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DIRECCION EJECUTIVA: JULIA MONTESORO

Laura Casabé estrena «Los que vuelven»: «Hablo de mujeres sometidas que se rebelan contra el poder patriarcal»

Laura Casabé rompe con las convenciones de los géneros en Los que vuelven. A partir de la narrativa del cine de terror, propone un melodrama pasional anclado en la selva misionera, un siglo atrás, con el protagonismo de dos mujeres: María Soldi (la “blanca”, representando a los conquistadores) y Lali González (la nativa, encarnando el enigma de las tradiciones de los originarios).

El elenco se completa con Alberto Ajaka, Javier Drolas, Cristian Salguero, Edgardo Castro y Sebastián Aquino.

Los que vuelven se estrena el jueves 1 de octubre a las 22 hs., en Cine.ar TV y volverá a exhibirse el sábado 3 a la misma hora (con Q&A Webinar FANCINE). A partir del viernes 2, estará disponible en la plataforma Cine.ar PLAY, durante siete días, en forma exclusiva y gratuita.

La realizadora narra la saga de los guaraníes asesinados, desterrados o reducidos a servidumbre. Julia, esposa de Mariano, un terrateniente yerbatero, concibe a su tercer hijo muerto. Desesperada, le ruega a Kerana, su criada indígena, que lo traiga de vuelta a la vida. La criatura vuelve. Pero no vuelve sola. El contrapunto atraviesa diversos estados anímicos: hay encanto y sugestión (sostenidos por la magnificencia del paisaje) y también violencia y sangre.

-¿Cómo fue el proceso de investigación y cómo definiste que la película debía hacerse allí?

La historia iba a ser filmada en La Pampa: se basaba en el corto La vuelta del malón, filmado junto a Lisandro Vera y que refiere a los malones ranqueles. Que también es un melodrama de época, de terror, aunque rodado en Punta Indio. A partir de allí escribimos una versión de largometraje. Pero el proyecto quedó detenido, y hasta filmamos otra película en el medio (La valija de Benavídez). Lo retomamos cuando se sumó como productor Alejandro Israel. Y allí entramos en crisis con la historia: no le encontrábamos la vuelta. Habíamos cambiado mucho nosotros y la situación de la Argentina.

Cuando Alejandro me dice que conoce a Juancho Ferreyra, un productor misionero, decido rotundamente pegar el volantazo y plantear la idea de hacer la película en la selva misionera. A partir de ese cambio empezamos a investigar sobre las comunidades y las leyendas guaraníes, sobre el momento de la colonización donde aparecen los primeros grandes yerbatales y los primeros mensúes. Y además, me enamoré de filmar en el monte. Fue “el llamado de la selva”.

¿Qué sabías de la selva antes de hacer el proyecto?

Una experiencia de un viaje en barco por el Amazonas de unos diez años antes. Allí encontré algo de la selva que siempre me pareció muy magnético y pregnante. Por eso hago el chiste de que seguí “el llamado del Iguazú”: porque la película creció cuando pegamos ese volantazo y la transportamos.

-¿Qué te aportó “el llamado del Iguazú”?

El protagonismo compartido entre Kerana y Julia: allí apareció la idea de contar el relato desde los dos puntos de vista. Y el universo tan atractivo de esa zona, más cercana a 1920, ese momento de la Argentina que nos interesaba. Por ser una persona que vivió toda su vida en Boedo, siento que existe una conexión poderosa con ese espacio (risas).

-¿Cómo fue el trabajo de encontrar locaciones en la selva?

Decidimos trabajar cerca de la zona de Iguazú porque queríamos meternos en la zona más selvática del monte misionero, ¡pero no en las Cataratas! Buscamos una casa en el medio del monte. Recorrimos la mitad de la provincia en un autito con Yamila (N.R.: Barnasthpol, la productora). Paradójicamente, esa casa fue la primera locación que vimos. Aunque estaba cerca de la ruta tenía un acceso muy difícil. Con los saltos pasó lo mismo: hasta la última semana de preproducción no habíamos decidido el lugar. Filmar en la selva es una aventura medio «herzogiana».

-¿Qué dificultades debiste acarrear en la etapa del rodaje?

