El jueves 6 de febrero se estrenó la coproducción chilena-argentino-belga El príncipe, la revulsiva ópera prima de Sebastián Muñoz Costa del Río, que desde un declarado homoerotismo expresa o infiere cuestiones más profundas, silenciadas o reprimidas, de la sociedad chilena, como el abuso de poder o la persecución al diferente. No es casual que la película transcurra en los momentos previos a la asunción del primer gobierno democrático socialista de América Latina: el de Salvador Allende, ungido presidente por el voto popular de 1971 y derrocado dos años después por una dictadura militar.
El Príncipe (Juan Carlos Maldonado) cuenta la historia de Jaime, un joven veinteañero que tras cometer un crimen es enviado a prisión, donde comienza una relación con un poderoso recluso, “El Potro” (Alfredo Castro, conocido en la Argentina por Rojo). El otro protagónico está a cargo de Gastón Pauls, quien encarna al Che Pibe, un personaje con todos los tics de un porteño, que irrumpe en el marco hostil de la cárcel con su altanería y su aparente don para resolver dificultades.
Sebastián Muñoz dialogó con GPS audiovisual acerca de El Príncipe, que entre otros premios, obtuvo el Queer Lion Award en el último Festival de Venecia, y que participó en la competencia oficial Horizontes Latinos del Festival de San Sebastián.
-¿Cómo fue el proceso de elegir este libro, y no otro/s, para debutar como director? ¿Qué te atrajo de él, cómo fue el desafío de crear un marco hostil y sangriento y al mismo tiempo, con un fuerte componente de angustia, soledad, ternura?
Siempre supe que quería hablar del deseo de amar, desde mi propia mirada y mi propia experiencia. Entonces empecé a buscar una historia entre dos hombres y el destino puso en mis manos esta novela. Ya la portada del libro era interesante y provocadora: un hombre semidesnudo tras las rejas.
Leí las primeras páginas y me cautivó inmediatamente su narrativa cruda y el erotismo que traspasaba la lectura y me llevaba a mi propio yo. Llevaba muchos años trabajando como director de arte en cine y tenía ganas de poner mi mirada artística y política ya no para otros, sino para mí.
-La novela original se puede entender como un espejo de El beso de la mujer araña, que también nació como novela y terminó como una película que generó una gran conmoción en el momento de su estreno. ¿La tuviste como referencia? ¿Cuáles fueron las diferencias que quisiste remarcar de la obra de Manuel Puig?
Nunca quise comparar las dos obras: creo que lo único que las une es el tema de hombres encerrados en busca de afecto. Pero sí fue parte de mis películas carcelarias que vi, además de Expreso de media noche, El Poeta y Antes que anochezca.
En las obras cinematográficas uno puede encontrar guiños de otras grandes películas, como Querelle o la obra de Jean Genet. En mi caso, la novela tenía un relato crudo y un erotismo que me lleva a un discurso muy político para la época en que fue escrito. Mi gran referente fue El Decálogo de Kieslowski.
El nos cuenta a partir de personajes simples, comunes y corrientes, tremendos mundos interiores de éstos. Yo rescaté de la novela de Mario Cruz la cotidianidad de la cárcel, para rescatar al 100 por ciento las historias simples de estos hombres abandonados en una cárcel rural, a fines de 1969.
-¿Qué te motivó a enmarcarla en la época en que fue escrita y recuperar la voz de Salvador Allende, con la carga emocional que eso implica en la memoria colectiva?
La novela fue escrita a principios de los años 70 y quise respetar el contexto y subrayar históricamente que el final de la pelicula fuera cuando Allende es elegido presidente. En primer lugar, porque el discurso de Salvador Allende cuando es electo y es escuchado por primera vez por El Príncipe tiene un tono esperanzador y poético, tanto para Chile como para mi personaje. Y en segundo lugar, porque Allende dice que se vendrán tiempos difíciles, y para El Príncipe también, ya que cuando el Potro le entrega la chaqueta roja, de alguna manera le esta diciendo que tiene que asumir su sexualidad y cuidarse también, ya que en Chile en esa época ser homosexual era un delito y claramente te podían y te pueden matar, como lo sigue siendo hasta hoy.
-¿En qué consistió el trabajo previo con los actores, que no solo debían componer personajes de una profunda carga homoerótica, sino que debieron sobrellevar un ámbito opresivo y oscuro (y no metafóricamente)?
Busqué actores que fueran valientes, sensibles y que pudieran transmitir sus emociones a traves de sus ojos. Tuvimos lecturas donde buscábamos la esencia de cada escena para ponernos de acuerdo en cuál sería el discurso y el arco drámatico de cada personaje. Nunca ensayamos, ya que sentíamos que el espacio real de la cárcel terminaría por completar al personaje. Y así fue, ya que filmamos en una cárcel real abandonada en 2010, después del terremoto. Esos muros cargados de realidad y energías de hombres sometidos al abandono y el castigo cruzaron el alma de cada integrante del equipo de filmación.
-¿Qué te atrajo de las posibilidades actorales de Gastón Pauls? ¿Qué elementos o sugerencias aportó él para su personaje?
Me atrajo su libertad para actuar, para no tenerle miedo al desnudo, utilizando el cuerpo como una herramienta política. El no autocensurarse y el entregarse a su personaje con movimientos sutiles, con un magnetismo que solo Gastón me lo podía dar. Para mí el gran aporte de Gastón fue creer en mí, en un artista que hacia su primera película y mirarme a los ojos como lo sigue haciendo hasta hoy.
-¿El tango es una necesidad del guion o estaba en la novela original?
Estaba en la novela. Yo elegí Pasional porque crecí escuchando la voz de Rubén Juárez desde niño. De hecho, mi padre me llevó a verlo al teatro en los 80 cuando vino a Chile, y así como dice el Gitano al hablar de su sonrisa, a mí tampoco nunca más se me olvidó, y es la letra perfecta para la escena y para homenajear a mi amado padre.
-Tal vez sea un estereotipo, pero se piensa en la sociedad chilena como patriarcal y con una profunda base religiosa. ¿Cuáles fueron los riesgos de hacer una película que cuestiona esos valores?
Crecí en una familia que me dio todas las herramientas para ser libre y vivir mi amor homosexual desde muy joven. Entonces, no necesito enfrentarme a una sociedad claramente conservadora y católica. Lo que estoy haciendo con nuestra película es educar al pueblo de Chile, al que le fue arrancada la educación en la dictadura y hoy, con el gobierno de Piñera, los ojos.
-Con la película terminada, ¿qué comprendiste de la sociedad chilena que no habías advertido antes?
Que somos un pueblo abandonado, aislado del mundo. Encarcelados por el mar y la cordillera, silenciados por la dictadura militar y carentes de afectos. Como los personajes de mi película.
Norberto Chab