Matías Desiderio es el coprotagonista de Gatillero, el thriller suburbano y marginal inspirado en hechos y personajes reales, con dirección de Cris Tapia Marchiori y con Sergio Podeley y Julieta Díaz en los roles centrales, que llegará a las salas de todo el país el jueves 12.
Su presente laboral lo llevó a repartir sus tiempos entre Buenos Aires y Los Angeles, donde participa activamente en series y largometrajes. En medio de este presente laboral intenso, buscó su espacio para retornar a la Argentina a rodar Gatillero.
-¿Qué te inspiró y qué te entusiasmó de Gatillero para encarar el rol de Lalo?
Conocía a Cris de antes: la vida nos presentó hace muchos años, en otros proyectos. Generamos una buena amistad y también un concepto similar de lo que tiene que ver con el trabajo y los proyectos. Cuando vino con esta idea, leí el guion y me pareció fantástico. Y no solamente el guion, sino la idea de hacer una película en plano secuencia.
También me entusiasmó a nivel humano trabajar y colaborar con él. Siempre es una gran noticia poder participar de cualquier guion y componer un personaje para alguien a quien aprecio.
Cris es muy pasional: me contó de dónde venía, lo que quería contar, la manera que lo contaba, la lógica de los personajes y el guion. Y por si fuera poco esta manera tan especial de hacer una película, con la dificultad que significa hacer un plano secuencia. Más aún una película entera.
No tuve más que decir que por supuesto: iba a ser uno de los soldados de su ejército y muy feliz.
-¿Qué relación tenías con el mundo marginal y suburbano que describe Gatillero y qué referencias utilizaste como fuentes de inspiración?
No me gusta verme en pantalla. Por eso para ver a Matías, el actor, siempre trato de componer personajes que se alejen de mí. Cada proyecto es un desafío para proponer un tipo diferente, tanto desde lo visual, lo físico o desde el comportamiento. Lo pensé como un personaje con la cara llena de cicatrices, porque la historia lo describe como alguien que debe intimidar. Cris rápidamente me dio el OK. Confío en mí. Me había aventurado también a que el tipo tenga un ojo de vidrio, pero lo probamos y no funcionó. Hubo una búsqueda en la composición de este Lalo.
-¿Desde dónde empezaste a elaborarlo?
Yo tuve mucha libertad desde pequeño. Jugábamos en la calle, en la vereda, hasta la hora antes de ir a cenar. En ese entonces, la mamá de uno lo dejaba ir a jugar al fútbol a la esquina o al parque. Tengo un hijo de 20 y esa libertad ya no existe.
Entonces, esa inquietud mía me ha hecho deambular por muchísimos barrios y por muchísimas situaciones en todo tipo de barrios. Me crié en distintos barrios porteños, como Mataderos, Belgrano, Caballito, Villa Luro y me he nutrido mucho de lo que tienen algunos barrios, más o menos marginales.
Me focalicé en un personaje a quien le decían “El gitano”, que generaba mucho temor en mi adolescencia en Mataderos. El tipo tenía la cara llena de cicatrices, había tenido un par de acontecimientos y había estado preso. Era muy violento y explosivo. Nosotros éramos más jovencitos: tendríamos entre 15 y 17 años y él 30. Fue una especie de motivación inicial. Después, se terminó de componer un poco por la creatividad y otro por cuestiones propias.
-Hasta lograr un personaje que está en las antípodas de la persona real.
Nosotros los actores -y lo digo con mucha humildad-, lo que intentamos hacer es crear seres humanos. Uno, de repente, tiene que interpretar una realidad: usar una ropa que no es suya, un corte de pelo que tal vez no le gusta, andar arriba de un auto o meterse en una casa que no es la de uno y plantarse en una realidad que no le pertenece. Ese es el grado de locura que manejamos.