Filmamos en octubre, en época de lluvia. El clima era esquizofrénico: tenías una pared de agua y diez minutos más tarde había un sol rabioso. Y lo peor es que además del calor había humedad y bichos. La lluvia generaba barro y los vehículos se quedaban. Más de una vez nos quedamos y hubo que bajarse y caminar con botas de caucho para llegar al rodaje. No hubo plan de rodaje sustentable. Por otro lado trabajamos con chicos de comunidades guaraníes, pero convocarlos era una empresa muy complicada porque no tenían celulares. Nos encomendábamos a que por favor lleguen. Filmábamos si la selva nos dejaba.

-¿Y la selva los dejó? ¿Creías en eso?

En la primera escena pedí por favor que no lloviera. Y no llovió. Fue en Salto Encantado, que tiene 60 metros de profundidad. Nos permitieron bajar gracias a una autorización especial, ya que no está permitido. Fue medio épico: descendimos con Lali González (embarazada de cinco meses), María Soldi (con anginas), soportando el peso de los equipos. Filmamos. Volvimos a ascender. Pusimos un pie en la combi. Y apenas entramos se largó a llover torrencialmente. Allí tuve la sensación de que nada podía salir mal.

-¿Qué circunstancias propias de la naturaleza del lugar debiste reconvertir de tus planes originales?

El clima fue muy inclemente. Pero por otro lado quería trabajar sobre los tonos fríos: azules, plateados. No buscaba el sol misionero ni la explosión de color. Y ese clima que por un lado nos castigó tanto, nos dio una fotografía y unos cielos preciosos.   

-Es una historia con dos personajes femeninos protagónicos: una de ellas (María Soldi, la mujer blanca) con una presencia casi permanente; la otra (Lali González) tiene menos participación en escena, pero simbólicamente está onmipresente. ¿Cómo trabajaste el desarrollo de ambos personajes en la instancia del desarrollo del guion?

En el guion original la protagonista era Julia. También participaba una mujer nativa, que se llamaba Sayén. Pero cuando reformulamos la historia entramos en crisis con la idea de contar los hechos de forma cronológica y también replanteamos el rol de las mujeres. Entonces decidimos contar la historia desde dos puntos de vista. Y que los climas y la atmósfera de cada uno de los capítulos respondieran al punto de vista de ellas. Partimos de la premisa de qué es lo que persigue a Julia. Allí los personajes femeninos se enriquecieron. Y empezamos a trabajar en el vínculo entre ellas dos.

-¿Quiénes eran Lali y María para vos antes del rodaje? ¿Cómo fue el trabajo con ellas durante el rodaje, y qué aportaron ellas desde su mirada en la construcción del mismo?

Las buscamos a través de un casting. Pero fue superinteresante lo que nos pasó con las dos: cuando las vimos nos enamoramos. Supimos que eran ellas. Funcionaban muy bien, como antagónicas y espejadas. Charlamos mucho con cada una de ellas durante el rodaje. Sobre cómo ellas se vinculaban, cuáles eran los contrastes y las ambigüedades de cada una. No pudimos ensayar tanto antes. Tuvieron escenas físicamente muy complicadas y así y todo se lanzaron.

-Son mujeres sometidas y al mismo tiempo se rebelan contra el poder hegemónico patriarcal. ¿Es una mirada de género posible? ¿Lo pensaste así deliberadamente?

¡Es completamente así! Sí, son mujeres sometidas que se rebelan contra el poder patriarcal. Está pensado desde el guion y se trató en la escritura, con mucha conciencia de querer comunicar esto. También se charló durante el rodaje con las actrices, y fuimos concientes de esto a la hora del montaje. Existe una unión entre ellas, una sororidad, que nos interesaba trasmitir en la película sobre el final.

-En la revancha de los habitantes originarios, en el empoderamiento de las mujeres, hasta en el final del sacerdote aflora una lectura política. ¿Es una película de terror o es una película política?

Somos concientes de todos estos temas desde el inicio: queríamos hablar de estas ideas y plantear estas hipótesis. Hablar de la revancha y del empoderamiento en ese contexto colonial y rural. La película son las dos cosas: es de terror y es política. El cine de género fantástico es una forma narrativa para abordar determinadas temáticas -en este caso, sociales-. Y hay muchísimo cine de terror con una fuerte impronta política, que es el que me gusta y desde donde me interesa contar una historia. Sí, son las dos cosas.

Norberto Chab

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