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DIRECCION EJECUTIVA: JULIA MONTESORO

Carola Reyna presenta el unipersonal «Okasan»: «Hay mucha necesidad de teatro, que propone un encuentro real entre tanta cosa virtual»

En su tercera temporada, Carola Reyna prolonga el suceso teatral del unipersonal Okasan – Diario de viaje de una madre, que se presenta los lunes en el Teatro del Picadero.

Con dirección de Paula Herrera Nóbile, Okasan está basada en el libro de Mori Ponsowy y
adaptada por Paula Herrera Nóbile, con la colaboración de Sandra Durán y Carola Reyna.

Una mujer viaja por primera vez a Japón para visitar a su único hijo que se fue a vivir a ese lejano país. En medio de esa cultura tan bella y extraña descubre que su hijo es parte de ese paisaje nuevo y desconocido. El viaje se convierte en la aventura de encontrar quién será ella a partir de ahora.

-Es la tercera temporada teatral de Okasan en Buenos Aires. Si mirás para atrás, ¿qué esperabas de la obra?

No hubo ningún tipo de especulación o proyección de cómo nos iría. Fue un poco inconciente y a veces está bueno un poco de inconciencia, porque encaramos la obra como parte del deseo. Tenía mucho más que ver con el deseo de contar ese cuento. Al principio, quería hacerla en un teatro más chiquito porque estaba un poco asustada. Además, antes de estrenar nadie vio ni un ensayo. ¿Viste que, en general, se suele hacer un testeo? No fue este el caso: solo la había visto Boy (Olmi), mi pareja, unos 15 días antes del estreno. Pero nosotras estábamos muy, muy convencidas de que el camino, el proceso de hacerlo, ya era un éxito en sí mismo. Entonces, todo lo que vino después fue como: “¡Uy!”. Desde el asombro.

En cuatro décadas de trabajo, Okasan es tu primer unipersonal. ¿Qué te llevó a decidir estar sola por primera vez frente al público?

No lo decidí. Nunca me lo planteé. Creí que nunca iba a ser capaz de hacer un unipersonal. Sinceramente me daba mucho miedo. Pero fue al revés: lo que me convocó, lo que me impulsó, fue la historia. En la novela original ella está con el hijo, pero nos pareció mucho más rico que ella estuviera sola con este hijo imaginario. Entonces, no quedó otra que hacerla sola. Pero no fue: “Quiero hacer un unipersonal”. Me parecía un desafío grande que no me lo podía imaginar. Después, mientras lo iba haciendo, me metí tanto en esa historia y en ese mundo, en lo que me gustaba de Japón y de transmitir este cuento, que me dije: “Bueno, me tocó sola. Vamos a ver cómo me sale”.

-¿Y cómo te sale?

Siento que las novedades, los desafíos, hacen bien: rejuvenecen. Porque generan una opción de «yo puedo». Miedo hay siempre. Para cualquier cosa. El miedo siempre es el enemigo.

-¿Cuál es el escenario que plantea Okasan? ¿Por qué creés que interpela al espectador?

Es notable cuánto lo interpela. Es parte de la sorpresa. Me parece que también muestra un costado de la maternidad. Y no solo de la maternidad sino del ser hijo o hija. Te interpela como madre, padre, hijo e hija.

En general, hay un nivel de soledad muy grande en el ejercicio de maternar y a veces en el ejercicio de amar en general. Porque el verdadero amor tiene que ver con soltar al otro -porque el otro tiene que ser y volar con sus propias alas-, pero eso nos hace sentir solos. Tenemos muy arraigado el mandato de que amar es poseer.

Nos pasa con cualquier relación: con los amigos que celamos porque tienen otras amistades, porque nos sentimos afuera si no nos invitaron. Nos pasan muchas cosas respecto al amor que son muy incorrectas. Okasan se para en un lugar bastante real de ese ejercicio; en este caso, de la maternidad o la paternidad. Sobre todo en la maternidad, en donde al principio de la vida hay un ser absolutamente imprescindible para el otro. A medida que crecen tenés que empezar a soltar, como el cohete que va a la Luna que empieza a desprender las partes. Cuando un hijo o una hija es pequeño te explican cómo poner el pañal, pero no te enseñan cómo es el ejercicio de que el otro realmente sea independiente y qué hacer con esa libertad que a uno le queda. Ese espacio, ese rol en que pasás de ser «mami» a la señora madre. Okasan quiere decir “madre” en japonés. Es la manera de nombrar a la madre con cierto grado de honorífico. Pasás de la “mami” a la “señora mamá”.

-Es difícil entender como madre ese cambio de rol.

Ese cambio en el que fui imprescindible y ahora no sé cómo ejercer este rol a la distancia. No solo porque el hijo se va a Japón… Hay mucha gente en el mundo dando vueltas, que se va a otros países. Es más normal, a partir de la comunicación, la globalización y demás. Sienten como muy cómodos viajar por el mundo y, además, no habiendo un mandato como era antes que era terminar el colegio y seguir una carrera. Los jóvenes sienten que tienen que vivir el ahora. Hay algo de lo volátil y de lo precipitado que hace que muchos estén en otros lados. Al hacer la obra, me encontré con un colectivo de madres, padres y familiares con gente amada lejos impactante.

-¿Habías atravesado por la experiencia de irte lejos?