No hay una respuesta a por qué hace eso: es juntar todos los elementos y hacer con todos esos elementos un mismo movimiento y un salto al vacío. Es jugar realmente a ser otra persona y no solamente jugar, sino creértelo. De la misma manera que cuando uno es chico sale a jugar a la esquina, y agarra un palo haciéndose el guerrero. Entonces es un guerrero. Es una cosa cuasi infantil y delirante, de libertad, que genera un momento que pueda ser real o por lo menos real para los demás. Yo necesito creérmelo para que ustedes lo crean. Me parece que viene desde ese lado. La pregunta es interesante porque no hay respuesta. No se sabe cómo uno logra eso. Se sabe que se tira a la pileta. Después vamos a ver cómo cae.
-¿Qué características tiene Cris Tapia Marchiori y en qué aspectos te enriqueció?
Tiene una cosa cuasi proto teatral. Por momentos sentía que estaba haciendo cine y por momentos me olvidaba, porque una de las características del cine es el corte, la elipsis: en tipo sale de la casa y luego lo vemos entrando a la casa de la novia. Pero en este caso se trabajó en tiempo real, sin cortes. Y todo en esta locación maravillosa que es la Isla Maciel.
Entonces la cámara arranca y venimos persiguiendo al personaje, que de repente sale corriendo y se subió a un auto. Se baja y se subió a una moto. Esto sucede alrededor de esta isla, de toda esta locación. Los personajes van apareciendo y saliendo. Había escenas en las cuales uno entraba, tenía su escena con el personaje, y volvía a aparecer los 20 minutos. Uno tiene que desconcentrarse, pegar unas vueltas, hacer cuatro cuadras más y girar, porque la cámara te vuelve a tomar. Como si fuese un gran escenario de un teatro, porque no tiene corte y vas a aparecer dentro de 20 minutos en otro lugar. Ha sido una experiencia para mí formidable y desde ya, es otra manera de trabajar.
-Me imagino también que muy conversada con el director, porque ahí no le podés errar.
No le podés errar porque te matan. Hay mucha responsabilidad y un trabajo muy milimétricamente estudiado, porque uno lo hace no solamente para la escena sino también para la cámara. Hasta casi hasta para las sombras. Tengo una escena que voy en un auto y que básicamente dura casi media hora, desde que arranco y salgo de toma. Lanzado en velocidad, no se puede saltar de más una cuneta para que la cámara no tiemble y se arruine la toma. Por eso fue muy importante el ensayo previo. Para entender la escena, los diálogos y no estar solamente en el trabajo de uno, sino en los compañeros. Todo teniendo en cuenta que lo que hay que sostener es la escena, la dramaturgia de la escena, el tono de la escena. Más que nunca es un trabajo en conjunto.
Llegamos con mucha preparación: ensayamos todos los movimientos y el desplazamiento de todo el equipo, en el recorrido que le tocaba a cada uno. También hubo un trabajo interno de estar bien metido a la toma. Hubo mucho compromiso. Entonces, cuando mirás a tu director y el director te dice que vamos por tal camino y lo tiene tan claro, al ver que sus decisiones son lógicas confiás. Es fundamental: Cris no solamente es un gran ser humano, sino también un gran director y un tipo que maneja muy bien la acción y el movimiento. Ha sido de mucho trabajo.
-El trabajo te lleva de Buenos Aires a Los Angeles. ¿De qué trata tu más reciente estreno?
El miércoles 4 presentamos El ADN del delito, una serie brasileña que se emite en una plataforma de streaming. Y el sábado 7 estrenamos la película Harvard Street con el famoso Danny Trejo, el mexicano legendario de las películas americanas, con sus bigotes, pelo largo y machete.
-Falta tu reencuentro con el público argentino en el estreno.
Voy a llegar a Buenos Aires y pasar a buscar a mi madre, que viene de Mar del Plata, para que me acompañe al estreno. En el momento que está pasando el audiovisual argentino (y el país en general), un estreno es una celebración. Hay muchos compañeros sin trabajo, delante y detrás de cámaras. Nuestra industria está deprimida. Pero el cine argentino, pase lo que pase, quiere vivir y vivirá. Tenemos grandes historias y a pesar de que las cosas se complican, seguiremos contándolas.
Julia Montesoro