El jueves 13 de diciembre se estrena en el Cine Cosmos el documental La vida que te agenciaste, ópera prima de Mario Varela, escritor y camarógrafo profesional, con una heterogénea obra que va desde el cortometraje hasta los libros de poemas y los libros infantiles, pasando por la creación de una editorial independiente y la fundación de la emblemática revista literaria 18 whiskys.
Rodada entre la Patagonia y Filipinas, pasando por Tokio, es una road movie de poetas en la que Varela (quien además es el narrador y entrevistador) retoma un proyecto rodado en 1993 llamado Rally París-Dakar, como punto de partida de un experimento: el de saber qué quedó hoy de aquella experiencia encendida, alocada, caótica, etílica y marginal que fue la de los poetas de los 90, aglutinados alrededor de la mítica (y efímera) revista 18 whiskys. Qué fue de sus vidas, de la poesía, de la Argentina, y de la amistad.
Los protagonistas son esos mismos poetas: Fabián Casas, Jorge Aulicino, Laura Wittner, Rodolfo Edwards, Darío Rojo, Juan Desiderio, Teresa Arijón, Washington Cucurto.
Mario Varela le contó a GPS audiovisual las motivaciones de un proyecto que es al mismo tiempo una reivindicación del arte libre, la creación colectiva, la amistad, los sueños frustrados, la nostalgia del bien perdido y -¿por qué no?- el alcohol como elemento medular del ritual del encuentro.
-¿Por qué no se llamó “18 whiskys”, ya que es el disparador de la película?
Hay otro documental que estaba por filmar un amigo nuestro, que se iba a llamar La whiskys. Iban a sonar igual, o parecido. Igualmente, hay gente que aparece en la película pero no estaba en la Whiskys, por eso fuimos un poquito más amplios.
-¿De dónde sale la palabra “agenciar”?
¡Esa es Laura Wittner que habla así! Con palabras arcaicas. Tuvimos una charla telefónica en la que nos preguntamos qué hacía cada uno. Ella me contó que estaba dando talleres, y yo justo había agarrado un trabajo que consistía en filmar paisajes en todo el país. Se lo dije y me contestó: “¡mirá la vida que te agenciaste!”. Cuando se lo conté a otra amiga directora me dijo “ese es el título de la película”. Tiene sentido, porque ésa es la película que salimos que buscar: qué vida se agenció cada uno después de la época del rally de la 18 whiskys.
-¿Por qué la intención de salir a buscar la vida que se agenció cada uno?
Porque siempre tuve un poco de melancolía. Y quería saber dónde están mis amigos. Porque era eso: un grupo de amigos. La motivación fue además de salir a buscarlos y saber qué pasó con cada uno. El resultado es muy diverso: o estaban en Japón, o en Filipinas, o pensábamos que se iba a morir de joven y tiene hijos, o estudian karate, o van al festival de Cannes pasando con una bandera de San Lorenzo por la alfombra roja.
-¿Habías perdido el contacto con todos y el proyecto apareció por un impulso?
Con algunos de ellos cada tanto tenía alguna relación. Sentía que el vínculo no se había roto y que había que recuperarlo. La película muestra el reencuentro en tiempo real.
-Las imágenes del documental de 1993 sirven como separadores de los testimonios actuales, y a la vez confrontan con esos muchachos como eran y en lo que se convirtieron.
Eramos unos pibes que hacían bardo y teníamos una vida que no sabíamos en qué iba a terminar, como me dijo uno de los sonidistas que conocía la historia de algunos.
-Vos ya tenías claro que ibas a ser cineasta.
Estudiaba letras y cine al mismo tiempo en Avellaneda .
-…Y que estabas llamado a dar testimonio del bardo ése.
Sí, pero sobre todo porque tenía la colaboración de todos. Nadie preguntaba qué tenía que hacer ni cómo iban a quedar. Hice un corto con ellos en Retiro en el que están disfrazados, y nadie sabía qué estábamos haciendo. La idea de hacer cosas estaba instalada.
-Hacer cosas como un proyecto creativo colectivo.
Julia Sarachu me dijo algo que me llamó la atención: que todos eran individualistas en lo que querían hacer, pero al mismo tiempo se apoyaban en el otro. Eso permitió el crecimiento conjunto. Dice Fabián Casas que cuando lee “Segovia” de Daniel Durand se siente orgulloso de tener amigos así.
-¿Qué encontraste en la película cuando la viste terminada?
Vi reflejados a todos como son. Aunque los conocía, la película me devolvió su relación conmigo y con la vida.
-Como una visión real de sus vidas, en la que además las conversaciones no son literarias sino coloquiales.
Traté de cuidarme mucho de no mostrarlos como escritores. Había que llegar al punto de relajarse y verlos como personas. No quería hacer un documental sobre un escritor hablando de su obra. A la vez, hubo una entrega por parte de todos para sincerarse. Ese tono, que se mantuvo a lo largo del documental, permite que alguien se pueda identificar con la película. Es gente de verdad, mostrada desde un voyeurismo relajado.
-¿Qué papel hacés jugar a Jorge Aulicino?
