Identidad, tecnología, poder y el futuro del cine en la región fueron los tópicos esenciales de la clase magistral El sentido de hacer cine latinoamericano, que Lucrecia Martel brindó ante un auditorio de más de 600 personas que colmaron la Sede Experiencia del Gimnasio Moderno de Bogotá, en el marco del Bogotá Audiovisual Market, que finaliza el viernes 18.
De pie durante una hora, a pesar de usar un bastón (“Parezco más un ángel pastor que una cineasta”, bromeó), Martel reflexionó sobre cómo la tecnología ha transformado incluso lo más cotidiano, como el descanso, y sobre la necesidad de replantear las rutas del cine latinoamericano: “El cine sigue siendo profundamente poderoso, pero las rutas que están hechas no nos están sirviendo. Debemos cuestionar quién está contando las historias, para quién y desde dónde.”
La cineasta salteña fue la gran figura del Bogotá Audiovisual Market: además de la charla abierta, se presentó una retrospectiva de su obra, tal como adelantó GPS Audiovisual.

Martel destacó el desarrollo del sector audiovisual colombiano: «Hay algo muy interesante que están haciendo aquí en Colombia: ponen un gran énfasis en la formación en el ámbito productivo y fomentan la reflexión crítica sobre la producción misma. Eso es algo que no hicimos, y ahora los argentinos intentamos compensarlo con nuestro trabajo. Hay algo incómodo cuando hablamos de ‘industria’, porque implica políticas públicas, empleo, estructuras (…) El cine no puede depender de los gobiernos. Hay que pelear para que los gobiernos entiendan la importancia del cine, pero nuestro trabajo no puede depender de que Fulano o Mengano dijo que sí o que no, porque nuestro trabajo tiene la responsabilidad de la maravilla de inventar el mundo, de inventar el futuro”.
La crisis medioambiental, la inteligencia artificial, la hegemonía de las plataformas de streaming, los teléfonos móviles, la retórica de Trump y la extrema derecha estadounidense y el insomnio fueron otros de los tópicos abordados por Martel.
Martel se permitió bromear sobre sus propias reflexiones: «No sé si lo saben, pero hay una parte de esta charla que es deprimente: es la primera hora. Lástima que dure una hora entera. La segunda hora será pura alegría, pero eso está programado para el año que viene»

«Mirá dónde hemos terminado: con un planeta a un paso del colapso -describió la realizadora-. Hay procesos irreversibles: la acidificación de los océanos, el deshielo del permafrost… Es como si todos los mamuts atrapados en el hielo estuvieran a punto de reaparecer. Y en las fosas más profundas del océano, están encontrando criaturas diminutas —como cucarachas transparentes o simplemente bichos raros— que ya tienen microplásticos en su interior. Ni siquiera sabíamos que existían, y ellos ya sabían de nosotros, a través de nuestros microplásticos».
Al pone el foco en el tema esencial de la charla, abundó: «¿Por qué hacemos películas? ¿Para qué sirve la cultura? En cuanto empezamos a hablar de cultura, de repente todos se sientan más erguidos, hablan con más seriedad, como si hubiéramos entrado en el reino de algo sagrado y esencial. Se convierte en un tema solemne. Así que aquí está mi teoría sobre la cultura: la cultura es una forma ecológica de guerra».
Para ejemplificar el tema, Martel citó la expansión de la industria en Hollywood durante la guerra: «Hasta entonces, el cine europeo lideraba la producción. Pero durante las guerras, Estados Unidos incrementó enormemente su producción y, de repente, el mundo entero se convirtió en su mercado (…) Todas las instituciones que apoyaron el esfuerzo bélico, incluidos los departamentos de medios de comunicación, tenían un interés particular en el cine, ya que era el medio a través del cual se transmitían los valores heroicos. Contribuyó a construir la narrativa de que el «lado correcto» del mundo era Occidente, y que dentro de Occidente, Estados Unidos ostentaba la supremacía. Y lo lograron. Y lo hicieron con películas que, admitámoslo, eran brillantes. ‘Casablanca’, por ejemplo. Así que, cuando hablamos de cultura, no nos consideremos automáticamente los buenos. La cultura no es intrínsecamente buena. Solo es buena si no intenta imponer un dominio absoluto, ya sean valores tradicionales o, por ejemplo, valores no binarios, fluidos y poliamorosos. Si pretendes que cualquier sistema de valores sea hegemónico, terminas en el mismo lugar: diminutas criaturas parecidas a cucarachas en el fondo del océano, con microplásticos en el cerebro».

A lo largo de la hora de su charla, la realizadora de Zama también manifestó su preocupación por el estado de la industria mundial y lo matizó con un remate humorístico. «Antes nos preocupábamos porque seis o siete grandes compañías controlaban la distribución en salas de cine a nivel mundial. Estrenar una película era casi imposible. Esa solía ser la gran preocupación. Pero ahora solo quedamos uno , quizás dos , países, con unas pocas plataformas que básicamente producen y preservan toda la producción audiovisual mundial. Alguien dirá: «¡Un momento, tenemos Netflix Latinoamérica!». Me disculpo de antemano. De verdad, no pretendo ofender a nadie. Pero me gustaría preguntar: ¿Netflix Latinoamérica realmente responde a los intereses de Latinoamérica?» Porque, seamos sinceros: Netflix es una empresa estadounidense. Naturalmente, tienen su propia visión, sus propios intereses. Ahora alguien dirá: «¿ Y qué hay de ‘Roma’, en blanco y negro?». Claro. De vez en cuando, hay que liberar a un preso».
Martel dio un diagnóstico contundente acerca de la asimetría entre las producciones latinoamericanas comparadas con las de otras latitudes: «La pobreza es la realidad de nuestro continente. No es una excepción, es la condición. Tenemos que pensar en el cine desde esa perspectiva, no fantasear con otra cosa (…) Inventemos el futuro. Con cine, con literatura, con teatro, con cualquier formato. on las microhistorias de las redes sociales o con las infinitas y eternas macrohistorias de las plataformas. Imaginemos un futuro donde, dentro de cien años, las cosas sean al menos un poco mejores. Y ese trabajo —esa responsabilidad de inventar el futuro— no es algo que se hace mientras se llora».