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DIRECCION EJECUTIVA: JULIA MONTESORO

Alejandra Marino codirige «La sociedad del afecto»: «El afecto no es solo una muestra de cariño sino un hecho político originado en las infancias»

Alejandra Marino codirige junto a Marcela Marcolini el documental La sociedad del afecto, que a partir del jueves 5 ingresará en su tercera semana de exhibición.

Tributo a la educadora y gestora cultural María de los Ángeles “Chiqui” González, el documental la descubre como mujer creadora, tanto en en épocas oscuras como luminosas. Sus ideas y trabajos propician el juego de niños y niñas que reparan corazones, archivan sus miedos, se sumergen en viajes y binomios fantásticos. Hombres y mujeres se unen a la tarea, acunando su propia infancia.

-Escuchar a Chiqui es un ejercicio fantástico, por lo cual debe haber sido complejo el proceso de edición. ¿Cuál fue el criterio, cómo atravesaron esa etapa?

Nos propusimos abrirnos a todo lo que tenía que ver con su trabajo y sus experiencias. Nosotros, tanto Marce como yo somos guionistas: tenemos incorporado el sentido de la estructura narrativa. Nos propusimos que los materiales atraigan y emocionen. Tomamos la decisión de no estar en presentes para que la protagonista exclusiva fuese Chiqui. Y no solamente ella sino sus espacios, sus obras, sus equipos. Esta línea narrativa abarca desde su propia infancia pasando por cada uno de los trabajos que ella hizo; como abogada, dramaturga, directora de teatro y luego en el trabajo con las infancias. Tratamos de cubrir un arco cronológico.

-Chiqui, como buena creativa, abre ventanas permanentemente. ¿Trabajaron con ella para acotar los temas?

¡No, para nada! Cuando hicimos las entrevistas filmadas (porque tuvimos otras que no se filmaron), nos dijo: “Miren que yo me disparo hacia la metáfora. No voy a ser lineal». Nosotras lo aceptamos porque era exactamente lo que queríamos. Queríamos que su poesía estuviera presente, en su forma de narrar y de vincular los temas. Tuvo una generosidad enorme, porque decía que las directoras éramos nosotras. Y ni siquiera quiso ver la película hasta que no se exhibió en pantalla grande.

-¿Cuánto cuesta la decisión artística de dar un paso al costado?

Hasta ahora, cada vez que trabajamos con Marce (Marcela Marcolini), con quien hemos escrito otras cosas también, hay una elección de estar atrás, de evitar cierto protagonismo. Creo que responde a la necesidad narrativa. Además, hice mucha terapia (Risas).

Es cierto que hay documentales que lo necesitan. Por ejemplo, Esquirlas (de Natalia Garayalde). Si no estuviera la directora hubiera sentido la necesidad de su presencia porque la voladura de la Fábrica de Río Tercero estaba muy presente en su vida, su historia y su familia. Hay historias como ésa que tienen que ser contadas en primera persona. Hice el documental Cómo llegar a Piedrabuena, que trata sobre militancia social de jóvenes. En ese momento, mis dos hijos eran militantes de ese espacio y los protagonistas fueron ellos. Allí tampoco estuve.

-¿A qué remite el concepto de La sociedad del afecto, por qué ese nombre?

Chiqui dice que no es un evento sino un plan estratégico de cómo podría ser la sociedad, de cómo el afecto puede transformar las vidas. Tomando el afecto no como el mimo o el cariño sino un verdadero hecho político de distribución arrancando desde las infancias.

Esto hace que el niño sea además un vehículo hacia los adultos. Como bien dice ella en el documental: si hay un plan de poner cloacas para los niños en una población, esto le llega a toda la familia. También habla de vincular al adulto con los juegos, con su propia infancia. Esto nos toca a todos.

Presentando una función con Marce, se acercó una persona que trabaja en el Hospital de Niños porque se enteró que en el documental hay un registro de una sala de juegos en el Hospital de Niños Víctor J. Vilela de Rosario. Quería saber si se podía tomar ese modelo. En el hospital de Rosario, jugar no está escindido de estar internados. Se trata de infancias con un problema de crisis subjetiva, de neurodiversidad. Pero para llevarlo adelante tuvieron que coincidir el equipo de médicos, administradores, psicólogos, psiquiatras, el equipo de Chiqui. ¡No es fácil! Es todo un trabajo, es toda una decisión política.

-Tal vez un espacio de juegos en un hospital infantil debería ser natural.

Sí, totalmente. Hay instancias fundamentales que tienen que ver con pensar con las manos. Por ejemplo, la granja de la infancia, la elaboración de pan, la cestería, la cerámica, la jardinería. Las infancias acompañadas de sus familias, que incluyen hasta a sus abuelas o abuelos en ese universo.

-Un hospital como un espacio para transmitir experiencias y conocimientos.

Exactamente. Esto que viene con Chiqui desde su propia infancia.

Julia Montesoro

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