Siempre pensé en quién podía armar un relato para que exista un marco teórico para quien no conozca la historia. Aulicino era como el tío del grupo: era el novio de una tía de Darío Rojo y cuando lo conocimos, quedó como “el tío”. Además fue Premio Nacional de Poesía y estuvo en Diario de Poesía: conoce el recorrido literario de todos. Era la persona justa para poder llevar el relato más formal. Igualmente, él también aparece distendido. Como cuando dice que Darío Rojo es un delirante, o que Juan Desiderio nació viejo y que siempre fue como una especie de Iggy Pop. Habla así porque los conoce. Lo primero que filmé fue la charla con Aulicino. Pensé que eso me ayudaría a estructurar el relato. Pero después pasó cualquier cosa.
-¿Qué cosas? ¿Cuál era tu punto de partida?
Primero pensé que iban a participar todos y que nos íbamos a referir más o menos a lo mismo. Pero cada uno habla de lo que siente, de cómo esta viviendo su vida. Incluso esa búsqueda final de Durand –de quien Aulicino habla un montón-, no estaba prevista. Al principio me chocó, me dolió. Pero entendí que tenía que mostrar lo real, sin alterarlo.
–Aulicino habla de la fugacidad de los movimientos literarios. ¿Ustedes eran concientes de que así como eran vanguardia iban a dejar de serlo rápidamente?
Aunque las vanguardias pasan, no quedan en el olvido. Los 90 ya pasaron, claro, pero las personas siguen activas. Casas ahora dice que va a sacar un libro que va a cambiar el rumbo de la poesía argentina. Durand sacó un librazo. Laura Wittner edita un compilado con sus poemas y está por lanzar un libro nuevo. ¡Edwards! ¡No para de escribir! Hace unos días, alguien en un festival de poesía de Rosario comentó: “al fin se acabaron los 90 y hay otra cosa”. Sí, claro que hay otra cosa. El movimiento termino y murió: no existe la misma agilidad, ni la misma explosión. Pero la gente de los 90 sigue activa y la siguen leyendo. Participan en una película, dan talleres. Y además siguen escribiendo.
-Está muy presente el testimonio sobre “18 whiskys” mitificado como un espacio de encuentro y de influencia literaria. ¿Fue así en ese momento o el recuerdo embellece lo que pasó?
En ese momento la experiencia fue muy intensa. Fue un espacio de búsqueda de cosas nuevas, en el que cada uno aportaba lo que le gustaba y donde aprendí muchísimo. Dentro de la revista había autores que no conocía, como Diego Maquieira o Raúl Zurita. Con Alejandro Recagno fuimos a entrevistar a Nicanor Parra para hacer un rescate de su obra y afianzarlo dentro de las lecturas que hacíamos. En ese momento el Diario de Poesía era la guía literaria que leíamos todos. Pero nosotros buscábamos otras cosas con las que pudiéramos identificarnos.
-La experiencia fue intensa pero breve. ¿Qué precipitó el final del proyecto?
Inicialmente se iban a hacer solo nueve números. Llegó a dos. Yo ya vivía en la montaña cuando estaban armando el tercer número. Allí se pudrió todo. Como dice Fabián: todo lo que se pudre forma una familia. Ahí nos convertimos en una familia.
-Casas y Cucurto son las presencias más famosas de la película. Uno aparece al comienzo y el otro, simétricamente, al final. ¿Cómo resolviste su participación?
Era un desafío: Fabián es muy conocido, muy relevante. Está al principio y el mensaje es “ya lo viste, ya te quedaste contento, ahora te muestro toda la gente que también había en el movimiento”. A Cucurto le dije “hicimos un documental de una época en la que había mucha gente y no pude meter a todos: necesito que vengas y te quejes”. Me contestó: “Olvidate, voy y me requejo”. Llegó con una camisa a cuadros a la casa de Aulicino, me vio en musculosa y me la pidió para filmar.
-El final de la película encuentra –al fin- las dos ediciones de “18 whiskys” en un tono entre poético y si se quiere, trágico. ¿Estaba guionado? ¿Percibías que esa imagen cerraba el recorrido?
Había pensado un final en el mar, donde los participantes vuelven a aparecer desde el horizonte. Para mí terminaba así. Cuando vimos la toma final nos miramos los que estábamos allí y dijimos “¡Wow! ¿Qué pasó?”. Es la parte holística. Yo escribí un guión. Pero dejé que las cosas pasaran naturalmente. Todas las búsquedas son reales.
-Reaparece el concepto de “voyeurismo relajado”
Todo el tiempo. Por ejemplo: Darío Rojo vive en Duggan. Y de pronto, durante la conversación, dice: “Vamos a la pulpería donde me gusta ir”. Y cambiamos el plan y fuimos. O la búsqueda del bar al que íbamos en los 90 por el arroyo Santo Tomé, por Sarandí. No sabíamos si lo íbamos a encontrar. Pero llegamos. Tiene la misma puertita y la misma escalera. ¡Hasta el vino patero tiene el mismo sabor!
-De las charlas y las búsquedas, ¿qué te costó dejar afuera?
Una charla con Fabián larguísima, en una terraza. La búsqueda del fantasma de una mujer que fue amante de Perón, una noche en Duggan, con Darío Rojo. Quedará para la tercera parte, que será dentro de 25 años. Y el que llegue vivo podrá decir la verdad de todos nosotros.
Norberto Chab