Marcela Marcolini es la codirectora con Alejandra Marino del documental La sociedad del afecto, que reflexionar en torno a cómo acompañar el desarrollo de niños y niñas desde su creatividad, a través de la obra y el pensamiento de la docente María de los Ángeles “Chiqui” González.
La sociedad del afecto, que se exhibirá desde el jueves 21 en el cine Gaumont, obtuvo antes de su estreno el Premio Signis en el 18º Festival Internacional de Cine Documental de Uruguay, Atlantidoc y el Premio La Voz que Rompe el Silencio en la XIª versión del Festival Internacional de Cine de Fusagasugá FICFUSA, en Colombia.
-María de los Ángeles “Chiqui” González hace un arco que va desde la abogada que defendió detenidos durante la Dictadura hasta la docente que estimula la defensa del juego, la belleza y la libertad. ¿Cómo encontraron a una persona con estas singularidades?
Un poco viene de parte mía porque la conozco desde hace muchos años. No tenía relación ni había trabajado, pero sabía mucho de ella por mi esposo, Pablo, que es un actor rosarino con quien estoy casada hace más de 25 años. Sé a través suyo que ella es una institución. La conoce todo el mundo. Es una de las grandes formadoras de maestros de teatro. Como se puede ver en la película, hay una etapa de ella transitando el desarrollo en lo teatral, abriendo caminos hacia lo teatral. Y yo venía siguiendo esa tarea.
Pero después empecé a conocer todo lo que difunde y transmite, que es la filosofía del afecto, del cuidado, de hablar de la patria de la infancia, del derecho al juego. Conceptos que viene transmitiendo desde hace muchos años hacia la docencia y hacia la sociedad entera. Ya lo trabajaba incluso con sus discípulos de teatro. Ella era joven y los llevaba a hacer trabajos solidarios a los barrios de emergencia. Desde ese momento venía transmitiendo y trabajando esos valores que forman parte de La sociedad del afecto.
-¿Cómo se consolidó esta iniciativa en una propuesta concreta y cómo surgió el proyecto con Alejandra Marino?
Nosotras veníamos de trabajar juntas en Ojos de arena, una película de ficción que dirigió ella, en la que participé en el guion y en el proceso de producción y edición. Habíamos quedado muy bajoneadas con por el tema que narra sobre la trata de niños. Entonces, ante tanta desolación y falta de apoyo a nivel político en estas cuestiones, dijimos que teníamos que hacer algo esperanzador. Al escuchar a Chiqui nos propusimos hacerlo posible. Que no quedara solamente en el mundo de lo utópico. Aún en lugares en donde la violencia se puede instalar de otra manera -como pasa con Rosario con el tema del narcotráfico-, lo podemos pensar entre nosotros mismos, gestando y generando desde pequeños espacios.
-La sociedad del afecto es un concepto que no remite directamente a lo político, pero no podés dejar de asociarlo.
Absolutamente. Es político porque una de las cosas que transmite la Chiqui es que todo esto es posible a partir de políticas públicas que piensen las infancias de otra manera. No es solamente es haciendo un parquecito -que también puede ser-, sino también pensando las infancias de otra forma. Para que constituya seres humanos de cara al futuro. Corriéndonos de estas sociedades con tanta violencia y teniendo en cuenta al ser humano desde la infancia.
-Cualquier película independiente atraviesa dificultades y limitaciones, básicamente por factores económicos. ¿Cómo lo sortearon?
Nos propusimos ir para adelante. Tuvimos mucho tiempo de investigación porque nos agarró la pandemia. La realización y el final de la película lo hicimos volando, porque nos planteamos hacerlo apenas empezamos a recibir el subsidio del INCAA, que es absolutamente necesario para sostener el cine independiente.
Obviamente siempre hay que poner plata a medida que surgen gastos, porque es mentira que con el subsidio del INCAA se puede realizar toda la película. Nos organizamos lo mejor posible para optimizar los recursos. El cine independiente no deja de generar, más allá de los subsidios del INCAA. Subsidios que hoy además no tenemos, porque está parado. Nos manejaremos con los pocos concursos que hay. Pero así y todo llegamos a cumplir nuestros proyectos.
-Proyectos que además generaron expectativas y premios antes del estreno.
Tuvimos un premio muy hermoso que nos dio el Festival Internacional de Cine de Fusagasugá FICFUSA, en un lugar pequeño de Colombia: es el premio “La voz que rompe el silencio”. ¡Mirá qué lindo! Y también recibimos un reconocimiento en el Atlantidoc de Uruguay.
-Entre las consideraciones, el jurado expresó que “la obra y el pensamiento de Chiqui inspiran posibles transformaciones del espacio urbano y de la concepción de la niñez, orientadas por su visión del derecho a la belleza”. ¿Creés en el cine como una herramienta de transformación?
¡Totalmente! El cine puede expandir las voces y las miradas. En Colombia nos hicieron un zoom con la gente que había ido a ver la película ni bien terminó la proyección. No te puedo explicar la emoción que tenía la gente que va muy poco al cine, que trabaja en el campo, que es muy humilde. Las devoluciones que tuvimos de la película fueron increíbles. Nos parece increíble pensar las infancias a partir de esta difusión. Pero esa es la posibilidad que abre el cine: ¡es expansivo!
Julia Montesoro