El realizador chileno Rodrigo Litorriaga presenta su ópera prima La Francisca, una juventud chilena y Eduardo Pinto exhibe El desarmadero en las competencias oficiales de la 9ª edición de Construir Cine, que prosigue hasta el lunes 16 en seis salas (Centro Cultural 25 de Mayo, Centro Cultural San Martín, Cine York, Museo del Cine, Teatro Gastón Barral y Cine El Cairo, de Rosario) y cinco plataformas (Construir Cine, Lumiton, Vivamos Cultura, Octubre TV y Contar), en forma gratuita.
Ambas películas permanecen sin estrenarse comercialmente en la Argentina (El desarmadero se exhibió en el Festival de Mar del Plata y en otras muestras), por lo cual Construir Cine ofrece la oportunidad de verlas en salas.
-¿Cuál fue el punto de partida de cada una de estas producciones?
Rodrigo. Tiene que ver con una doble perspectiva. La primera es que crecí fuera de Chile. Llegué en 1990 a instalarme en el norte, la región donde se filmó la película. Fue un espacio que pude descubrir y a la vez, me permitió descubrir el país: se formó una especie de sobreposicionamiento del país desde la perspectiva de la región en mi retina. El otro aspecto fue llevar al cine una historia que tiene que ver con una juventud ensimismada, en un contexto institucional aletargado y que tuvo al país en un estado un poco suspendido durante prácticamente 30 años. Hubo que encontrar la forma de organizar un relato en torno a esta temática.
Eduardo. Casi inconcientemente suelo hacer películas que tienen que ver no solo con el Gran Buenos Aires sino también con lo laboral. El desarmadero trata sobre un artista plástico que a partir de un hecho traumático decide cortar su relación con el arte y comienza a trabajar en un desarmadero de autos. Hago este tipo de cine donde el trabajo está presente: la película anterior se llamaba Corralón y sucedía en un corralón de materiales de la construcción, asi como otra, llamada Caño dorado, era también la historia de un herrero. Me gusta estas historias que se rozan con lo social. En este caso la película además coquetea con el terror psicológico y también es un drama.
-Desde las primeras ideas hasta la concreción, ¿hubo temas de la coyuntura, del día a día, que les fue cambiando la mirada?
Rodrigo. Hubo un paralelo muy fuerte que quise llevar al cine y que tiene que ver con este período de treinta años que cubre la película: nos pilló el estallido social de 2019 en pleno proceso de edición. Si hubiese sucedido antes hubiéramos tenido que integrarlo al relato, porque buscaba construir un contexto narrativo que llevase a la idea de que se necesitaba un cambio. La protagonista está en la ciudad rodeada de terremotos, de misterio, y el espectador siente que algo tiene que cambiar. Curiosamente, sobrevino el estallido poco tiempo después del rodaje. Hubo un final feliz para la perspectiva histórica, pero que no habíamos anticipado en el proyecto cuando lo llevamos a cabo.
-¿Cómo fue el acercamiento a Construir Cine?
Eduardo. Participé en una edición anterior con Corralón. Mis películas inconcientemente tienen que ver con oficios: me interesa conectar con la realidad, con personajes que están marginados. Más allá de mi cine, mi lectura de la realidad es que siento que el trabajador tiene cada vez menos lugar en la sociedad. El sistema capitalista y la democracia ha olvidado un poco al trabajador. Me interesa hacer un cine que más allá de que deambule por algún género pueda mostrar esta falla que tiene el sistema, que deja al ciudadano sin trabajo. Busco contar esas historias, de gente que viaja en trenes, que anda en la calle; historias de clase media baja.
Rodrigo. Este es mi primer largometraje. Hicimos un esfuerzo de recorrer varios países a través de sus redes de festivales. Para hacer eso estuve trabajando con Viviana De Rosa, que en Buenos Aires y surgió esta selección. Lo agradezco mucho porque es una película bastante singular: es un cine con un retrato social, de un Chile poco presente en su cinematografía. También por sus texturas de piel y sus fisonomías. Es singular que este tipo de películas puedan tener un espacio de difusión.
-¿Qué elementos tienen las películas relacionados con la temática de Construir Cine?
Eduardo. Me parece interesante que la propuesta de difundir un cine que refleje estas problemáticas surja de un sindicato. El desarmadero es una película de terror psicológico pero tiene una lectura social muy grande, porque transcurre en un cementerio de autos, que es un elemento capitalista, de poder. Más allá de la historia sobrenatural hay un reflejo de un negocio que hay detrás de los autos, oscuro. Los curadores vieron ese lado y me pone contento.
Rodrigo. Es singular que las temáticas mencionadas que aborda el festival son las mismas que a uno le motivan para hacer cine. Es una temática que a veces se puede echar de menos, pero habla de construir caracteres singulares e instalar personajes en una dimensión ética, a partir de temáticas que reflejan de una u otra manera la realidad de nuestros países. También aparece el tema de las migraciones, algo que hoy atraviesa fuertemente el continente. Y que también existe en modo interno: La Francisca está presentada como un personaje que vive muy lejos de Santiago, de los centros decisionales, que también emprende ese viaje para tratar de ser protagonista de su propia vida. Es interesante que el festival se perfile en torno a eso. Son temas comprometidos, con la idea de llevarlos al cine a partir de la posibilidad de construir una dimensión ética.
Eduardo. En este mundo mediático, está bueno que nosotres como narradores de cine podamos aportar otra mirada de lo que está pasando. No solo a través de la mirada rápida y efectiva que manejan los medios de comunicaciones. Necesitamos una mirada más ética y estética que la simplista de los medios, donde todo es blanco y negro.
Julia Montesoro