Cuál es el lugar de las mujeres allí? Río turbio es una película sobre el silencio -y su condición ideológica en quienes hemos conocido la violencia de género-. Particularmente, sobre el silencio de las mujeres en los pueblos mineros de la Patagonia. Sobre el silencio de las mujeres que habitan pueblos de hombres y sobre las posibilidades de romperlo”.
Tatiana Mazú González (1989) es realizadora documental-experimental y artista visual. Activista feminista y de izquierda, alguna vez quiso ser bióloga o geógrafa: hoy su imaginario explora los vínculos entre las personas y los espacios, lo microscópico y lo inmenso, lo personal y lo político, lo infantil y lo oscuro. Filma, fotografía, dibuja, diseña y cose. Es parte del colectivo Antes Muerto Cine. Codirigió junto a Joaquín Maito El estado de las cosas (2012). Su cortometraje La Internacional (2015) participó de 40 festivales internacionales. Dirigió Caperucita roja (2019) y Río Turbio (Prix Georges de Beauregard FID Marseille 2020). Formó parte de Silbando Bembas, colectivo de cine militante. Sus películas han sido seleccionadas en FID Marseille, Mar del Plata International Film Fest, FICUNAM, Doc Lisboa, Festifreak, Transcinema, Cinélatino. Rencontres de Toulouse, SEMINCI, Cámara Lúcida, FICICosquín, Festival Cinematográfico del Uruguay, FIDOCS, Antofacine, FICC Iquique, AricaDoc, MIDBO, entre muchos otros festivales. Es montajista, junto a Manuel Embalse, de Retrato de propietarios de Joaquín Maito (Best Debut Film en IDFF Ji.hlava 2018).
FICHA TÉCNICA
Dirección: Tatiana Mazú González
Asistencia de Dirección: Manuel Embalse
Guion: Tatiana Mazú González
Fotografía: Tatiana Mazú González
Producción: Florencia Azorín
Montaje: Sebastián Zanzottera
Música: Julián Galay
Posproducción de Sonido: Hernán Higa y Alan Fridman
Diseño Gráfico: Sofía Mazú González
Posproducción de Imagen: Daniela Medina Silva
Duración: 82 minutos
Distribuye: Antes Muerto