Como hija y como madre. Fue como decir: “De vuelta tengo que rendir esta materia, ¿que pasó? Yo pensé que la había cursado y ahora me la llevé a marzo. ¡Dios mío!”.

Por mi padre, viví muchas idas y vueltas cuando era chica: de acá a Venezuela, de Venezuela a Madrid y de Madrid a Venezuela. Demasiado. Después, a partir de que llegué a Buenos Aires, mi padre quedó viviendo en Venezuela. Yo viajaba a ver a mi papá dos veces por año y a veces venía él.

Quedé muy marcada por el tema de la distancia, de esas ausencias que tienen que ver con la no presencia física. Y después me tocó que mi hijo se fue a vivir a España cuando era muy joven. Hace casi 10 años se enamoró de una española y se fue a vivir a España. Entonces, me toca por ambos lados.

-¿La novela es autorreferencial?

Cuando la vi me pareció que era una buena oportunidad para hacer algo, un hecho artístico. Como cuando se hace una canción con una historia de amor o un cuadro a partir de la guerra. No es mi historia exacta: es una novela de Mori Ponsowy que nosotros adaptamos. Fue muy sanador y muy bueno también tomar cierta distancia. Y a la vez, una posibilidad de contar un cuento que cicatrice, compartirlo y ver que no estás solo ni sola, que somos un montón. Le pega muchísimo también a los jóvenes. Empiezan a decir que van a llamar a las madres a ver cómo están o que las van a traer.

-La obra plantea lo que le ocurre a una mujer, a una madre, con un hijo lejos. Y el público interviene con esta devolución sobre lo que le pasa a sus hijos.

También está el reflejo de tener padres grandes. Es lo que nos pasa a los hijos cuando empezamos a cuidar de ellos. Por lo general, la independencia de los hijos llega en la etapa en que uno es más grande, donde los padres también son más grandes. Son unos cambios tremendos y los naturalizamos porque no queda otra, pero uno crece y los padres envejecen.

-Descubriste muchos desafíos con esta obra, como estar frente al público vos sola y proponer revisar estos vínculos como madre e hija junto al público…

Totalmente: al estar sola en el escenario, estás más vinculada que nunca al público. Al no tener un compañero, el otro es el público: lo sentís, lo vibrás. No necesitás de grandes cosas ni grandes maquinarias. Es el cuentito que te permite volar, imaginar. La gente me dice que la llevé de viaje: vio Japón, el hijo que no está. Hay algo como de hechicera y maga, de la que te cuenta el cuento de las buenas noches. Siento toda una platea dejándose llevar y eso es muy conmovedor. La gente entrega algo tan antiguo, tan importante e imprescindible como contarles el cuento para que se vea reflejada. El cuento para entender qué pasa y sentirse acompañado.

Por eso el teatro está tan vigente. Hay mucha necesidad de teatro: con tanta cosa virtual en el teatro hay un encuentro real. Está sucediendo frente a tus ojos, con vos ahí.

-Nunca trabajaste en otra profesión: sos Carola Reyna, la actriz.

¡Qué raro! Nunca tuve otro empleo. Empecé de muy joven, creo que a los 21 años. En ese momento estudiaba teatro. Me metí a hacer comedia musical. Era parte del alumnado de Pepe Cibrián. Empezó un programa y me eligió para unos capítulos. Después de eso, fui a pedir trabajo a ATC -en ese momento Canal 7- y me encontré a Gustavo Yankelevich, quien había sido productor de ese programa. Me preguntó si quería empezar al día siguiente en “Mesa de noticias”. ¡Obvio que le dije que sí!

-¿Ya estaba dado en vos ser actriz o el camino te fue llevando?

Fue de toda la vida. Mi papá tuvo que ver porque fue productor. Para mí era muy familiar el mundo del espectáculo. Él vivió en Caracas y después vino a Buenos Aires. En mi casa cualquier hecho artístico era un eventazo, tanto para ver a Roberto Goyeneche como para Holiday on Ice.

Toda la vida soñé con actuar. En el colegio imitaba a los maestros. No sé en qué momento empecé a estudiar con Lito Cruz, Carlos Moreno y después Carlos Gandolfo. Mientras tanto estudié cuatro años Publicidad en la Universidad del Salvador, aunque no sé por qué. También hice taller literario y actuación.

Tenía un novio que vivía en Los Ángeles. Estaba haciendo un seminario de música. Pedí permiso en mi casa para ir. Viajé con una amiga bailarina. Uno estudiaba música, la otra danza y yo teatro. ¡Fue divino! Ahí estuve tres meses y me dije que volvía y largaba todo. Chau. Largué en quinto año de la facu, fui a Canal 7, me encontré con Gustavo y empecé a laburar al toque.

-En los últimos tres años rodaste dos películas: Ecos de un crimen, el policial de Cristian Bernard y Las corredoras, de Néstor Montalbano. ¿Te convocan más o menos de lo que quisieras?

No tengo una carrera de cine. Es lo que menos he hecho. En Las corredoras me di un panzazo. Tengo un personaje que hace de todo. Es como un programa ambientado en los años 50, en donde soy la víctima. Como si fuera en Psicosis. En medio de este delirio, tenía que hacer creíble la historia. Es muy para los amantes del cine. Ojalá me llegaran más pelis. Pero ahora se está filmando muy poco: ojalá cambien las cosas y tengamos más posibilidades.

Julia Montesoro

Foto retrato: Nora Lezano / Fotos obra: Facu Suárez

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