La lucha de clases que propone La fachalfarra –aun descripta en tono festivo, no exento de dramatismo- no es sugerida ni metafórica. Antes bien, aquel viaje aventurero de Pepe con su amigo adolescente Polilla -en una locación que es Varsovia de la preguerra, pero que también es Buenos Aires de 2019-, se dirige con ingenuidad al descubrimiento de los escalafones que rigen nuestras sociedades modernas y a la urgente necesidad de rebelión (que suena a revolución aunque no llegue a tanto).
El periplo es fundacional en más de un aspecto. Por un lado se encuentran con Hurlecka, tía de Pepe -sofisticada señora egocéntrica y autosuficiente, que juega con su esposo y su hijo a conservar los atributos de la casta dominante- y con su servidumbre –dueños nada menos que de su propia libertad, ya que no tienen nada por perder-. A los azorados viajantes les estallan las esquirlas de un sistema social decadente y en vías de extinción y quedarán a mitad de camino entre ser partícipes secundarios o meros observadores.
Por otro, aparecerán las formas encubiertas y promiscuas del sexo, no como exaltación del deseo romántico sino como lúbrica expresión carnal, en acometidas de cuerpos contra cuerpos sin más desahogo que el choque físico.
Pero lo más trascendente, en definitiva, es que aflorará la dicotomía entre el razonamiento y la inmadurez, y allí quedará subrayada la determinación final de investirse de esta última categorización, para buscarse sus propias formas en un mundo que no les pertenece.
En La fachalfarra se expone sin careta alguna (paradojalmente) la esencia de Ferdydurke, la primera novela de Witold Gombrowicz, escrita en 1937, en una reescritura donde se pone en discusión la moral, la transgresión y los mandatos.
Dramaturgo y director, Alfredo Martín devela las claves de esta obra conservando un énfasis celebratorio, pese a que las criaturas están imposibilitadas de procurarse su propia libertad, legitimándose a través de los roles que les asigna un molde aristocrático que fluctúa entre la obediencia debida y el paternalismo.
Hay en el juego de “contar lo grave” una puesta dinámica, un juego de cajas chinas (polacas en este caso) donde los personajes, sus voces o sus situaciones aparecen (o reaparecen) en planos y momentos impensados, anteponiendo el humor satírico a la pesadez de sus acciones, como una manera piadosa de sobrellevar el estado de inmadurez aunque se esté describiendo la tragedia de estar vivo.
Norberto Chab
FICHA TECNICA
Dramaturgia: Alfredo Martín, a partir de Ferdydurke de Witold Gombrowicz
Intérpretes: Gustavo Reverdito (Pepe), Milton de la Canal (Polilla), Rosana Lopez (Tía Hurlecka), Marcelo Bucossi (Tío Eduardo), Julián Belleggia (Niño Alfredo) y Luciana Procaccini (Isabel), Natalia Chiesi (Josefa, cocinera), Angel Blanco (Quique), Matías Gonzalo Sanchez Sanda (Francisco / Músico), Emanuel Cacace, (Criado / Músico), Luis Cardozo (Criado) y Leandro Cáceres (Criado)
Asistente de Dirección: Pablo Lago Monetti
Escenografía: Fernando Díaz
Iluminación: Hector Calmet
Vestuario: Jessica Menéndez
Video – Imagen y Fotografías: Ignacio Verguilla
Diseño Sonoro: Mariano Schneier
Musicalización: Matías Gonzalo Sánchez Sanda
Entrenamiento Corporal: Armando Schettini
La fachalfarra. Andamio 90 (Paraná 660). Viernes a las 22.30hs.