El jueves 5 de diciembre se estrena Ciegos, el primer largometraje de ficción de Fernando Zuber, un acercamiento al vínculo privado entre un padre y un hijo, poniendo el eje del conflicto en la condición de ciego del adulto, lo que limita y condiciona esa relación.
Los roles protagónicos están a cargo de Benicio Mutti Spinetta (Juan, un niño que asoma a la adolescencia) y Marcelo Subiotto (Marco, su papá ciego a causa de la Guerra de Malvinas).
Un viaje al pueblo de la infancia de este padre y el descubrimiento de historias nunca contadas convertirán la travesía en una experiencia de iniciación para el niño, en su transición a la adolescencia. De una tácita confortable seguridad urbana a un paisaje rural agreste, en el que acecha el riesgo a la vez que perturba la sensación de libertad, la aventura concluye solo cuando se resignifica la relación entre ambos, y cada uno de ellos afloran más sabios y más íntegros para afrontar los nuevos desafíos.
Fernando Zuber dialogó con GPS audiovisual acerca de Ciegos.
-¿Por qué te moviliza el mundo de un ciego?
Desde los diez años empecé a usar anteojos, y me acuerdo perfectamente las primeras veces yendo al oculista. Tenía cierta fascinación por las letras, con esas imágenes que iban pasando una tras otras; tener que leer ese abecedario fraccionado y al mismo tiempo iluminado, tener que apoyar el mentón en esa máquina y observar. Al mismo tiempo, esa fascinación tenía otro lado que era cierta preocupación. Si a los diez uno usaba anteojos pensaba que paulatinamente iba a llegar un momento en que perdería la vista. Después fui descubriendo que una cosa no tiene que ver con la otra, que era una fantasía personal. Pero siempre quedó muy presente. Después de tantos años trabajando en relación con la imagen, me daba mucha curiosidad descubrir cómo era vivir sin ver. Si en realidad era no ver o también elegir que a uno no lo vean.
-¿Qué conocías de ese mundo?
Participé dos años de un taller de teatro para ciegos. Prácticamente iba semanalmente a un instituto de rehabilitación para ciegos que me ayudó muchísimo. Me permitió conocer la intimidad de muchas personas que no veían -o veían muy poco-, con conversaciones que iban desde las más superficiales hasta las muy muy muy profundas.
-¿En qué momento se corporizó en vos la idea de filmar con un protagonista ciego?
No nació como una película en torno a un ciego, sino como la relación entre un padre y un hijo, en un momento bisagra que es la preadolescencia. Es el momento de empezar a querer descubrir un camino propio, de manifestar cierta rebeldía sin tener del todo claro la forma de expresarla, al mismo tiempo en que en ese momento puntual el padre necesitaba hacer un viaje en compañía de su hijo.
Sí se pensó desde el primer momento en un padre con algún tipo de discapacidad; la ceguera desde muy chico es algo que me atraía, me interesaba, me inquietaba. Nació así: como la relación de un padre con una discapacidad y un hijo acostumbrado a estar al servicio, acompañarlo y ayudarlo, pero que por primera vez quiere empezar a tomar un camino propio.
-¿Por qué el título de la película alude a los ciegos en general?
En primer lugar, porque ambos son ciegos: se están impidiendo ver, tanto la necesidad del hijo de comenzar un camino propio como la del padre para que eso no suceda. Al mismo tiempo, más allá de eso en particular, hay una cuestión social –que no es exclusivamente argentina-, de sociedades superestimuladas, exhaustas, con una aparente sobreconexión, que en realidad termina definitivamente aislándonos más de lo que creíamos que estábamos antes de estar tan conectados.
-¿Cómo fue el proceso para que Subiotto internalizara el rol del ciego?
Además de una versatilidad increíble, Marcelo es un apasionado, con mucho amor, mucha entrega, mucho profesionalismo y sobre todo mucha convicción. Tiene una concentración llamativa. Comenzamos con mucha conversación entre nosotros, hablando sobre qué significaba esa ceguera. En segundo lugar hubo mucha conexión con Benicio, que en ese momento tenía 15 años. Ibamos mucho a su casa en Ingeniero Maschwitz. Entre esos viajes en auto y los encuentros aprovechamos para profundizar la relación. Por último, Marcelo hizo un entrenamiento con una profesora de ciegos, Alicia Waza, con quien yo había comenzado a reunirme mucho antes de empezar a escribir el guion.
El entrenamiento con Marcelo no solo permitió entender cómo un ciego se manejaría en las escenas que estaban escritas, sino cómo se comportaba frente a determinadas circunstancias cotidianas. Por ejemplo, cómo se lavaría los dientes. No está en el guion, pero seguramente antes de irse a dormir un ciego se lava los dientes. Y si íbamos a filmar el momento en que un ciego se va a dormir, me interesaba ver la composición de eso.
-Hay en la película un constante intercambio de roles: cuando el adulto requiere la atención, cuando el adolescente debe asumir el rol de protector. ¿Con quién te identificás más en ese vínculo: con el padre o el hijo?
Me interesaba ese momento en que los roles empiezan a ser más difusos. Cuando el rol de padre pierde esa claridad siendo un adulto. Y un niño empieza a asumir el rol de protector, de compañía. Me identifico con los dos: soy padre y soy hijo, y siempre me preguntaba, cuando empecé a trabajar en esto, cuánto de lo que soy actualmente como padre tiene que ver con cómo terminé configurándome como hijo. Sí: me interesaba mucho focalizarme en ese ida y vuelta en ese rol para contar la historia. En el padre que lo acompaña al hijo para acostarse a dormir, pero cuando el padre le dice “hasta mañana” el hijo le vuelve a ofrece al padre acompañarlo hasta la cama porque no ve, como un loop eterno de protección entre uno y otro.
-¿En qué momento apareció Malvinas en la escritura? ¿Lo utilizaste como recurso narrativo o había algo autorreferencial y precisabas ponerlo en el libro?
La guerra de Malvinas apareció en la mitad de la escritura. Quizás cuando me preguntaron mucho cómo había quedado ciego ese padre. Tal vez coincidió con que en el momento de la búsqueda leí algo que me llamo mucho la atención, acerca de un nuevo reclamo que tuvieron los sobrevivientes de la guerra. Eso me recordó que alguna vez, grabando el documental “Fotos, retratos de un país” para televisión, entrevisté a ex combatientes y observé que muchos de esos sobrevivientes, ya sea a raíz de las explosiones o de problemas de tensión habían perdido la vista o tenían baja visión.
Norberto Chab